Amor extranjero

28

Alexander era un hermoso error, no podía ser posible que le dijera esas cosas. ¡Era un sueño, claro! No había una explicación para que alguien como él quisiera hacer florecer sentimientos.

Se pinchó dos veces y no, no era un sueño.

—¿Milena? —preguntó al verla perdida.

—Ni un paso más. —Lo amenazó con el cuchillo en la mano—. Deja esas burlas Alexander o, de lo contrario, me convertiré en Hannibal. 

—Deja ese cuchillo, Milena, pareces loca. No me estoy burlando de ti.

—Por supuesto que sí. Ni creas que caeré en tus estúpidos juegos de hombre coqueto y conquistador.

Rio como todo un Don Juan, Milena estaba tan asustada de enamorarse que lo amenazaba. Agarró uno de los trapos de cocina y con gran velocidad le quitó el filoso cuchillo de las manos sin cortarse.

—Deja de parecer una fiera enjaulada que nadie te persigue, intento decirte que me gustas. ¡Solo eso! —esclareció riendo a carcajadas.

Eso era aún peor para Milena, más burla a su torrente de enojo. Dio varias respiraciones profundas y le dio la espalda para sacar las verduras.

—La vista desde aquí es inmejorable—insinuó, observó su trasero—. ¿Tienes ropa interior blanca? 

Enseguida se incorporó, alzó sus jeans, si podía se cubriría la cabeza con ellos.

—¿Piensas ignorarme lo que queda del almuerzo? —examinó después de avergonzarla.

—¿Cuál almuerzo si no me dejas prepararlo? A este paso estaremos tomando el té —comentó enojada.

—¡Ah! Ya sé lo que sucede. Tienes hambre, por eso pareces una leona enojada.

Alexander no paraba de burlarse de ella, era tan divertido ver sus gestos y que su carácter saliera, no importaba si arriesgaba su pellejo en ello.

Milena puso los ojos en blanco, estaba muy nerviosa. Que hombre experto en sacar lo peor de ella.

—Devuélveme el cuchillo, Alexander.

—Solo si prometes no usarlo de estaca en mi corazón.

—Hay otros cuchillos que puedo usar para eso, devuélvelo, que es para cortar la carne.

—Bien, tómalo, —Se lo pasó.

Ella lo agarró, respiró profundo unas tres veces más y decidió ignorarlo unos minutos hasta que la sensatez se hiciera presente.

—¿Mañana quieres salir a montar conmigo? —preguntó Alexander, se recostó en la mesada. Ella tenía el rostro muy serio y no le respondía—. Estaba en lo cierto, piensas ignorarme todo el almuerzo.

Siguió sin contestar.

—Es una pena, Milena —le susurró al oído, se pegó a su espalda y colocó las manos en su cintura—, creo que podría enseñarte mejor que Edmund, me he fijado en tu postura y debemos corregir algunas cosas.

Todo lo usaba como una excusa para mantenerse cerca de ella.

Milena podía sentir su respiración y cómo arrasaba con su seriedad, estaba a punto de convertirse en un fideo derretido. Sus piernas ya no le respondían y su cabeza tendía a querer pegarse aún más a él para disfrutar del contacto.

—Milena —repitió y respiró en su cuello.

Las manos de Alexander subieron un poco más arriba. Subió y bajó a través de la ropa, escuchó cómo ella gemía bajo y estaba seguro que cerraba los ojos.

En un determinado momento Milena no pudo cortar más, el cuchillo quedó inmóvil mientras disfrutaba de las caricias de Alex. ¿Qué de malo había en darse uno que otro gusto? Debía decidirse, blanco o negro, veía la vida muy en lo gris.

Alex deslizaba sus labios por el suculento cuello de Milena, ella sentía que la piel se le había puesto de gallina. La seducción a la que él hacía apología era demasiada y solo podía catalogarlo como “moja bombachas”, solo sus besos tenían ese efecto en su persona.  «¿Por qué negarse a un poco de atención? ¡Eres viuda!», le recordó su mente, perturbándola para que accediera a las delicias pecaminosas que el inglés podía ofrecerle.

Le dio aún más acceso a su cuello, ella se quedaba tiesa por completo y solo sentía, quería sentir su atención en su cuerpo, tanto tiempo sin el debido cuidado; a ella la hacían desear otras circunstancias y poder sentirse liberada de las presiones a las que estaba sometida.

Alex sentía ceder terreno, cayó rendida ante tus caricias, eso era lo que él deseaba en una mujer, verla disfrutar de algo tan simple como eran los toques correctos en el lugar indicado, nada mejor para aplacar a la fiera que era Milena, salvaje y decidida. Sabía que por su reacción llevaba tiempo sin saber lo que eran besos, caricias y un poco de mimos de un hombre, pero, ¿qué sucedería si él iba un nivel más hacia el ámbito de la intimidad?

Ella continuó de espaldas a Alexander, él no paraba de acariciarla y besarla, colocó sus propios límites.

—Así vamos a cenar —musitó apenas. Iba directo a la locura sin boleto de regreso.

—¿Quién necesita comida cuando se puede tener algo mejor? —susurró Alexander con su sonrisa ladina y su ceja levantada.

Milena no pudo evitar sonreír ante sus palabras que tenían tanta razón, ¿quién necesitaba comer si ya no tenía hambre? 




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