Amor extranjero

29

—Esto no es bueno —soltó Travis al mirarlo.

—Y no, no lo es. Ella es única y lo mejor es que no me es indiferente. —Se sentó.

—Mucha confianza, ¿no lo crees?

—Sé lo que vi y lo que sentí.

Travis dio un suspiro largo, algo afectó el funcionamiento del cerebro de Alexander.

—Mira, ella no ha venido a que jueguen con sus sentimientos, ¿entiendes? Y tú no eres una persona muy estable, un día estás con Kate y otro día con Candy o cómo se llame, Milena no es como ellas.

—¡Es eso lo que me atrae de ella! No es como ninguna mujer que haya conocido. Nunca he querido saber nada de las mujeres con las que estoy, pero esta es diferente, quiero saberlo todo y estar con ella.

—Es grave, grave de toda gravedad, dime la verdad, Alex. ¡Dímelo! ¿Te enamoraste de ella?

Alexander se recostó en el sofá y comenzó a meditarlo, ¿se había enamorado de ella? Estaba volviéndolo loco con sus rechazos, pero a él eso no le impedía continuar, sentía que con ella nunca se aburriría, cada salida que inventaba era tan adorable. En síntesis, sí, estaba enamorándose de Milena, los sentimientos raros al verla, los celos; ya le gustaba cómo cocinaba y era libre de compromisos. Si bien el problema venía por el lado de su estadía en el país, solo un año, un año en donde él debía convencerla de vivir al máximo a su lado, mas, ¿qué había de sus miedos de entregar sus sentimientos a alguien a quien dejaría? ¿Cómo podría contrarrestar ese argumento? ¿Y qué sucedería si él era quien involucraba sus sentimientos? ¿Podría rogarle para que se quedara o abandonarlo todo e ir con ella a un país extranjero? Demasiadas cavilaciones lo tenían mareado, debía ponerse un freno.

—Probablemente esté enamorado de ella —respondió al fin.

—Es una palabra demasiado fuerte.

—Sí, lo es, pero...

—Alex —chilló Kate, entró con Diana al salón—. ¿Dónde estuviste toda la mañana? Te estaba buscando para ver si salimos los cuatro esta noche, aquí el campo es muy aburrido.
—Se sentó en su regazó, él frunció el ceño a una velocidad única.

—Nadie te pidió que volvieras, Kate —alegó cortante.

—Te estás volviendo amargado, Alexander —indicó jocosa, subió y bajó el dedo índice por el pecho de él.

¡Qué mujer más insoportable! Ni si estaba desnuda la partiría en dos y esa tipa era la era que su madre deseaba para él, vaya loca.

—Sí lo estoy. Me voy a descansar, Travis. Hola, Diana —saludó y se despidió, se levantó y llevó por delante sin delicadeza a Kate.

—Vi tu motocicleta afuera, ¿damos una vuelta después? —preguntó ella.

—No subo mujeres a mi motocicleta, es peligroso —contestó con tranquilidad.

—¿Entonces por qué tienes los dos cascos aquí?

—Para pasear con Travis, adiós.

Alexander caminó con rapidez hasta la habitación, colocó el seguro a la puerta y lo mismo hizo con la ventana, no quería que esa mujer tuviera la brillante idea de entrar por ella.

Se sentó en la cama y luego que se le pasó el coraje por Kate, recordó a su negativa Milena. Verla en su hábitat natural era tan gratificante, una mujer sencilla, amante de las cosas sencillas y que cocinaba, era algo digno de observar, no tenía lujos, ni joyas ostentosas, ni ropa de marca, pero era la que esperó toda su vida, era lo probable.

De lo único que no se fiaba de ella era de su honestidad, escondía algo muy turbio en su pasado que al parecer la anclaba y no la dejaba mirar al frente, pero si él se proponía, podía conocer sus secretos y proponerle un trato con el que ambos estuvieran cómodos, satisfacción mutua y compañía por un año, ¡buen lema! Pero, ¿cuál de todas sus mañas utilizaría? Era un experto sacándola de sus casillas y haciendo que ella se viera enojada de una manera tan encantadora.

—¿Encantadora? ¿Qué me hiciste, Milena? —Se agarró la cara, palabras que nunca hubiera pronunciado en su vida, estaban todas en su mente para decírselas a ella en ese mismo instante.

Abajo, mientras tanto, Kate falló una vez más en su plan de conquista, Candy debía ser toda una diosa, por eso lo tenía tan hipnotizado porque de ninguna manera creería que Ana causara estragos en la vida de Alexander, era tan poca cosa, lo único bonito que tenía era el color de su piel, que ella nunca podría conseguir ni internándose en un spa.

—Travis, ¿quieres acompañarnos? —investigó Diana.

—No, cariño, debo arreglar todo para el torneo de polo, será en dos días y debo llamar a Henry, y recordarles a Mark y Michael para que vengan, se quedarán aquí, será solo un día.

—Está bien, pero más tarde te nos unes, ¿sí?

—Claro. —Le dio un beso—. Siéntate, Kate, que te puede dar algo de andar como un sabueso detrás de Alexander.

—Tú sabes algo, ¿verdad? —exclamó y lo señaló—. Esa enfermera mugrienta es el problema, ¿no es así?

—Claro, es que es tan dulce —respondió irónico.

—¡Lo sabía! Pero ya sé cómo deshacerme de ella —dijo Kate maliciosa.

—Pero siéntate para planear tu maldad, necesitarás usar mucho el cerebro —insinuó Travis antes de retirarse.




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