Amor extranjero

30

Claro que jugaría con los sentimientos de Alexander, sabía que tenía algún tipo de rivalidad con Edmund y eso no podía evitarlo, era tentador ponerlo “celoso”.

Milena: Él es más agradable que tú, no me acosa.

—¡Eso es lo que tú crees!

Alexander: Ese hombre está obviamente montando algún tipo de estrategia con la macabra de su madre, es obvio, ¿no te parece?

—No me fío de lady Seraphine, así que ahí tienes razón.

Milena: Me encanta la seriedad y caballerosidad de Edmund.

—Por favor. Es broma, ¿verdad?

Alexander: Tus gustos son un poco raros, pero sé que te encanto.

—Vete a dormir, Alex, sabes que me encantas.

Milena: Te veo en el torneo, duerme bien.

Alexander: Está bien, descansa, Milena, y no lo olvides, piensa en mí, muchos besos.

—Te faltó “besos donde más te gusten”.

Milena: Pensaré tanto en ti como pienso en la tangente de la raíz cuadrada de alguna estupidez matemática.

—¿Qué demonios? Escríbeme en inglés. Traductor.

Alexander lo metió al traductor y pudo entender un poco.

Alexander: La mejor forma de solucionar el problema es simple, si no puedes contra el enemigo, únete. ¿Qué te parece si nos unimos?

—Si no puedes, ¡no! —gruñó al leer el mensaje, estaba loco.

Milena: Dame como 20 años para pensarlo, buenas noches, ahora sí me desconecto.

Alexander sonrió y se dedicó a pensar en cómo haría para conseguir un acercamiento con Milena.

—Eliot, querido —gritó lady Seraphine al ver a su otro hijo entrar por la puerta—. Ven ya a desayunar con tu hermano. ¡Siéntate, Siéntate!

—Bienvenido al infierno —saludó Edmund bebiendo un café.

—Gracias, querido Edmund, ¿qué no aprecias las atenciones de nuestra madre?

—Claro que las aprecio, mira mi sonrisa, por su culpa tengo que acosar a una pobre mujer —explicó y señaló su cara.

—¡Yo solo vengo a divertirme! Y, claro, para saber cómo va todo para decirle a Henry la verdad —contó Eliot.

—No vamos muy bien con eso, no sabemos cómo decirle —expresó más seria lady Seraphine.

—No conseguiremos nada si no le decimos a Alexander —opinó Edmund al bajar el periódico.

—Déjenmelo a mí.

—No —dijeron su madre y su hermano a la vez.

—Seguiremos millones de años más esperando que algún día él sepa sobre nuestro parentesco —se quejó Eliot.

—No creo que sea buena idea que lo digas tú, Eliot, te falta tacto.

—Aquí lo que falta es alguien que tenga pantalones —discutió él.

—Yo se lo diré, solo esperen a que coja valor para hacerlo —declaró su madre.

—Estamos perdidos, muy perdidos —aseguró y observó su delicioso desayuno.

Eliot Davenport era integrante del equipo de polo de su hermano, la política y su puesto en una de las multinacionales más grandes del mundo, eso le que acaparaban su vida, soltero y sin escándalos que se le conocieran, vivía feliz solo sin esperar que su vida amorosa existiera. Se caracterizaba por su carácter jovial y bromista, a veces solía meter la pata hasta el fondo, aquello era la maldición de la familia de su madre.

—Disculpen, yo tengo una cita con la señorita Ana para enseñarle a montar.

—¿Le enseñas a montar caballos o así le dicen ahora? —preguntó Eliot.

—Caballo, Eliot. ¡Caballo! —gritó enojado Edmund.

—Espera te acompaño. Quiero ver cómo monta el caballo —dijo su hermano tras él.

Edmund subió muy enojado a su caballo y detrás Eliot que no se cambió.

—¿Aún no tienes sentido del humor? 

—No.

—Por eso Kim te dejó, aunque lo mejor era que se dejaran, era una cualquiera.

Cerró los ojos para no perder los estribos.

—Mira que engañarte con tu jefe de campaña es lamentable.

—¡Cállate!

—¿Sabes qué te sucede? Que no tienes con quién desahogar tus penas.

—¿Sabes qué me sucede? Necesito paz y que te calles.

—Necesitas una mujer. 

—Lo que menos necesito es de una diabla.

—¿Y qué hay de aquella morena de belleza extraña? —inquirió Eliot al ver a Milena.

—Nada, no pasa nada.

Milena ya estaba lista y esperaba su próxima lección, pero Edmund no iba solo.

—Buen día, Ana —saludó—, él es mi hermano Eliot.

—¡Buen día, señorita Ana! Es un placer conocer a la conquista de mi hermano, está en todos los medios —mencionó con una sonrisa enorme—, es usted la de las fotos, déjeme decirle que estoy encantado con la idea que mi hermano rehaga su vida con alguien como usted. No la conozco, pero debe ser muy buena.




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