Amor extranjero

31

Patalear no servía de nada. Alex iba con una sonrisa que partía su cara en dos perfectas mitades.

—Milena, querida, solo es momento de cooperar —provocó. 

—¡¿Cooperar?! Entras a mi casa, invades mi privacidad, me llevas a mi habitación sin mí consentimiento y aun así quieres que coopere. En serio que no tienes vergüenza.

—La vergüenza muy pocas veces es bien vista, agradece que sea un desvergonzado que quiere pasar la noche contigo. —Abrió la puerta de la habitación principal de la cabaña.

—Mis oídos sangran, Alexander. No puedo creer que me pidas que “agradezca” este secuestro

—Si era un secuestro pediría un rescate y obviamente esta situación no es uno —riñó, la colocó en la cama antes de encender uno de los veladores.

Él se sentó a su lado en la cama, pero flash era un fantoche al lado de Milena por la forma en la que se alejó.

—¿No me digas que piensas jugar a las escondidas? Suena excitante, la verdad.

—¿Hasta dónde llega tu desvergüenza?

—Pero si aún no te he mostrado mis grandes dotes de sinvergüenza

—No me digas eso, creí haberlo visto todo —masculló Milena con ironía.

—Te falta un poco por ver más de mí —insistió, se quitó la chaqueta.

—¡¿Qué crees que haces?!.

—Es obvio, voy a desnudarme y dejarte ver que sí puedo ser un verdadero sinvergüenza —explicó burlón, se bajó el pantalón y lo arrojó a un lado.

Se cubrió los ojos con las manos, no debía pecar de mirona.

—Ahora me estoy quitando la remera, Milena —relató entre risas.

—No necesito de una transmisión en vivo, Dios mío, vete.

—Ahora estoy a punto de quitarme mi diminuto bóxer y quedar listo para que me observes en todo mi esplendor —reveló, le arrojó su ropa interior a Milena en la cabeza.

—Dime que no es tu calzón —aulló avergonzada.

—Es mi bello calzón.

—Asqueroso —bufó, sacó las manos de sus ojos para arrojarle los calzones, pero no pudo evitar mirar y bien, llevaba tiempo sin ver uno de esos.

Él dio una vuelta exhibiéndose sin una sola pizca de decencia.

Milena corrió a la cama y agarró una de las almohadas.

—Tapate eso —exigió, se la lanzó justo en las partes.

Auch, Milena. ¡Eso duele! —Cayó de rodillas a la alfombra.

—Lo siento —exclamó, caminó hacia él para ver si no le había hecho daño.

Alexander sonrió, cínico.

—¡Te tengo, Milena! —La atrapó y recostó en la alfombra, colocó su desnuda figura sobre ella.

—Fingiste, embustero descarado —señaló enojada.

—Sé que te duele mi dolor, pero en serio le diste al desayuno, casi rompes los huevos y cortas la salchicha.

Ella sonrió ante su desquiciada salida y lo miró a sus hermosos ojos azules.

—Está bien, Alex, ganaste otra vez—cedió—. ¿Ahora qué?

—Pues como soy el indiscutido ganador, quiero un premio —pidió, la besó en los labios y luego en el cuello.

—¿Premiarte por acabar con mi paciencia? No es justo.

—Te hubieras esforzado más para ganar —respondió él.

—¿Qué quieres de premio? —preguntó rendida.

—Una noche contigo, no es mucho, ¿verdad? Eres viuda, por lo que pasar una noche conmigo no es un pecado, bueno, sí lo es y se llama fornicación, pero es solo un pequeño detalle.

—No quiero involucrarme en algo que acabará, Alexander, esto en realidad es excitante, en serio, pero quiero que entiendas que no quiero sufrir, ya no quiero sufrir, estaba bien sin ti, y ahora ya no tiene caso negar que muero de deseos —gruñó frustrada

—Eso era todo lo que necesitaba. —La levantó del suelo para llevarla a la cama.

Milena estaba lista para, por una vez en su vida, dejarse llevar por sus deseos reales, no más fingir que no lo quería, sino que lo necesitaba con mucha urgencia para aplacar el fuego que estaba en ella y todo eso con la esperanza que no le gustara y nunca más se acercara a ella, ¡era mentira! ¿Estaba intentando engañarse de nuevo?

Alexander le quitó la camisola que tenía y le acarició los pequeños pechos, nada mejor que aquello, le faltarían manos para acariciar ese cuerpo.

No alcanzaba a describir todo lo que sucedía en su cuerpo, ella era un juguete para él.

—No soy un juguete, Alex —reclamó apenas muy excitada.

—¿Sabes qué hacen los niños con sus juguetes? Se los meten en la boca, Milena —expresó e hizo lo hacían.

Alexander era sinónimo de temperatura muy elevada y a la vez de un orgasmo sin penetración, era tanto cuánto le gustaba. Sus manos lo recorrían de la espalda hasta su abdomen, no era un hombre grande, era más bien normal, pero bastante cuidado y le encantaba.

—Milena, quisiera ser un pulpo para tener tantas manos para acariciarte completa —dijo perdido, quería hacerlo todo con prisa y sin calma.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.