Amor extranjero

32

Milena llamó a un taxi luego de tomarse un baño. Debía borrar todo rastro de esa noche, ¿pero cómo? Fue tan apasionado, delicado y amable con ella que lo haría mil veces más.

Con nervios, esperaba que llegara para ir a buscar la bendita pastilla. ¿Cómo fueron tan irresponsables? Siendo un médico lo creía un poco más inteligente, debería andar con protección hasta en las orejas, no podía ser que no tuviera nada.

El taxi tocó la bocina y ella salió con celeridad.

—A la Drugstore más cercana, por favor —pidió ella al subir.

—Sí, señora —respondió el taxista.

Gracias a Dios estaba una muy cerca, parecía una loca por estrujarse las manos por los nervios durante todo el trayecto. No podía evitarlo, el miedo la corroía, mientras más tardaba más riesgos tenía que ocurriera lo que no quería.

Los niños no tenían nada de malo, pero ella sola con un niño regresando a su país era algo que no podía ni siquiera concebir. ¿Qué pensaría Doña Morena, su madre, su hermano y todos los que la conocían si regresaba con el bebé de algún inglés? No quería imaginarse el horror que sentirían. En especial la decepción de la familia de Javier, pensarían que fue un mujer fácil.

Negó con la cabeza mientras el taxista la miraba, pensaba de seguro de que estaba loca.

—Es aquí, señora. ¿Quiere que la espere?

—Por favor, espere, necesito que me lleve nuevamente a la cabaña.

Entró con más rapidez a la Drugstore, sin muchos rodeos pidió la post day, cosa que nunca se tomó, pero su irresponsabilidad la llevaba a creerlo muy necesario.

Alex se colocó su vestimenta para el polo mientras observaba por la ventana los toldos que colocaban los empleados, el catering, las bebidas, todo estaba casi listo para que la jornada fuera perfecta, solo esperaba la presencia de Milena. Tan solo unas horas sin verla y pese a su galopante negatividad, ella no se alejaba de su mente, estaba más presente que nunca.

Salió de la habitación para dirigirse a la planta baja.

—Alexander, qué gratificante es verte con los tuyos —comentó Max.

—¿Cómo van los huérfanos en Kenia? —inquirió con sorna.

—Es una buena pregunta, alguna organización debe saberlo —disertó.

—Dejen eso, se ven una vez al año y es para pelear —dijo Michael y ofició de árbitro—. Esperemos este año dar la paliza como equipo y no que vuelvan a darnos una como el año pasado.

—Fue culpa de Mark —acusó Alexander.

—Si tú no hubieras estado tras Edmund hubiéramos ganado, hacía falta que te golpee con el palo.

—Si tú no hubieras estado cazando mariposas todo sería diferente —insistió.

—No tiene caso —culminó Michael al mirar a Travis.

—Déjalos, sabíamos que esto pasaría, Clayton y Liam ya han llegado, el equipo de Davenport parece mucho más unido que el nuestro.


***

Milena de vuelta en la cabaña, se sirvió un vaso con agua e iba a sacar la pastilla del envoltorio.

—Aquí vamos. —Sonrió tranquila. Entretanto, la apretó para sacarlo.

Ana, niña —gritó una voz conocida afuera.

Se toca la puerta, mamá —repuso enojado Edmund del otro lado.

La pastilla se le cayó en el suelo, comenzó a rodar hasta quedar debajo de un mueble.

—¡No, no, no! —Intentó alcanzarla.

—Voy a entrar por la ventana nuevamente —amenazó con burla la duquesa.

—¿Ya entraste por la ventana alguna vez aquí,  mamá? —preguntó Eliot—. ¡De lujo!

—Esta cabaña necesita un seguro —murmuró Milena, recordó la entrada de lady Seraphine y Alexander.

Se levantó, echó chispas del suelo, maldijo su mala fortuna.

—¡Por fin abres la puerta! Anda, vístete para el torneo.

—Buen día, lady Seraphine, ya estoy vestida para la ocasión. —Se refirió a unos jeans y una remera.

—¡Cuánto me encanta tu espíritu rebelde! Pero aquí, querida, debes ir con un vestido o algún otro tipo de ropa, los jeans no son adecuados, es un evento social.

—No me diga eso, ¿Edmund? —solicitó para que la defendiera, pero su madre tenía razón—. No fuiste capaz de decirme cómo debo ir vestida.

—Yo no veo nada de malo en cómo luces —opinó Eliot.

—Ve que vamos a llegar tarde y estos dos tienen que estar listos porque deben competir.

Por todos los santos que no tenía un vestido para ir, nada que se ajustara a lo que lady Seraphine pedía, además, «¿cuántas personas habría en el dichoso torneo? Ni siquiera serían veinte, era seguro», pensó.

Se colocó al final un vestido floreado de entre casa, esperaba que nadie notara que estaba un poco usado.

Eliot conducía la camioneta produciéndole a los tres un tremendo dolor de cabeza, la duquesa hacía todo lo posible por juntar a Edmund y Milena, si podía los ataría juntos para que se entendieran mejor.




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