¿Sus oídos lo engañaban o Milena había implícitamente aceptado algo con él?
—Sé mi payaso personal, Alex, nadie como tú para una buena ronda de carcajadas.
—No es en broma, Milena. —Se emocionó al escucharla.
—Si lo dices con una sonrisa parece un chiste.
—No sé qué hacer contigo —expuso, colocó brazo de manera cómoda por el respaldo de la silla en la que se encontraba Milena.
Sabía que habían demasiados ojos cerca, no podía acariciarla ni darle un fugaz beso.
—Damas y Caballeros. La segunda partida está por iniciar, por favor vuelvan a sus asientos si no quieren perderse al Duque de Dorset y a Louis Lecter en un duelo apasionante.
Los invitados volvían a sus asientos para observar la partida. Sin duda, Edmund era muy elegante, mientras se metían al campo de juego, él levantó la mano parta saludarla, en aquel momento casi todos los presentes voltearon para ver a quién iban dirigidos los gestos.
Ella le levantó la mano, correspondió al saludo y fue como decirle al público: «¡soy yo, sí, claro que soy yo, no me pierdan de vista!».
Luego de darse cuenta que se convirtió en el centro de las miradas, decidió hacerse la desentendida.
—Voy a cortarle la mano a Edmund —murmuró Alexander, negó con la cabeza mientras fruncía el ceño.
—No seas abusivo, solo saludó.
—Seguro. —Se agachó hacia su oído—. Ahora todo el mundo piensa que están involucrados y no faltará alguien que haya visto tus fotos con él en Internet. ¿Sabes que Internet es peligroso?
—Claro que sí lo sé, aún no he podido librarme de mi última adquisición en el chat.
—Mi cielo, no quieres librarte de mí, solo quieres una excusa para fingir que no te gusto, pero para mi buena fortuna, eres muy mala fingiendo.
—Es cierto, soy muy mala fingiendo, pero me escudo bajo el concepto de las buenas costumbres.
—No vivimos en el siglo pasado —recordó Alexander, agarró una copa del mesero que pasaba.
—Yo sí tengo una mentalidad del siglo pasado, nací en los setentas.
—Qué coincidencia, yo también, pero mi mentalidad es del siglo XXI. La gente puede mudarse para vivir juntos sin casarse, por ejemplo, aunque sigue sin ser bien visto.
—Yo no viviría con nadie que no fuera mi familia —aseguró.
—¿Tampoco conmigo?
—Menos contigo, eres un extraño.
—Dormimos juntos, no soy tan extraño como quieres hacerme creer.
—Eres mejor que Di Caprio para el papel de hombre de la máscara de hierro. ¡Un cara dura total!
—Mmm, quizás. —Sonrió mirando al partido, Eliot había anotado un tanto—. ¡Bien, Eliot!
—Probablemente juegues contra ellos, no alientes al rival.
—El deporte es pasión, querida Ana Milena, soy un gran apasionado del polo y el deporte motor, el fútbol no es tanto lo mío y me encantan las mujeres. —Sonrió pillo.
—Si lo pones así, no tengo ni una sola pasión más que leer tonterías en internet o leer novelas físicas, mi vida no tiene nada de emocionante, somos polos opuestos, tú amas la adrenalina y yo la tranquilidad, otra razón más para no estar juntos.
—Los polos opuestos se atraen, quizá sirvamos para equilibrarnos mutuamente, solo piénsalo.
—Eres más persistente que una jaqueca.
Vieron el partido de polo en silencio hasta que culminó y comenzó otro receso donde se renovaron las comidas y bebidas.
—¿Preparado para perder, Alexander? —preguntó burlón Edmund.
—¿Sonreíste, Edmund? —pronunció con ironía al mirar hacia el cielo—. Por favor, no nos arruines el día, hasta ahora no hay nubes, pero tu extraña sonrisa quizás atraiga una granizada del tamaño de pelotas de tenis.
Milena estaba sentada entre ambos, se quedaría callada, esperaría a que se calmaran.
—Otro año, otra libra —dijo aún más sonriente Edmund—. Perderán de vuelta este año.
—Lecter era tan fácil como bajarse la cremallera, el año pasado les regalamos la victoria.
Ignorada, Milena se levantó de forma repentina.
—Disculpen, caballeros, iré a buscar algo de comer. Con permiso.
—Voy contigo. —Se levantó veloz y presto a acompañarla.
—No, mejor quédate a seguir discutiendo —respondió y los dejó.
—¿Ves lo que haces, Davenport?
—No hice nada, solo estábamos hablando, Milena es irreflexiva a veces, no debes presionarla.
—Le gusta ser el centro de atención, se fue porque la ignoramos, pero ya le servirá como un baño de humildad —repuso y ladeó la cabeza con altivez.
—Eres tú quien necesita con urgencia de ese baño.
Milena fue hacia las mesas y ahí estaban las cosas raras, agarró uno de los bocadillos que ya conocía, no estaban nada mal. Cuando comía escuchó unos pequeños ladridos, un hermoso caniche toy estaba sentado frente a ella.