Amor extranjero

35

Aquello sonaba a una amenaza, pero lo esperaría, por supuesto que lo haría, estaba decidida a ponerle un nombre a aquello que los volvía locos a ambos.

Se dispuso a responder el mensaje sin mucho apuro y luego se levantó del sofá para poder comenzar a buscar la dichosa pastilla, no podía ser tan difícil hallarla, ¿o sí? 

Levantó cada mueble que tenía cerca y no estaba, ¿dónde se había metido? Al menos que le hayan crecido patas. Esa pastilla se fue, en ese momento el pánico se apoderó de ella, corrió a su habitación y miró su agenda donde tenía anotada la fecha de su último período, no ovulaba, pero era un día fértil.

Durante años se cuidó con ese método, no le hacía mucha gracia modificar las fechas de su período.

—Hubieras mantenido las piernas cerradas, Milena —se reprochó—. Si lo hubieras hecho no estarías calculando probabilidades, eso pasa por no usar tu cabeza y pensar con zonas que no sirven para eso.

No paraba de maldecir mientras seguía con su búsqueda, esa pastilla desapareció en definitiva, necesitaba una nueva y él se la llevaría.

Peligrosa:

Te espero, no te vayas a tardar mucho con Kate... :( Oh, lo siento, eres libre de hacer lo que gustes. Y no, no te quedarás a dormir y es mi última palabra.

Alex leyó sonriente el mensaje, los celos consumían a su querida Milena, el problema era que, al parecer, Kate se lo tomó en serio y no se despegaba de él.

Unos minutos después llegó otro mensaje.

Peligrosa:

No vengas si no traes una post day, la que compré esta mañana se extravío, no te abriré la puerta si llegas con las manos vacías.

—A sus órdenes —respondió.

—Ya deja ese teléfono, Alexander, y disfruta —invitó Kate muy contenta.

—Creo que estoy resintiendo la lesión del accidente, iré a recostarme.

—Ve, Alexander, yo voy a hacerle compañía a tu amiga —insinuó Eliot, tomó a Kate de la cintura.

—Gracias, qué amable, ahí lo tienes, Kate, diviértete. —Se retiró aliviado Alexander.

Kate iba a seguirlo, pero Eliot la retuvo.

—No quiere estar contigo, gatita, mejor quédate conmigo. —Sonrió casi con su nariz en el cuello de ella.

—Tu dulce madre está aquí, y me odia, me voy, deja de acosarme —insistió y salió de la sala, pero Eliot no pensaba dejarla en paz por lo que, con mucha discreción, la siguió.

Alexander tomó un baño y con rapidez se colocó ropa normal, agarró su reloj y metió su celular al bolsillo. Bajó para buscar un vehículo para poder usar, le devolvería el automóvil a Milena.

—Travis, no me esperen —murmuró casi por salir.

—¿A dónde vas? Estamos todos, ¿dejarás solo a Henry con la tía Seraphine? 

—Ni modo que me lo lleve a la cita con Milena, puede quedarse contigo, incluso lady Seraphine puede llevárselo a su casa y adoptarlo, te aseguro que mi madre no lo extrañará. Adiós.

—Eres cruel, mucha suerte. —Le sonrió con despedida.

Al salir se cruzó con Edmund que estaba en su camioneta, hablaba por el celular, su rostro era de ira y desilusión, tal vez recibía malas noticias.

Se acercó a la ventanilla y la golpeó con la uña.

—¿Todo bien? —preguntó después que Edmund bajó el vidrio.

—Bien, no es nada. —Cortó el teléfono sin despedirse de nadie.

—Vamos, Edmund, puedes contármelo, no se lo diré a nadie.

—He dicho que no es nada, iré adentro —se despidió con el rostro sombrío.

Edmund no estaba en sus mejores momentos, en la intimidad de los amigos se sabía que fue engañado por su novia, lo que le causó gran decepción por dos partes, fue timado por Kim y su mejor amigo y jefe de campaña, se aprovechó de él todo ese tiempo.

Alexander subió al vehículo y pensó en la desilusión de Edmund y lo único que esperaba era que no buscara consuelo con Milena, había cierta camaradería entre ellos, ella le sonreía como si él fuera un payaso de circo, lo que denotaba que podía ver más allá que la simple seriedad de él, lo veía como alguien que debía dejar un poco la rigidez y dejarse llevar un poco más.

El celular sonó mientras él conducía, se paró a unos metros y contestó, era un número privado.

—¿Bueno? —preguntó con tono serio.

Doctor Van Strauss, me tiene muy abandonada, no contesta mis llamadas, ni mensajes —acusó Candy del otro lado.

Alexander cerró los ojos con fuerza, tiró la cabeza hacia atrás.

—He tenido mala recepción de señal —mintió—, de hecho, estoy por perder la llamada. ¡Candy! ¿Candy? ¿Me escuchas? Adiós. —Sonrió al finalizar.

No quería saber de ella, más bien la olvidó, al parecer debía rogarle a su madre para que se encargara de ella.

Candy volvió a marcar el número, pero él lo coloco en silencio, no se arriesgaría a que nadie lo molestara si quería conseguir un trato con Milena.

Sabía que al llegar con las manos vacías no le esperaba nada bueno, estaba demasiado preocupada por quedar embarazada, él también, en cierta medida, lo estaba; tenía treinta y cinco años y nunca recibió ningún tipo de reclamo de paternidad lo que significaba su sumo cuidado con eso, salvo en esa ocasión. Su mente estaba más ocupada en seducir a Milena que en cuidar donde sembraba la semilla.




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