Amor extranjero

36

¿Estaba loca o aceptó la propuesta del inglés canalla? 

—No puedo creer que haya aceptado este tipo de relaciones. Solo hoy se lo criticaba a Travis, debería mirar la viga en mi ojo y no la paja en el ojo de mi hermano —comentó Milena siendo acariciada en el rostro por Alexander.

—Es lo que tú deseas, no lo que yo en realidad quería ofrecerte, pero como te veo tan contenta por tenerme... ¡aprovéchame!

—¿Nunca tomas nada en serio? Payaseas todo el tiempo.

—Es para que sonrías para mí —susurró besándola en los labios con lentitud, con muy dolorosa y agobiante lentitud.

Aquel momento debería llamarse «el éxtasis de Milena Palacios», no lo negaría más, ¡adoraba esos labios!

Alexander sabía cómo complacerla sin conocerla y hacerla feliz sin saberlo. No hizo nada en absoluto por él. En su relación con Javier ella era quien movía las cosas, preparaba el ambiente propicio para el romance, le hacía regalos, lo escuchaba, intentaba no discutir para tener el mayor tiempo de paz posible, debía morderse la lengua muchas veces con tal de no escuchar agresiones verbales y tampoco decirlas.

Él era muy diferente a Javier, aunque todavía era muy temprano para juzgarlo, podría fingir para engatusarla, pero por el momento la tenía encantada. ¿Para cuándo la vida? Debía dejar un poco la rigidez de su viudez, no fue feliz desde hacía tiempo por la cantidad de problemas que tenía desde que Javier murió, entre deudas, trabajo, hospital y su familia que intentaba apoyarla a pesar que se cerraba a aquello.

Habían pasado años para seguir fiel al triste recuerdo que le dejó su esposo, aunque aún no sabía cómo lidiar con una nueva relación sin los miedos de la última que tuvo, ¿y si algún día Alexander despertaba celoso y la goleaba, le prohibía salir o colocarse un jeans que a ella le gustara? ¡Dios, qué pesadilla! Debía dejar en claro eso.

Tras ese pensamiento se desconcertó del beso y se alejó un poco.

—Quiero poner una condición más —indicó.

—Déjame anotar, eres un libro de reglas y más reglas —bromeó Alexander—. Si no anoto me voy a olvidar y eso no sería bueno, ¿o sí?

—No puedo contigo, tengo que estar preparada para morir en cualquier momento por culpa tuya. Solo quería dejar claro un punto, tus celos...

—¿Celos yo? Me confundes con otro.

—Celas de Edmund.

—Es obvio que voy a celar de Edmund, vive mirando tu trasero. No es fácil compartir la visual, ¿sabes?

—Pues yo miro el trasero de ambos y no me ando quejando.

—¿Le miras el trasero? —sonrió con la mano en el pecho con falsa indignación.

—A eso me refiero. Seremos amigos con derechos, pero eso no significa que escogerás mis amistades, mi ropa, mi maquillaje, mis horas de estar en la calle, revisar mi celular, mi computadora o preguntarme qué estuve haciendo todo el día. No seremos novios. Y si lo somos, tampoco jamás se te ocurra hacerme algo así, porque sería causal de disolución de nuestro trato.

—¿Esperas que no me interese ni me preocupe por tu vida? Tu trato sería igual para alguien que solo quiere tenerte en la cama, mas yo no solo quiero eso, quiero saber más de ti, pasaremos un año, juntos. No me interesa revisarte las cosas ni prohibirte nada, tienes mi confianza, no tengas miedo, no soy tu difunto marido, no todos somos como él.

—Me cuesta creerlo. Eso fue un infierno. Cuando empezó a celarme fue como si me hubiera matado como persona y no deseo que tú lo hagas, no soportaría eso. 

Él tomó su mano y la besó.

—Vamos a la cabaña, quiero conocer todo de ti, compartiremos mucho tiempo juntos, al menos hasta que vuelva a mi trabajo donde iré como un gato a entrar por tu ventana cuando esté libre de las guardias, ya no quiero volver  —se quejó, puso en marcha el auto.

—El trabajo siempre te ayuda a estar distraído y no pensar en estupideces o al menos siempre creí eso. Nunca tuve tiempo de celar a mi marido porque estaba ocupada, al parecer él no estaba tan ocupado y se inventaba fantasmas en todas partes. No te imaginas la sensación de volver a tu casa del trabajo y encontrarte con una invención más ridícula que la anterior.

A Alexander solo se le cruzó su madre por la mente, al llegar del trabajo siempre le echaba en cara que no cumplía con sus obligaciones, que no se casaba, que no le daba nietos, que su profesión no servía para nada. Por supuesto que sabía lo que era llegar y ser atacado al pasar la puerta.

—Nunca estuve casado y luego de verte a ti lo agradezco —bromeó—, pero vivir con mi madre es como estar casado con el diablo.

—¿Aún vives con tu madre? —preguntó en medio de risas—. ¿No estás muy grande para eso?

—Puedo parar el automóvil y bajarte si gustas. No comprendes el punto. Imagina, un hombre guapo, culto, ¡soltero! Que no sabe cocinar, básicamente un inútil viviendo solo; viviendo es un término que utilizaremos para decir que habito un lugar, porque en realidad mi profesión no me deja vivir en un sitio como el resto, tengo guardias y pocos días libres. En fin, no me gusta estar solo, soy sociable y aunque odio todos los reclamos de mi madre, no podría sentirme feliz al llegar a una estancia y no escuchar ni un mosquito volando.




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