Amor extranjero

37

Lady Seraphine la miraba inquisidora, esperaba una explicación racional.

—¿Y bien, niña? Estoy esperando una explicación.

—Es la ropa interior de mi difunto esposo. A veces cuando me siento muy sola quito sus ropas que siempre traigo conmigo —explicó con una nerviosa sonrisa.

—Qué alivio, querida, pensé que habías contratado un hombre de la mala vida —suspiró—. Sé cómo puede ser a veces la soledad, aunque no lo creas. —Se acercó la duquesa para contarle algo muy cerca del oído—. Después de que murió mi amado duque, hace tiempo y tiempo después claro está, tuve una pequeña aventura con un barón un poco más joven, pero tuve que dejarlo, no quería que mis hijos se enteraran. Así que te comprendo si buscas compañía.

Milena la miró con la boca abierta, jamás hubiera imaginado que ella era de las que caía en el encanto de un caballero.

—Por supuesto, claro. No volverá a ocurrir.

—Cualquier cosa, si te sientes sola, está mi hijo Edmund, tan galante.

—Disculpe, lady Seraphine, pero, ¿Edmund sabe que intenta meterlo en mi cama? —cuestionó sin tapujos.

—No, mas es hombre, tú eres muy agraciada, caerá muerto a tus pies si te lo propones.

—No lo creo. Sobre su hijo Edmund, yo quería...

—¡Sé que te gusta su compañía! Y debes ver todo lo que salió en el periódico sobre ustedes hoy.

—¿Otra vez? No, por favor- 

—Hay una hermosa foto donde parecen verdaderos enamorados. No te incomodaría ser mi nuera, ¿verdad?

—¿Perdón? Lady Seraphine, creo que hay un terrible error.

—¿Qué error? Ni qué error. Adoraría que fueras mi nuera, solo debo convencer a Edmund y a ti de que son perfectos juntos y…

Si lady Seraphine no cerraba la boca, ella se la cerraría de una vez. Debía entender que no existía, ni existiría nada entre ella y Edmund.

—Lady Seraphine...

—Piensa en todo, Edmund puede poner el mundo a tus pies.

—Lady Seraphine —insistió Milena.

—Él no será como fue tu esposo, lo prometo, y te dará hermosos hijos.

—Lady Seraphine, ya basta —gritó impaciente—. A veces me exaspera su intensidad. Necesito que entienda una cosa, Edmund y yo somos buenos amigos, nada más, no existirá nada entre nosotros, nunca.

Lady Seraphine no parecía ofendida, se levantó tranquila del sofá y caminó.

—Es por Alexander, ¿no es así? Lo he visto pendiente de ti todo el tiempo, sé que es adorable, pero es un traicionero Van Strauss.

—No es eso.

—Depositaste tus esperanzas en él, puedo verlo, no insistiré más en una relación con mi hijo Edmund si tus sentimientos están comprometidos con él —razonó.

—Solo tengo cierta afinidad con él, pero no tengo nada involucrado.

La duquesa sonrió con ironía.

—Eso es lo que crees, huele a ingenuidad, creo que eres lo bastante grande para saber que sobre los sentimientos no se manda.

—Lo sé, pero no pienso en ninguna relación con él ni con nadie.

—Deja de engañarte, niña, que pareces tonta, te enamoraste de Alex y te aseguro que eso te costará una que otra lágrima.

—No me diga eso.

—Los Van Strauss siempre hacen llorar —respondió, recordó su propio pasado.

Alexander se convirtió en un Hacker, se leyó el correo y la respuesta. 

Ella intentaba evadirlo, pero había cierto conflicto por parte de Milena, le prometió pensar en iniciar una relación con el tal José. Sin embargo, luego le decía que no podía hacerlo, que no sabía si su cariño era lo suficiente para sostener una relación.

A Alexander le molestaba la presión que José ejercía sobre Milena haciéndose el buen samaritano con la familia de ella, y luego lo del hospital, sospechaba qué era lo que ocultaba ella.

—¿Alex? —preguntó ella al entrar en a la habitación, vio que él estaba sin vestirse con la computadora frente suyo.

Alexander se asustó y cerró de golpe la máquina.

—¿Qué estabas haciendo? Acaso usaste mi máquina para...

—¡Ni lo pienses! Estaba revisando las noticias, siempre hay que estar informado para salir de la casa.

—Sobre eso...

—Te invito a dar un paseo por los lugares turísticos de Londres, ¿qué te parece?

—Lady Seraphine vino a invitarme para un picnic.

—Qué bonito. Seguro le dijiste que no —aseguró en tono irónico.

—En realidad le dije que sí. Como no teníamos planes.

—Pues, ¿cómo se supone que tendremos planes si la duquesa es más exacta que un gallo? 

—No es mi culpa

—Debe ser un pecado mal pagado, pero bueno, tú te lo pierdes —expresó, se levantó y caminó desnudo hacia ella.




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