Amor extranjero

38

Milena retozaba en la cama al lado del pillo Alexander, llevaban un mes juntos y ese mes no se despegó de ella, parecía un chicle pegado a su zapato.

Lo admiraba mientras estaba dormido, su barba estaba un poco crecida, pero lo dejaba muy atractivo. Se levantó para buscar sus ropas en el armario y entrar a bañarse. Miró una vez más en la cama el inerte cuerpo de Alexander que era bastante friolento, estaba tapado hasta casi la oreja.

—Pareces un ángel cuando duermes, luego abres la boca y todo encanto ha desaparecido. —Besó su frente—. Era una mentira, lo más encantador es escucharte.

Se alejó, se metió al baño, buscó su shampoo en el botiquín, pero se quedó perdida mirando los dos cepillos de dientes, uno era el suyo y el otro de Alexander.

—Esto es una locura. —Se tomó del rostro—. ¿Qué haré cuando tenga que volver? No puedo hacerlo.

Hacía mucho tiempo no sentía tanta ansiedad, aún tenía tiempo para quedarse en Londres. Sin embargo, el encanto de su relación con Alexander en lugar de apagarse se encendía más. Recordaba que tenía la esperanza de no enamorarse de él, pero se daba cuenta que falló, lady Seraphine se lo dijo, «en el corazón no se mandaba».

Lo más grave de la situación era el miedo de recibir aquella llamada de José pidiéndole que regresara para volver a su antiguo mundo. Quería quedarse por siempre en ese cuento de amor que vivía con Alexander, sabía que era temporal, pero lo vivía al máximo, como si cada día fuera el último.

Con sentimientos extraños entre desazón y miedo, se metió a la ducha.

Alexander se hizo el dormido. Sabía a la perfección que ella solía despertarse para contemplarlo y algunas veces para echarlo de la cama, lo acusaba de robarse la frazada, pero qué podía hacer, era friolento.

La escuchó decir lo encantador que era, por eso le jugaría una pequeña y encantadora broma.

Con sigilo caminó hasta el baño, la puerta estaba entreabierta; por lo que con la habilidad de un ladrón se metió, se quitó la ropa y se colocó detrás de ella mientras tenía los ojos cerrados y tarareaba horrible una canción.

—Creo que esa canción se llama Yellow —susurró en el oído de Milena quien se alteró al no encontrarse sola.

—Eres un idiota, Largo de aquí, sal ahora mismo, Alexander, antes que te haga tragar el jabón —gritó enfurecida, a él le dolía el estómago de tanto reír —. Ya no tengo privacidad, ni paz, ni nada.

—Eres hermosa cuando te enojas. —Le sonrió, la abrazó y ella se resistió.

—¿Sabes acaso el susto de mierda que me pegaste?

—Lo hice con premeditación y alevosía —confesó sin ápice de arrepentimiento.

—¿Qué voy a hacer contigo? Vas a matarme. —Pegó su nariz a la de Alexander.

—¿Qué tal si solo te dejas consentir?

Ya sabía cómo terminaría aquello, otro día en casa encerrada con el bendito inglés que le sacaba el aliento a veces, casi literal. Después de la placentera ducha, Alexander buscaba algo de comer en el refrigerador, esperaba no subir demasiado de peso en sus vacaciones, pues abandonó sus buenos hábitos de hacer ejercicio por estar con Milena.

—Debo hacer compras, no creo que encuentres nada —informó ella, contempló a Alexander con el cuerpo casi metido en el refrigerador.

—Entonces vamos a comer fuera.

—Está bien. Tengo una duda, ¿acaso piensas estar todo el tiempo con esa ropa? Llevas tres días sin cambiarte o al menos no lo he notado, te llenarás de gusanos —avisó.

—Desde que soy tu amante, cariño, soy independiente, mientras tú duermes, yo lavo, plancho y creo que será algo así como una misión imposible, se lo dejo a las profesionales —contestó con gesto de suficiencia en el rostro.

—¡Qué bueno! Empezaba a preocuparme por tu higiene —bromeó y metió el celular en la cartera.

—¿Te preocupa un simple gusanillo? —inquirió jocoso —. ¿O que a parte de un gusano tenga más?

—Ay, Alex, deja eso y vamos que tengo hambre.

—¿A dónde quieres que te lleve hoy?

Durante el tiempo que estaban juntos la llevó a todos los sitios que ella anotó en su agenda, solo le faltaba cumplir dos sueños más y uno ya estaba muy cerca de cumplirlo, y el otro lo cumplió más de la cuenta.

—A un Starbucks —dijo sonriente—. ¿Sabes que no hay de esos en mi país? Mañana podemos ir a...

—Mañana ya debo volver al trabajo —interrumpió-

—¿Y por qué me lo dices hasta ahora?

—Porque no quería que te estresaras.

—¡Pues ya estoy estresada!

—Tengo que ir por las cosas a casa de Travis y llevarlas a mi casa, luego vendré a buscar la motocicleta.

—¿Haremos eso juntos?

—Sí. Iremos a mi casa, si deseas, puedes conocer a mi madre.

—¡¿Tu madre?! No, déjalo. Con tal, no tenemos nada serio —masculló, miraba a otro lugar para no enfrentar sus propios temores.

—Excelente. Temía que me dijeras que querías conocerla —tentó, fingió alivio.




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