Amor extranjero

41

Sin quererlo una lágrima de tristeza escapó por su mejilla, pensaba que no volvería a sentir eso nunca. Sin embargo, Alexander la cambió como nadie lo hizo, haciéndole creer que existía un futuro después de cada día.

Él vio la lágrima de Milena, su actuación le salió perfecta, pero bastaba de bromas.

—Te lo creíste —se carcajeó al mirarla—. ¿Me crees capaz de tal crueldad? No puedo estar enojado contigo mucho tiempo.

Milena tenía cara, primero de sorprendida por su ataque de risa y luego estaba iracunda. ¿Cómo era posible que jugara así con sus sentimientos?

—¿Me estás diciendo que era un juego? ¿Qué me trataste mal por un juego de adulto inmaduro, irresponsable, cruel, despiadado, patán, descarado, ruin? —Tomó aire y continuó—. ¿Sabes qué? Métete ese celular donde mejor te quede.

Alexander sonreía, ella lo veía con mucho resentimiento.

—¿No puedes aliviarte al saber que era una broma?

—¿Una broma? ¿Sabes acaso lo que tus bromas le hacen a mis nervios? Soy una persona nerviosa, neurótica, ten un poco de decencia y no vuelvas a hacerme esto porque me voy a morir Alex, me muero, oíste —reclamó al abrazarlo.

Aquel abrazo fue el primer paso de Milena para aceptar a Alexander en su vida y, a la vez, aceptar que estaba entusiasmada y enamorada. Se sentía vivir de nuevo.

Él correspondió con fuerza. Milena no se caracterizaba por ser la mujer más afectuosa del mundo. Sin embargo, bajo toda esa dura coraza de recelo y culpas estaba llena de amor para entregar.

—Volví porque no puedo estar lejos de ti, ya sé que le dije a mi madre que iría a cenar con ella, pero prefiero estar contigo. —La tomó de la cintura, acariciaba su piel con los pulgares.

—¿Igual si nos peleamos?

—No me importa pelear, puedo arañar tu puerta y ventanas como un gatito mojado esperando a que abras, soy paciente, Milena.

—Pues no es la impresión que me diste en un principio —lo tentó, sonrió y se alejó.

—¿Quieres poner a prueba mi paciencia? Hazlo, me levantaste el ánimo.

—Tú y tus indirectas —susurró, se acercó con un cazador al acechar a su presa—. Tengo algo muy bueno para ti.

Esas palabras dichas con sensualidad y con pequeñas mordidas a sus labios hicieron que la candente pasión que Alexander sentía por ella despertara.

—Soy todo oídos, mi querida extranjera —comentó, metió las manos bajo la blusa.

Con una lamida en el oído de él, empezó su pequeña tortura.

—¿Ves aquel fregadero? —preguntó sensual al señalar el lugar. Asintió—, pues podemos hacer cosas sucias allí —insinuó, mordió  el lóbulo de la oreja de su enamorado.

—No sabes todas las ideas que tengo con ese fregadero. —Mostró todos sus dientes por la sonrisa.

—Pues empezaremos con lo primero. Lavarás todos los cubiertos sucios de castigo por burlarte de mí —sentenció aún en tono sensual—, lo segundo y principal, lo harás con poca ropa y tercero, te esperaré en la habitación cuando termines.

—Es un trato justo —aceptó—, pero para tu deleite, lo haré como Adán.

Alexander se entregó a un apasionado beso de reconciliación, aún mantenía las manos bajo la blusa, tocó aquella piel canela que lo volvía loco.

Aunque él se quitó todo, ella le arrojó su ropa interior y una remera para que se la pusiera, no podía andar tan campante para enseñar la carne, la distraía, a eso debían sumarle que podría aparecer un ser inoportuno como lady Seraphine.

—Ya terminé, ahora vamos a lo que nos interesa —habló con complicidad.

—¿A qué te refieres? —Se hizo la desentendida con los brazos cruzados.

—¡No te hagas que ahora no me quieres pagar! No tiene palabra, señora Milena. Abusa de su esclavo del servicio obligándolo a usar prendas indecentes —acusó con una ojeada risueña.

—¿A qué prendas indecentes te refieres?

—Estar vestido es indecente —expresó quitándose la camisa—, la piel es la mejor prenda.

—No, no, no —gritó, corrió de Alexander mientras él le arrojaba su ropa interior como la primera vez.

—El sueldo se paga, las leyes de este país me amparan, sea generosa con su pago, señora —gorjeó, la persiguió sin ropa hasta que logró alcanzarla y llenar sus bolsillos con su paga del día.

La cabaña era un lugar pequeño y de ensueño de donde no podía escapar de Alexander, era un hecho que no lo deseaba. Le encantaba su seductor descaro, sus  insaciables ganas de sacarla de sus cabales y, por sobre todo, consentirla. Él era todo lo que ella anhelaba.

—¿Crees que pueda consultar en dónde trabajas? —Giró hacia él que tenía los ojos cerrados y los brazos sobre la cabeza.

—Tiene todas las especialidades y claro que puedes hacerlo, te conseguiré un descuento —comentó somnoliento.

—Está bien.

—¿En qué especialidad quieres consultar?

—Eso no es de tu incumbencia. —Metió una uña en las costillas.




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