Amor extranjero

42

Después que Alexander se fue, se arrojó a la cama y comenzó con sus emocionados berrinches. Vivir con él sería una nueva experiencia, tenía poco menos de un año para realizar ese nuevo sueño de amor en el extranjero.

Ya podía asegurar que estaba enamorada de Alexander. Sin embargo, debía callarlo, estaba dispuesta a vivir al límite el tiempo que estuviera en Londres, pero le propondría que se fueran a vivir juntos recién en dos meses, para conocerse un poco mejor.

Por el momento, todo salía bien entre ambos, pero su periodo se volvió irregular después de tomar la post day, por lo que decidió ir al médico para que le recetaran algo para regularse, no quería accidentes que después fueran difíciles de solucionar.

Se quedó dormida después de su emocionante pensamiento, esperaba que ya fuera de tarde para ir al hospital de su amado.

Alexander llegó a su casa y pasó la puerta, eran las seis de mañana y estaba lleno de vitalidad. Pasar la noche con Milena lo ponía de un excelente humor, saber que pronto abandonaría el nido e iría a anidar con la pajarita que escogió, era satisfactorio.

Su madre debió convertirse en un volcán porque no se presentó a cenar, ¿qué mortal preferiría cenar con una persona que le hacía la vida imposible, en lugar de estar con quien lo llenaba de felicidad?

Tomó una ducha rápida, vio sus prendas y agarró las llaves de su motocicleta. Fue hasta la cocina,  se robó un vaso de jugo y se despidió de la gente que trabajaba ahí.

Era difícil retornar al trabajo después de tanto estar fuera. Dejar a Milena era muy duro. Estaba todo el tiempo tras ella, a veces sentía que odiaría su voz de tanto que la escuchaba quejarse de un montón de cosas mínimas, pero recordaba que eso se debía a su condición femenina.

Mientras estaba en su casa, pudo estudiar su rutina y ella sí que era un animal en ello. Lo único diferente que hacía era tomar un termo cuando sentía calor, rellenarlo con agua y hielo. Intentó que lo probara, no sabía mal, pero tomar Tereré, lo enfriaba bastante rápido y le producía cólicos en el estómago.

Al entrar al hospital, podía oler el desinfectante del servicio de limpieza, mezclado con el aroma de los medicamentos, utensilios y sábanas. Tomó las escaleras, saludó a todo aquel que le saludara y a quienes no, también.

Llegó a su piso, las enfermeras se regocijaban al verlo sonriente y lleno de vida.

—Buen día, ¿qué tengo para hoy? —preguntó en la enfermería.

—Pues tiene muchos pacientes, el doctor Reynolds ha salido de vacaciones y debe atender a sus pacientes anotados —contó una de ellas..

—No hay problema. Lleven el listado a mi consultorio y ahí veo.

Abrió la puerta y pasó para colocarse la bata.

—¿No piensas decirme buen día? —indagó Candy, lo tomó por la espalda para acariciar su torso.

Él despejó las manos de su cuerpo.

—Buen día, enfermera Candy —replicó con gesto reprobatorio.

Ella hizo un mohín y acondicionó la bata que él se puso.

—No te comunicaste en todas estas vacaciones, Alexander —acusó mientras lo veía sentarse.

—Pensé que comprendías lo que significaba que nuestra aventura llegó a su fin —replicó al encender la computadora.

—Eso no puede ser cierto, si la estábamos pasando tan bien —insinuó, sentándose en su regazo.

—No me obligues a ser descortés, Candy. Terminó y ya —explicó, la empujó para que se largara—, pídele a Molly que me traiga la lista y un café. Te llamaré si necesito ayuda con algún paciente, mientras ve a urgencias a ver qué se ofrece.

—No quiero pensar que te aprovechaste de mi inocencia, Alexander.

Él la miró, contuvo una carcajada.

—Empecemos por indagar sobre qué inocencia estás hablando, no eres una niña, y yo no te he ofrecido nada. Era una simple y sencilla relación placentera de unas cuántas veces.

—Por supuesto —respondió con el rostro sombrío—, todos los hombres buscan sexo y luego cuando ya no le sirves, te echan sin compasión.

—Puedes pensar como gustes, pero se terminó.

Candy alzó la nariz con ganas de golpearlo. La despachó sin consideración. Sin embargo, no se daría por vencida. Si antes lo sedujo, podía volver a hacerlo.

***

Milena tomó la tarjeta que le dio Diana para que la buscara cuando necesitara algo. Marcó los números desde su celular y ella contestó.

—¿Hola?

—¿Diana?

—Sí.

—Soy Milena, ¿recuerdas que me diste tu tarjeta?

—¡Claro, claro! ¿Cómo estás?

—Muy bien, ¿y tú? Necesito un favor.

—Siempre y cuando no tenga que ver con Travis, lo haré.

—Siento mucho lo que está pasando entre ustedes.

Lo dejaré en el pasado y volveré a iniciar mi vida, no sientas pena.




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