Amor extranjero

44

—Mañana tengo una cita con Diana —comentó abrazada a él.

—¿Hablarás para que se deje encontrar por Travis?

—Mmm. Sería sucio, ¿no crees?

—No. Travis está buscándola, debe dejarse ver en algún momento, le pedirá matrimonio.

—Es tan romántico, ¿no crees que deberíamos hacer alguna maldad? —Lo codeó mientras movía con ritmo las cejas.

—Ya veo por dónde va la cosa. —Sonrió pillo.

—La invitaré a la cabaña en estos días y, ¡Travis aparecerá de la nada! Asunto arreglado, arrumaco aquí, arrumaco allá.

—Estoy de acuerdo. Solo dime qué hacer y seré tuyo.

—Siempre intentando meterte.

—Adoro meterme contigo, extranjera —la acusó, la apretó contra su cuerpo con fuerza.

Le encantaba tenerla cerca, se le convirtió en una necesidad.

—¿Me esperarás para ir juntos a la cabaña?

—Tienes seis pacientes más y yo te estoy robando el tiempo. Solo vine a verte un instante, estaba un piso más abajo.

—¿Consultaste?

Ella se rascó la cabeza, luego recordó el pinchazo de sangre y su histeria.

—Tenía la regla un poco anómala y entonces decidí consultar, soy tan regular como un cobrador, pero la post day modificó mis fechas y...

—¿Estamos embarazados? —preguntó con una gran sonrisa.

—No, solo tengo anemia. Además, ya estamos tomando precauciones, compraré unas pastillas y listo. —Sonrió nerviosa.

Alexander miró a un costado mientras aflojaba su posesión sobre Milena. Cerró los ojos por unos segundos, la observó.

—¿No quieres tener hijos conmigo, Milena?

Ella no sabía qué decir, se limitaba a verlo, mas debía contestar, de lo contrario, nunca la dejaría en paz.

—No es eso. Piensa, solo estaremos juntos un año, luego yo me voy, ¿qué sucedería si tenemos un bebé? No es como un divorcio en el que te separas y llevas lo que te pertenece. Con ellos es imposible tomar una decisión salomónica y cortarlo por la mitad. Yo no pertenezco aquí, debo volver a mi país.

—Puedes quedarte, vivimos juntos los tres y fin de la historia, ¿por qué quieres complicarlo?

—Hay cosas que tú no entiendes.

—No entiendo porque tú no me lo explicas.

—¡No me gruñas, Alexander, no he venido a discutir! —replicó alejándose de él.

—Siempre estás a la defensiva, no podemos estar sin pelear y es porque me ocultas cosas. No tengo por qué juzgar tu pasado, soy tu presente y te acepto por lo que eres. Tengo treinta y cinco años, Milena, debí madurar algo, ¿no crees?

—Sé que te debo explicaciones, pero no estoy lista, quizá con el tiempo podamos compartir esto que me aqueja. —Lo abrazó, buscó refugio.

—No soy el diablo, Milena. —La besó en su olorosa cabellera. Aquel aroma le encantaba.

—Todo lo consigues con palabras, debiste ser político —le bromeó con los ojos enrojecidos por querer llorar.

Él la tomó de las mejillas, la besó con suavidad y jugó a mover su nariz contra la de ella.

—Debo dejarlo, doctor, tiene pacientes que atender —alegó enternecida por aquel gesto. Alexander tenía aquella capacidad de apaciguar sus caldeados y peleoneros ánimos.

—A la única que quiero atender es a ti.

—¡Deja de ser un lame botas! —Tomó su cartera que dejó sobre la silla y se dirigió a la puerta.

—Te veré esta noche, iré a dormir contigo.

—Iremos a vivir juntos en unos meses, te hastiarás de mí.

—¿Unos meses? En unas semanas, Milena —aclaró con soberbia—. No sé lo que hayas estado cavilando en tu confusa cabecita.

—Te esperaré esta noche para que hablemos. —Se acercó todavía más a la puerta, debía huir antes que él intentara matarla, aunque lo haría por la noche.

Él le dio un beso y le abrió.

—Adiós, doctor.

—Recuerde, señora Palacios, es mejor que olvide eso, de lo contrario, tendrá un gran dolor de cabeza por el golpe —refirió a su idea de ir en meses a vivir con él.

Las enfermeras observaban la escena, Milena se retiraba con la cabeza gacha por la vergüenza que se apoderó de ella.

La vio desaparecer a paso muy rápido y luego miró a la enfermería.

—Que pase el siguiente. —Sonrió coqueto.

Milena tragó saliva cuando caminaba. Estaba bastante nerviosa, Alexander dedujo sus intenciones de no acelerar lo de vivir juntos, ¿y quién podría culparla? Tenía miedo. Si bien era feliz junto a él, aquello era efímero, momentáneo, no duraría para siempre. Serían los meses más felices de su vida; no sabía qué hacer.

Llegó hasta el automóvil y colocó la llave para abrirlo.

Se metió dentro, recostó la cabeza y lo pensó. No debería pasarse tanto tiempo de su vida pensando en él y en lo mucho que lo adoraba. Ocurría lo que ella no deseaba, entregar su corazón.




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