Tal y como lo supuso, Alexander le escribió sobre su cansancio. Se quedaría a descansar en su casa. Después de leer aquel mensaje, suspiró. Estaba de nuevo sola, la computadora y su maligno plan de juntar a Travis y Diana, era lo único que la mantenía despierta aún.
Llevaría un zapato muy bajo para poder recorrer todo el mall. Sabía que Diana era una disconforme con los zapatos y por eso la tendría de arriba para abajo.
Nada podía salir mal, todo estaba fríamente calculado.
Por la mañana, se colocó las prendas más cómodas que podía y tomó la dirección a Londres. Estaban en juego dos cosas: aquella hermosa relación entre Travis y Diana, y un probable trabajo, ya quería dejar el ocio.
El celular sonó. Al ver quién llamaba, se percató que era Alexander.
—Hola. Buen día —exclamó contenta de escucharlo.
—A ti sí que se te escucha contenta, hola, Milena.
—Estoy ansiosa por saber si lo que estuvimos planeando Kate y yo funcionará para unir de nuevo a dos infortunados tortolitos.
—Creo que Kate y tú, son una mala combinación.
—¿Lo dices porque ambas hemos dormido contigo?
—No. Eso es parte del pasado. Tú eres mi presente.
—¡Eres tan dulce! Come algo, el hambre te hace decir sandeces.
—Ya he desayunado. Te estaba hablando con el corazón, tengo fe en que algún día me tomarás en serio.
—Es en serio que debes visitar unos pabellones del hospital. —Sonrió y luego oyó una llamada entrante. Miró y esa vez era Kate—. Te estaré escribiendo, Alexander, ahora tengo que colgar.
—No te juntes demasiado con Kate.
—Es solo por hoy, ¿sí? Un beso.
—Otro para ti y donde más te guste.
Milena sonrió y cortó el teléfono. Miró alrededor y se abanicó el rostro con la mano abierta.
Después que sus colores volvieran, marcó a Kate.
—Hola, Kate.
—Ya estoy aquí, ¿dónde estás?
—Estoy dentro del automóvil, en el estacionamiento.
—Ven a la primera planta, adelantaremos la búsqueda de los zapatos.
Milena aceptó, bajó del auto yendo a encontrarse con Kate. Vio a la rubia parada, escrutaba una vitrina de ropa.
—Kate.
—¿Sabes lo que es decirle adiós a toda esta ropa bonita? —Sonrió con tristeza.
—Nunca tuve nada de eso. En mi país soy pobre y con suerte tengo cosas que sean de una tela decente.
—Es lo bueno de ser pobre, que no te acostumbras a la riqueza.
—Es cierto.
Ambas se quedaron calladas e incómodas.
—Estoy estudiando cocina, ¿crees que es tarde?
—Disculpa si me meto, pero, ¿por qué ya no te interesa Alexander?
—Oh, eso. Pues mis padres querían que me casara, por interés porque están quebrados y yo también, estudio cocina porque debo trabajar si quiero vivir sin pensar en casarme con alguien rico.
—Pensé que eso solo se veía en las novelas.
—No.
Diana se acercó a ellas, miró hacia todos los costados, parecía paranoica.
—Kate, Ana —llamó escondida detrás de un pilar.
Ambas se acercaron y vieron a una mujer con unos tenis, calza deportiva, gorro, cola de caballo y gafas negras.
—¡¿Diana?! —preguntaron al unísono.
—Soy yo.
—Te ves ridícula —aseguró Kate con gesto reprobatorio.
—Es delirio de persecución —opinó Milena sin dejar de pensar que la pobre hacía lo que podía por esconderse del poderoso Travis Teasdale, pero tenía a dos amigas que jugaban en su contra.
—Puedo oler a Travis, se los juro.
—Estás enloqueciendo. Vayamos por esos zapatos —espetó Kate.
El celular de Milena recibió un mensaje.
Travis:
Entren a la tienda Less.
—Como usted ordene —alegó Milena—. Quiero ver esta tienda. —Señaló ella a Less.
—Creo que dejaremos a alguien si dinero —rio Diana, tomó a Kate del brazo.
Las tres mujeres pasaron la puerta al paraíso terrenal de cualquier cenicienta.
Kate se mordía los labios mientras miraba aquellos zapatos irresistibles, pero solo tenía dinero para el taxi.
—Me subo a uno de estos y caigo muerta —refirió Milena a un zapato punta de aguja—, creo que no estamos en el sector correcto.
—Soy yo la asesora de modas, aunque no lo parezco en este instante. ¿Quieres un taco cinco? Es bonito, mas no elegante.
—Creo que prefiero no romperme una pierna, taco cinco es el ideal.