Amor extranjero

49

—Disculpa por molestar, creo que es un mal momento, vas de salida —afirmó al verla vestida elegante.

—Sí, voy a salir, pero tengo tiempo.

—Quería invitarte mañana a montar antes que deje Inglaterra.

—¿Conseguiste la embajada?

Él asintió y luego miró alrededor.

—Me voy a Argentina.

—Entonces seremos como vecinos. —Lo golpeó en el brazo.

Edmund entregó su trémula sonrisa de siempre y vio las luces de un vehículo acercarse.

—Ese debe ser Alexander —anunció Milena, se colocó de manera correcta el vestido.

Alexander vio estacionada la camioneta de la duquesa frente a la cabaña de Milena, ella recibía a Edmund en la puerta, ¿Qué hacía con él? Siempre representaba una rivalidad. Ambos eran perfeccionistas, no quería creer que él estuviera tras la misma mujer que le gustaba. De más estaba decir que a ella le agradaba la compañía de Edmund y eso sí le producía roncha.

—¿Crees que Alexander se enojará si mañana te pido un beso, Edmund? —consultó dudosa—. Será por el objetivo de besar a un aristócrata —explicó al ver que Edmund fruncía el ceño de manera poco agradable.

—Hay algo que no comprendo, ¿por qué me besarías, teniéndolo a él?

—Besar a alguien con título, es todo.

—Creo que alguien omitió un pequeño detalle de su vida —insinuó, oyó que Alexander se acercaba.

—Mi buen, Edmund —saludó, colocó sus manos en el hombro de un distendido rival.

—Alexander, creo que tienes un problema entre manos.

—¿No estarás pensando en conquistar a mi adorable compañera? —indagó aún en tono juguetón.

—Ya está ocupada por ti —respondió—. Vine a invitarla mañana para montar.

—¿Montar? ¿No tienes nada que hacer mañana, Milena? —Se posó a su lado para verla.

Ella sintió el intento de intimidación de Alexander y sostuvo su mirada con decisión.

—No. Mañana salgo a montar con Edmund. Le aseguré que a ti no te molestaría por nada del mundo —indicó, le sobó el brazo para presionarlo.

—Claro, querida, los amigos se hacen compañía y ustedes lo son. —Acarició su cintura.

—Entonces te veo mañana, Milena. Espero que se diviertan —se despidió y caminó hacia el autor.

—Lo haremos pensando en ti, Edmund —alegó irónico haciéndole la despedida con una efusiva muestra de palmas.

Milena le mostró la mano abierta y esperó a que desapareciera por el oscuro paisaje.

—Eres un maleducado, cualquiera notaría el sarcasmo en tus palabras —gruñó al ingresar en la cabaña.

—Estás hermosa —alabó, caminó tras ella.

—Ah, ¿sí? ¿Piensas que con halagos voy a olvidar que casi vi tu elegante zapato en el trasero de Edmund? Eres un adulto para estar sintiendo celos ridículos.

—Me confundes con otro, estoy seguro —rio tomándola de la cintura.

—No me toques cuando me enojo.

—Eres más bella cuando te enojas y eres elegante, te da mucho glamur. —La besó en la mejilla—. No quiero que se desaparezca tu labial.

Alexander con aquel rostro pasivo, su mirada dulce y las palabras casi adecuadas, logró calmar a su ogro interior.

—No soy como tu difunto esposo, no temas. —La tomó del brazo—. Toma la cartera y vámonos.

Ella obedeció. Acompañada, apagó las luces y fue escoltada hasta la camioneta. Le abrió la puerta para que entrara.

—¿Música? —consultó.

—Por favor.

Sonaba de fondo una música actual, mientras ella miraba por la ventana las luces que alumbraban todo. Alexander contemplaba sus facciones poco armoniosas, pero con su propio encanto.

—Sé que no eres como Javier —habló—. No pienso compararte con él, pero deseo que sepas que mi libertad no la voy a perder por nada ni por nadie, ya una vez ocurrió y no lo deseo de vuelta.

—No te doblegaré y mucho menos te obligaré a nada.

—Edmund se va de Inglaterra, consiguió la embajada que estaba buscando.

—Me alegro por él, pero creo que huir no es la solución a sus problemas.

—Tampoco creo eso. Quisiera pedirte algo, claro, sin que te vuelvas loco.

—¿Qué crees que podría volverme loco?

Milena expulsó aire de sus pulmones.

—Mañana le pediré un beso a Edmund.

Él frenó la camioneta con brusquedad y la miró como si estuviera demente.

—¡Estás loca!

—Tú pareces el loco, ¿cómo frenas de esa forma? Animal.

—Besar a Edmund. ¡Por favor!

—Dijiste que me ayudarías a cumplir mis sueños y besar a un aristócrata lo es.

Aquel era el momento de confesarse. No dejaría que ella se involucrara con Edmund de ninguna forma.




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