Amor extranjero

53

—¿Milena necesita a todo mi equipo de abogados? —preguntó incrédulo Travis.

—Yo los necesito. Necesito saber cómo proceder en otro país para evitar la muerte de alguien que no padece muerte cerebral.

—Espera un minuto, ¿de qué hablas?

—Del hijo de Milena, tiene un diagnóstico de muerte cerebral cuando en realidad está en coma inducido. Ella tiene muchos secretos, mi buen amigo. Que fuera viuda es el menor de todos los problemas.

—Respira, Alexander, necesito comprender. ¿Cómo piensas probar eso?

—Tengo todos los estudios y ninguno indica una muerte cerebral, sí daños, pero no es para que muera si es bien tratado. Con el coma inducido ya debe haber sanado —habló vehemente.

—¿Estamos hablando de negligencia médica? —indagó alarmado.

—Y una muy grave. No puedo decirle esto. Es darle esperanzas, pero necesito certeza, porque si lo digo sin los elementos probatorios, ella me dejará por demente y no quiero perderla. O traemos aquí al niño o enviamos a alguien.

—Cualquier papeleo requiere de la madre.

—Es lo que me temo. Tus abogados pueden hacerlo todo, Travis, lo sé. No me salgas con que la corporación es una blanca paloma libre de acusaciones fundamentadas.

—Mi deber es negarlo a la opinión pública, pero no a ti. Es cierto.

—Pues necesito del mal para hacer el bien.

—Trae los estudios. Haré llamar a esos abogados ahora mismo.

—Sabía que podía contar contigo. Sácalos de sus camas ahora mismo —pidió sonriente.

—Fue un mal chiste —alegó sin mirarlo mientras llamaba a una de sus secretarias para que se comunicaran con los dichosos abogados.

Esperaron una hora a que aparecieran los cinco abogados de la corporación. Alexander explicó el caso y pasó las pruebas a los abogados.

—Doctor Van Strauss —tomó la palabra uno de ellos—. En este caso necesitamos primeramente el informe de un experto en el área. Es el primer paso para continuar.

—Supongamos que no soy un médico idiota y todo lo que  he dicho es cierto. ¿Cuál es el siguiente paso?

—Ir a ese país a buscar otro experto que coincida con lo que dijo el de aquí y también llevarnos al que indicó que sus interpretaciones eran correctas. Tenemos, si usted tiene razón, un caso de negligencia, doctor. Hay que ir preparados —sugirió el hombre.

—Ustedes son los que saben de procedimientos. Yo deseo ver resultados y salvar al niño lo antes posible.

—Supongo que la madre ya está al tanto de esta situación. Necesitamos su expresa autorización y sus firmas para proceder.

—Primero que todo esté confirmado y luego tendremos esas cosas. Lo importante es que podamos frenar cualquier tipo de procedimiento que pueda dañar su vida —alegó Travis

—Pues nos ponemos manos a la obra. —Se levantaron los hombres para retirarse.

Ellos les pasaron las manos para despedirse. Alexander estaba seguro de que aún había tiempo de salvar a Benjamín. Salió de la casa de Travis y se dirigió a la residencia de su madre. Cambiaría el automóvil por la motocicleta.

Él entró y no vio a su madre por ningún sitio. Ella era como un bulldog custodiando el lugar, pero en ese momento no había nada.

—Alexander. —Sonrió su madre y besó su mejilla.

—¿Estás bien, madre? —preguntó desconfiado por tanta amabilidad.

—Por supuesto. He pedido que preparen tu comida preferida. No te escaparás de mi hoy.

—¿Y Henry?

—Henry debe aún estar descansando.

—¿Descansando? ¿Has estado tomando  calmantes, antidepresivos o ansiolíticos, madre? No puede ser que estés hablando así de Henry. Lo odias o al menos lo supuse.

—Que no sea mi hijo legítimo, no me hace odiarlo.

—¿Qué dijo madre? —preguntó Henry al bajar las escaleras con los ojos abiertos.

—Ha dicho incoherencias —justificó Alexander con rapidez el actuar de su madre.

—No. Ha dicho que no soy su hijo legítimo, Alexander. Eso también explicaría por qué me odia.

—Henry, no vengas con disparates.

—Ella está amable porque sabe que te irás a vivir con Milena y hará hasta lo imposible porque te quedes aquí bajo sus tortuosos dominios. —Echó de cabeza a la condesa.

—¿Es cierto, madre?

—¡Pues claro que es cierto! Este bastardo es un espía dentro de esta casa.

—¿Bastardo? Me agradaba más el término ilegítimo —se quejó irónico.

—Nos veremos en el almuerzo —gruñó la condesa.

—Me disculpará, madre, pero desearía saber lo ilegítimo que soy. Quiero la verdad —pidió Henry.

—¿Quieres la verdad? La verdad es simple, no eres mi hijo. Mi hijo murió y luego tú llegaste de repuesto en el brazo del conde.

—Es suficiente, madre —mandó Alexander para que ella no siguiera lastimando a Henry.




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