Después de volver a su casa luego de una agotadora reunión con los colombianos, Milena tiró los zapatos y la cartera tan solo al cruzar la puerta de la cabaña, estaba exhausta.
Se sentó en el sillón con las piernas abiertas, echó todo su peso en el respaldo.
—Necesitas dormir —se reprochó demasiado cansada.
No estaba segura si tomar anticonceptivos fuera algo bueno para ella, pero desde que se los tomaba estaba más sensible, cansada y con poco apetito. Escuchó el sonido que le había asignado a Alexander en el celular y con una sonrisa abrió el mensaje.
—Nuestro departamento está listo, paso por ti a las ocho. Ve recogiendo tus cosas —leyó en voz alta.
No pudo sacarle de la cabeza a Alexander que ir a vivir juntos no era buena idea, pero como él no salía de la cabaña, era mejor aceptarlo, si no podía contra él, era mejor unírsele.
El departamento estuvo unos días antes de lo previsto y estaba segura que él tuvo algo que ver. Andaba bastante misterioso, quién sabe lo que estaría haciendo en esos días que lo tenían ocupado. Atendía el teléfono alejándose de ella. No quería creer que fuera por alguna mujer, pese a que no se debían ninguna explicación, sentía que podía matarlo si salía con una tipa a sus costillas.
—Es mejor que quites esto de tu tierna cabecita —resolló presta a no echar a perder su tarde. Ser celosa no era una opción para ella.
Se metió en la computadora y revisó su correo, no sabía nada de José ni de Benjamín, comenzaba a preocuparse por que algo malo sucediera, mas confiaba en que José cumpliera y le avisara si aparecía alguien para la donación.
La destrozaba la idea de perder a Benjamín, pero él debía descansar al igual que ella y su familia. No había nada que se pudiera hacer por él, más que orar por un milagro que nunca llegaba.
Los procesos judiciales por los que atravesó para mantener a Benjamín fueron desgastantes y muy caros, Sin embargo, sentía que valían la pena para ver si algún día despertaba. Decían que la esperanza era lo último que se perdía y ella aún la tenía.
«Hola José,
No he sabido nada de ti. Quería contarte que estoy trabajando en Londres. Sé que no lo necesito, pero me sentía muy inútil y ociosa, y tú sabes que no soy así.
¿Cómo sigues? ¿Ha ido mi madre a verlo? Sé que doña Morena va siempre. Según me ha escrito mi hermano, mamá está con los tratamientos y está avanzando muy bien, eso me tiene muy contenta.
Cuando leas mi correo, avísame de la recepción.
Abrazos«.
Cerró la laptop y se fue a desvestir para descansar un poco, en unas seis horas pasaría por ella su adorado inglés.
***
Asunción, Paraguay
El doctor Cáceres, como jefe de otra unidad, escuchó sobre la intervención de terapia por mala praxis según una denuncia. El eminente doctor Rolón Poleski estaba tras las pistas de lo que él le hizo a Benjamín Canesse Palacios durante más de año y medio. Ante el inminente descubrimiento, decidió renunciar y huir del país a la brevedad, desapareció todo lo que podía incriminarlo. El único culpable sería el doctor José Bastidas.
José se mantuvo fiel a su palabra y le leía todos aquellos cuentos a Benjamín. Las enfermeras le dijeron que era ridículo, pero su palabra para Milena era lo único que importaba.
Las tenues y frías repuestas de Milena a sus correos le hacían darse cuenta que ella jamás lo aceptaría como un hombre, sino solo como un amigo y hermano desde la infancia.
Podía zapatear lo que quisiera, mas no mandaba en su corazón.
—Doctor Bastidas —lo interrumpió la enfermera mientras hacía su recorrido en cada cama de terapia.
—Dime.
—Quieren verlo los directivos del hospital.
—Iré en un momento.
Chequeó las planillas de cada paciente y fue hasta la dirección. Al entrar en la sala de reuniones, varios médicos estaban ahí.
—Buenas tardes —saludó al entrar.
—Siéntese, doctor Bastidas.
—¿En qué puedo servirles?
—Estamos en una situación muy delicada, doctor Bastidas. Ha llegado una denuncia sobre negligencia médica en su área de terapia para niños.
—Es imposible. Desde que yo tomé la jefatura de la unidad no hemos tenido ningún problema —alegó sorprendido por aquello.
—Lo único que queríamos avisarle es que está sumariado y suspendido en sus funciones por el tiempo que durará el sumario.
—¿Cómo? ¿De qué se trata esto? Dígame el paciente al que le he hecho mala praxis.
—Benjamín Canesse —respondió el director.
—¡Es imposible! —replicó vehemente.
—La denuncia dice que el niño está siendo tratado por una muerte cerebral, pero los informes apuntan a un coma inducido.
—Ustedes saben que el doctor Cáceres fue quien primero lo trató y él es un especialista, siempre sus diagnósticos han sido de fiar, continué con lo que él estaba haciendo.