Amor extranjero

59

Milena rio por los nervios. No estaba embarazada y podía asegurarlo.

—Es ridículo, no lo voy a hacer —decidió devolviéndole la prueba—. Puedo asegurarte que no estoy embarazada. Tomo pastillas.

—Las estás tomando mal y viviendo a la de Dios es grande, Milena. —Caminó para mostrarle sus pastillas—. Observa el día y cuándo fue la última vez que las tomaste.

—Es tonto, te digo que no estoy embarazada. Es solo la anemia —justificó—. He estado embarazada dos veces antes y puedo reconocer un embarazo de los gases, por ejemplo.

—¿Me harías el favor de hacértela solo para darme tranquilidad?

—Déjalo ahí, te prometo que me la haré si tengo un retraso, ¿sí? No te estreses, yo no lo hago —aseguró, tomó las manos de Alexander entre las suyas—. Sé que tú tienes una madurez única, pero no soy la persona con la que deseas tener un hijo. Tengo tantos problemas que no sé si llegaría a ser una buena madre. Abandoné a mi hijo, ¿recuerdas? Está al cuidado de un extraño.

—Eres la mujer perfecta y aunque no me hayas dicho que me amas, sé que lo estás haciendo o de lo contrario, nunca haría aparecer esa sonrisa de tonta que tienes cada vez que me ves.

—Ya basta, tenemos a tu ego compitiendo con un satélite por la altura. —Pinchó Milena su brazo.

—Te amo, Milena, y no deseo que te vayas, quédate a mi lado aquí, en nuestro hogar. Cada vez queda menos tiempo y yo quiero darte todo de mí. Podemos pedir el traslado de Benjamín aquí junto a nosotros, ¿qué te parece?

—Alexander, no juegues con estas cosas. Dejaré descansar a mi hijo de una vez, debo hacerlo, ya no hay esperanzas.

—La esperanza es lo último que deberías perder, disculpa —se alejó. Tenía una llamada entrante, eran los abogados de Travis—. Continuaremos con esto después, Milena. Tengo que atender, es urgente.

Milena le dio la espalda y pensó en limpiar el desastre que dejó Alexander por la mañana.

Alex salió fuera del departamento.

—¿Sí? —respondió.

—Buen día, doctor. Tenemos noticias sobre el caso.

—Deseo saberlas ya.

El doctor Bastidas es inocente de los cargos que deseábamos hacer caer sobre él.

—¿Pero cómo? Eso no es posible.

Hubo un sumario a todos los involucrados en este caso. Y alguien confesó el hecho de estar utilizando medicamentos para la inducción al coma de Benjamín Canesse. Esa misma persona eximió de responsabilidad al doctor Bastidas y culpando al encargado anterior, que mediante coimas entregaba una gran cantidad de dinero para mantener al niño inconsistente.

—No puede ser posible —murmuró incrédulo.

Están en proceso de sacar al niño del coma. Lo sometieron a varios estudios nuevos y han salido satisfactorios. Existen daños en él, pero, al parecer, según los médicos, dicen que mediante terapias pueda recuperarse.

—¿Entonces sus funciones cerebrales son normales?

—Sí, está listo para despertar.

Alexander se quedó un momento más hablando con el abogado. Cuando Milena supiera que su hijo despertaría, sería la mujer más feliz del mundo, pero la perdería. Después de colgar, estuvo pensativo, estaba entre decirle la verdad y perderla o callarla un día más para que no se fuera.

Pasó la puerta y ella fregaba los cubiertos.

—¿Estás bien? ¿Son noticias de tu madre? No habrá querido cortarse las venas con una zanahoria para que fueras a verla, ¿verdad?

—Era Henry. Al parecer mi madre está bien sin mí. —Sonrió—. Tú ve a acostarte. Estás recién desmayada —bromeó alejándola del fregadero—. Cámbiate y ve a dormir que yo me encargaré de todo.

—Está bien, pero no avientes los cubiertos por la ventana. —Le dio un corto beso y se fue.

Su cobardía no cabía en su cuerpo. Construía una vida con la mujer más pasajera de todas. No dudaría en dejarlo cuando le dijera sobre Benjamín. Era seguro de que la perdería.

Milena se llevó la prueba de embarazo a la habitación. La abrió y miró con nerviosismo. Negó con la cabeza varias veces y se levantó de la cama donde se había sentado.

Llevó la prueba en el baño y la dejó en el botiquín. Volvió a la habitación y se cambió de ropa.

Era ridículo que pensara siquiera en esa posibilidad. Se estaba cuidando para que eso no le ocurriera. Alexander era su sueño londinense. Un sueño de un año sabático, un poco de oxígeno para su asfixiada existencia, pero, en fin, era solo de eso, un año sabático.

***

Después de realizar todos los estudios y asegurarse que Benjamín estaba en condiciones de despertar, el niño fue llevado de un lugar a otro con todos los equipos médicos a cuestas.

Miró por última vez los resultados y José asintió a otro doctor.

—Hay que desconectar ese respirador —aseguró.

Con dos enfermeras y un médico más, procedieron a desconectar los equipos para verificar su evolución. Debían esperar unas horas. Benjamín quizá no respondiera rápidamente, pero debían hacerlo.




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