Amor extranjero

60

Llegar un poco tarde no la ayudó. Un reposo significaba cosas acumuladas. Travis Teasdale no perdonaba amistades cuando se trataba del trabajo. Miró el reloj de la computadora y eran las diez de la mañana, no se tomó siquiera un triste café negro.

Su estómago le hablaba en todos los idiomas desconocidos que se podían y solo decía una cosa: aliméntame. Se levantó para ir al comedor de la empresa y buscar algo rápido, pero su celular sonaba, el número era de su país.

Su corazón paró. No lo sentía en el pecho. Una vez que comprendió lo que significaba esa llamada, creyó que moriría. Temblaba sin poder apretar la tecla para contestar.

Era un debate profundo en su ser. Contestar y enfrentar todo. No tenía otra opción.

—¿Hola? —contestó.

—¿Milena?

—¿José...? —Tragó saliva.

Es un gusto oírte. Deseaba saber de ti. Estoy seguro de que me enviaste correos, pero tenía todo embargado por la justicia, lo siento.

—¿Qué te sucedió? —pudo pronunciar.

Milena, sé que estás asustada —rio—, pero no debes temer.

—¿Aún no hay a quién donar los órganos de Benjamín? —cuestionó con una punzada que destrozaba su alma.

Ocurrió el milagro que tanto esperabas. Eres una luchadora, Milena.

—No. No comprendo —alegó confusa.

Benjamín tenía un diagnóstico errado, estaba en coma y no con muerte cerebral. Está vivo, despertó por la madrugada —indicó dejándola muda.

No podía mencionar palabra, tampoco digerir que todo fue un error, un diagnóstico errado que la hizo firmar un papel para matar a su hijo, algo no estaba bien.

—¿Un... error? —cuestionó conmocionada.

Debes viajar para que te explique y puedas estar con Benjamín. Es mejor que todo te lo diga personalmente.

—¿Benjamín despierto? No puedo creerlo. Debe ser un sueño.

—No es un sueño, Milena. Apretó mi dedo.

Un llanto emocionado escapó de su garganta. José no sería capaz de jugar con algo así.

Estamos muy felices aquí, con Benjamín reaccionando, ven, Milena, él te necesita. Llamaré a tu madre, a tu hermano y a doña Morena, todos quienes lo aman deben estar aquí.

Sus sollozos no la dejaban responder.

—¡No llores, Milena, ríe! —incitó emocionado José del otro lado.

—Es que es increíble, un sueño, un milagro.

—Es tu milagro, te esperaremos.

—Tomaré el avión que esté a mi alcance hoy mismo. Estaré ahí pronto.

Te veré aquí, un abrazo.

—Dale un beso de mi parte, nos veremos.

José colgó y ella tapó su boca.  Debía hablar con Alexander-

Apenas podía marcar su número. Mientras lo hacía, tomó sus cosas para ir a su casa. Después le explicaría todo a Travis, no había tiempo para más.

El teléfono de Alexander sonaba, pero no contestaba, debía estar ocupado con sus cirugías.

Frente a la mirada de las demás secretarias, salió corriendo para meterse al ascensor. Era la mejor noticia de su vida: Benjamín no iba a morir.

Tenía una razón de peso para continuar su vida y volver a su país. Entre el llanto, una sonrisa se formó en su rostro al pensar en su hijo, pero luego desapareció al saber que debía dejar a Alexander.

Toda esa felicidad la perdería. Ya no habría quien despertara sus ilusiones de ser amada, respetada y tratada como una princesa. Olvidaría las risas y esas noches donde su cuerpo le hacía compañía al suyo. Debía guardar su amor por él en el corazón.

Antes que ser mujer, era madre. Benjamín la necesitaría más que nunca y Alexander tenía aún mucho por delante. Sabía que destrozaría su corazón. Le había dicho que la amaba. Ella quiso decírselo tantas veces, pero hizo lo mejor, callar ese amor que estaba destinado a fracasar por la distancia que los separaría una vez que se fuera.

Era más fácil suponerlo que enfrentarlo en la realidad. Era un hombre excepcional y ella se sentía culpable por abandonarlo ese mismo día. Subió a su vehículo y aceleró para llegar más rápido al departamento.

Metió la llave, pero no giró, algo lo trababa. Bajó el picaporte y la puerta se abrió. La llave de Alexander estaba puesta en la puerta.

—¿Alexander? —llamó ella, pero nadie contestó. Solo vio a una mujer rubia saliendo de la habitación que ella compartía con él—. ¿Quién eres?

—Hola, disculpa. Soy Candy, Alexander no me dijo que vendrías tan temprano cuando me dio las llaves.

Milena la vio con su propia ropa. Estaba usando uno de sus camisones.

—¿Te dio las llaves? —indagó pasmada. Estaba que no podría moverse.

—Siempre me las da. Lo espero aquí a veces. Debe llegar en un momento, tenía unas cirugías y yo tenía libre el día en el trabajo. Estamos saliendo desde hace seis meses.




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