Amor extranjero

62

Había pasado horas de vuelo y cada vez se sentía peor. Era una bendición que estuviera a punto de descender, ya no soportaba acaparar el baño con sus náuseas nerviosas.

No avisó a nadie para que la fuera a buscar. Estaba sola. Su automóvil estaba en su casa, no le dijo nada a José. Debía cambiar sus monedas en la casa de cambio que tenía el aeropuerto porque necesitaría dinero para el taxi.

Su hogar no estaba tan lejos. Vivía en la ciudad de Mariano R. Alonso. Su celular del país estaba en la maleta, pero le daba flojera sacarlo para avisar.

Tomó su equipaje para salir del aeropuerto. Podía sentir aquel calor abrazador de noviembre. Después de vivir poco más de seis meses en el clima de Londres, el suyo le sentaba horrible. El calor insoportable de empezar el día con treinta y tres grados era una pesadilla.

Cambió sus monedas para poder ir hacia un taxista.

—Buen día, señor. ¿Podría llevarme a Mariano?

—Por supuesto. Súbase. —Tomó sus maletas y las colocó en el maletero de su vehículo.

Tenía suerte que aquel taxi al menos tenía aire acondicionado. Muchos en su país no los tenían y con el calor cualquier turista desfallecería en un paseo. Miró el paisaje soleado. Las motocicletas siendo conducidas por locos y los automóviles gritándose unos a otros. «Hogar, dulce hogar»

—Gire aquí, por favor —pidió entrando a la cuadra en la que era su casa. El camino no mejoró mientras estuvo lejos—. Es aquí.

Ella golpeó frente a su casa varias veces a ver si alguien estaba. Vio que su madre con un pañuelo cubriendo su cabeza salía a recibirla.

—Milena —exclamó emocionada.

—¡Mamá! —sollozó. Tenía ganas de abrazarla y desahogarse con ella. Era su gran apoyo.

Abrió el portón y la abrazó.

—No avisaste que venías para ir a buscarte.

—Todo fue muy apresurado, mamá. ¿Fuiste para ver a Benjamín?

—Claro que lo vi, nuestro ángel me ha mirado con su ojos verdes.

Al escuchar aquella expresión de su madre, rompió en un llanto emocionado porque era verdad. No era un sueño que estuviera de vuelta Benjamín.

—¿Dónde coloco las maletas, señora? —preguntó queriendo irse.

—Aquí. —Señaló la madre de ella.

Milena limpió sus lágrimas, buscó el dinero en la cartera y se lo entregó.

Su madre y ella se abrazaron mientras arrastraban las maletas para entrar a la casa. Sentía el aire caliente que lanzaba el ventilador de techo de su sala.

Haku hina (hace calor) —mencionó su mamá en guaraní.

—Sí, me di cuenta. ¿Y mi hermano?

—Fue a traer tu automóvil del taller. Después que José le dijo que pronto vendrías, decidió ponerlo en condiciones para ti.

—No lo habrá abollado, ¿o sí?

—Ya arregló eso, fue hace tiempo.

—Cuéntame más de Benjamín, por favor. Cuando aparezca bananín iré a verlo.

—Está muy delgado, pero José explicó que es por el tiempo que tiene en cama. Tampoco se mueve demasiado, solo pequeños movimientos de las manos.

—¡Oh, mi pequeño, muero por verlo! ¿Y qué dijo doña Morena?

—Tu suegra desapareció. Intentamos localizarla, pero nada.

—Eso no es posible, siempre cuidaba de Benjamín. ¿Qué le sucedió? —cuestionó confundida.

—No lo sabemos. Ella no debería preocuparte, sino Benjamín. Ve a descansar, te prepararé algo de comer.

—Está bien, que sea algo ligero porque tengo mal de estómago.

—Tú no eres de enfermar, Milena. ¿Qué sucede?

—Descansaré y hablaremos largo, mamá.

Fue hasta su habitación para recostarse. Sin embargo, estaban las cosas de su madre. Iría a la habitación de Benjamín a dormir.

Se acurrucó en la cama de una pieza a la que su madre al parecer le quitó el corral para cuando volviera su nieto.

Tomó una buena cantidad de peluches y los abrazó con fuerza hasta distenderse completamente. El aroma de la comida de su madre le traía mucha paz.

Por la tarde, su hermano volvió con el automóvil. Tenía pintura nueva, cubiertas también nuevas y estaba recién aspirado. Subió con sus madre al automóvil para irse al hospital y ver a Benjamín.

—¡Lo siento! —expresó avergonzada por soltar mal embrague—. Es que en Londres conducía un automóvil mucho más ligero que este y...

—¿Cómo te fue en Londres? —preguntó su madre al ver que aquel parecía ser un punto débil.

—Bien, es hermoso y, ¿qué puedo decir? Volví feliz aquí, al igual que tengo el corazón partido. Conocí a un hombre. Fueron momentos maravillosos los que dejé allá.

—Milena, Benjamín no es un impedimento. Tómate un tiempo para que él se recupera y busca de nuevo a ese hombre. Es solo un alejamiento, quiero que seas feliz, trata de mantener contacto con él para que puedan retomar aquello.




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