Amor extranjero

63

Travis lo obligó a dejar su vuelo comercial para ir en su avión privado. Su motocicleta iba en los envíos y él en otro avión.

Tenía su herencia que no era nada despreciable, su motocicleta y su apartamento de Londres. Su título que nunca le sirvió se lo dejó a Henry. Él tenía cosas más importantes en que pensar. Su madre no dejó de llamarlo hasta el último minuto antes de subir al avión, pero era su castigo. Quizás algún día la perdonaría, pero aún no estaba cerca ese momento.

Deseaba ferviente encontrar a Milena en aquel país desconocido. Agradecía a Travis por dejar todos sus negocios para ser su traductor. Si iba solo como pensaba, tal vez y lo violaban, quién sabía.

—Imagino la cara de la condesa —rio Travis con una copa en la mano mirando por la ventanilla.

—No lo caerá en gracia que su sangre no continúe tras el título y lo haga Henry.

—Siempre y cuando no le toque un pelo a mi hermano, tu madre estará bien.

—No eres bueno amenazando. ¿Cuánto tiempo nos falta de vuelo?

—Mucho. Ten paciencia. Al llegar nos alojaremos en el Sheraton, no encontré otro más decente. Buscaremos un apartamento para ti; de eso ya se está encargando mi secretaria número cinco, y contrataremos a un detective para que ubique a Milena. Tenemos todos sus datos.

—Creo que el detective no hará falta. Aquí está el nombre del hospital donde está internado Benjamín. Será ahí donde veré cómo la encuentro.

—¿No crees que a estas alturas sepas que te encargaste de salvar la vida de su hijo?

—Debe saberlo, pero seguro me odia. No estoy seguro de que me crea inocente, mi madre hizo un excelente trabajo para dejarme mal.

—Ella te perdonará. No soy tan incrédulo, Milena te adora. Solo recuerda las cenas que compartimos con nuestros departamentos. Ella no desviaba la vista de ti.

—Ni yo de ella. —Sacó del bolsillo el anillo que tenía guardado durante demasiado tiempo.

—Aún no se lo diste.

Él negó con la cabeza.

—Pensaba hacerlo cuando avisaran que Benjamín despertó, pero creo que nunca encontré el momento y lamento haber perdido tanto tiempo para dárselo. Quisiera llegar y colocárselo en el dedo, sin perder un segundo más. Quiero escuchar el «sí quiero» de su propia boca. Nunca pensé que sucedería esto con mi madre. Esperaba muchas cosas de ella, pero no esto.

—La encontraremos pronto. Confía en mí.

—Eso espero —murmuró dándole vueltas al anillo que tenía en su dedo.

En el hospital, Milena estaba recostada en la camilla donde la dejó José. Se había mareado por sexta vez desde que regresó.

—¿No estás pensando en lo que creo que estás pensando, no es así? —preguntó a José que se acercó con una enfermera que tenía una bandeja con una goma y una jeringa.

—No estás saludable y veremos cuál es el problema de tus constantes mareos.

—Hace meses me hice análisis en Londres, tengo anemia. Es todo —justificó mientras la enfermera se preparaba para succionar su sangre.

—Pudiste haber mejorado en algo. Estás más rellena que cuando fuiste allá. Al parecer, el doctor Van Strauss te atendió bien —habló y dirigió una mirada escrutadora a ella.

Al escuchar el apellido de Alexander, revivió aquel episodio horrible.

—Fue muy amable conmigo.

—Sí, creo que demasiado amable, inclusive para tomarse algunas libertades que...

—Doctor Bastidas, venga lo necesitan en la sala dos —interrumpió otra enfermera.

—Volveré en un rato. Flora, haz un acto de corrupción y que analicen su sangre primero. Me llevas los resultados al consultorio, y tú, Milena, me esperas ahí.

—Sí, mi general, doctor, etc. —acató burlona.

José sonrió dejándola a merced de la odiosa jeringa.

Después que la dejaron pálida por la cantidad de sangre que le quitaron, fue por un sándwich de milanesa y un jugo de naranja a la cantina. Sabía que los análisis se tardaban mucho. Sentía un hambre voraz. Su estómago le pedía comida, tal como Alexander solía pedirle.

Recordó aquellos momentos con añoranza y tristeza. Todo aquello fue el sueño más bonito de su vida y ahí quedó, como un sueño en Londres.

Después de acabar su desayuno. Se dirigió al lugar donde estaba Benjamín. Llegó el momento de asearlo.

En esa semana, él emitía más sonidos. Tenía la misma expresión que cuando era un bebé. Se sentía feliz por Benjamín. Tenía muchas posibilidades de ser un niño normal en el futuro. Quedaría con alguna discapacidad, pero sería mínima.

Al dejar dormido a su hijo, tocó la puerta del consultorio de José, que estaba sentado con unos análisis en las manos.

—Siéntate, Milena —pidió un poco serio.

—¿Es mi análisis? —preguntó señalándole los papeles que tenía y luego se sentó.

—Sí, son estos.

—¿Confirmaste lo de la anemia?

—Sí.




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