Amor extranjero

Epílogo

Quería correr para abrazar a Alexander. Tenía unas hermosas ojeras, unos jeans desgastados muy a su estilo y una remera azul con unos pequeños detalles en el pecho.

—Te fuiste sin despedirte, Milena.

—No tenía nada que hacer ahí. José me avisó que Benjamín despertó y eso fue todo. Lo más importante de mi vida está recuperándose aquí.

—¿Y yo no soy un poco importante para ti? ¿No te prometí amor acaso? —cuestionó.

—No podía quedarme ahí. El dolor que me dijeras que fui solo un juego para ti, me destrozaría más de lo que me destrozó ver a la tal Candy con mi ropa, en nuestro apartamento, ¡el que compartíamos juntos! —reclamó un poco exaltada—. Tenía tus llaves, ¿qué podía pensar, dime? Sé que quedamos en no involucrar sentimientos, pero después, a medida que tú me confesabas tus sentimientos, yo iba guardando los míos por miedo a dejarte, por miedo a decirte que te amaba para luego abandonarte.

—No dejaste que te explicara nada. No niego una relación con Candy antes de conocerte, pero fue fugaz, para quebrantar a mi madre. Lo peor que pude haber hecho en la vida, porque al final se aliaron para destruirnos. Ese día, mi madre fue a verme antes de entrar a cirugía. Le pedí que me esperara en el consultorio y ahí está el resultado. Se llevó mis llaves, el resto lo pensó con Candy —contó y caminó hacia ella.

Milena intentaba no creer, mas la maldad de la condesa al parecer era infinita. La odiaba.

—¿Qué dices? ¿Me crees?

Ella dirigió sus ojos llorosos hacia los ojos azules de Alexander. Aquellos estaban aguados, él era sincero. ¿Vendría de tan lejos para jugar de nuevo con sus sentimientos?

—Te creo  —admitió, sonriente.

Para Alexander aquello fue más que suficiente, se acercó, cortó distancias por completo y sacó de su bolsillo el anillo sin que ella se diera cuenta.

Tomó la mano de Milena, plantó un beso y comenzó a meter el anillo en su dedo.

—¿Qué haces, Alexander? —preguntó confundida.

—No volver a separarme de ti, nunca. Cásate conmigo, Milena. Hazme el hombre más feliz, dame esa familia que espero, con Benjamín y el bebé que esperamos. —pidió acercando su frente a la de ella.

—No hagas esto —chilló—. ¿Cómo sabes lo de nuestro bebé?

—Porque dejaste la prueba en el baño del apartamento y era positiva. Yo te amo, Milena, ¿acaso sabes cuánto te amo?

Sollozó hasta que pudo recuperar el aliento.

—Quiero casarme contigo, pero mi vida está aquí. No puedo volver a Londres.

—No volveremos a Londres. Yo no regresaré ahí. Vine a quedarme a tu lado.

—¿Y tu carrera, tu título, tu familia? Es una vida la que dejas ahí —cuestionó, sorprendida.

—Puedo ejercer mi profesión en cualquier lugar, puedo abrir un sanatorio y vivir de eso. Vendí casi todo, menos la motocicleta. Aún sigue en aduanas. —Sonrió—. Y mi familia, solo extrañaré a mi hermano, a quién le dejé el título.

—¿Lo dejaste todo por mí?

—No, todo por ustedes. Ustedes serán mi familia. Quise sorprenderte con lo de Benjamín. Lo tenía guardado porque pensé que ese era el mejor momento para pedirte que seas mí esposa. Tengo el anillo desde antes que viviéramos juntos. Nunca hice planes a corto plazo contigo, yo quería todo, hasta que la muerte nos separe.

Milena era un montón de lágrimas con cabellos. ¿Cómo pudo dudar de un hombre tan maravilloso que lo había dejado todo por ella? No lo merecía.

—No te merezco. Y aunque no te merezca, debo de preguntarte si sabes cuánto te amo...

—No lo sé, no me lo has dicho.

—Pues no tiene un límite, tienes mi amor y mi agradecimiento por siempre. Me devolviste a la vida, cuando hiciste eso por Benjamín. Pensé que todo acabó, pero Londres me salvó, tú me salvaste y diste una nueva razón para continuar. —Tomó la mano de Alexander y la colocó en su vientre—. Quiero tener una familia, otra vez.

—Tu gran pesadilla londinense volvió por ti. —La besó.

—No es cierto, quien volvió fue mi Gran sueño. —Se abrazó a su cuello para continuar el beso.

A los pocos meses, Alexander y Milena se casaron. Benjamín fue a la ceremonia en silla de ruedas, empujado por la madre de Milena. Henry voló desde Londres, pero no lo hizo solo. Lo hizo con la madre de Alexander.

—No estaba invitada, Henry —reclamó Alexander en la íntima cena por el matrimonio.

—No pude verla sufrir, tenía que traerla.

—Por Dios, va junto a mi esposa. —Se apresuró Alexander para salvar a Milena de su madre.

Milena desmenuzaba la carne para dársela a Benjamín. Estaba en silla de ruedas, pero aún no se movía.

—Milena —habló la madre de Alexander parándose junto a ella.

—Milady —se refirió ella con el mismo tono—. Si quiere hablar conmigo, al menos que no sea frente a mi hijo.

—Me rendí. No vine a armar una guerra. Solo quería lo mejor para mi hijo, pensé que eras una aprovechada. Como madre, sabrás que somos capaces de muchas cosas por nuestros hijos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.