Ára decide que por ser domingo irá al arroyo. A las dos de la tarde de un día de verano el calor del sol es abrasador, por lo que decide ponerse un vestido corto que deja al descubierto sus hombros y unas sandalias cómodas. Prepara un bolso con bocadillos, bloqueador solar y una toalla; coge un sombrero de alas anchas y se va al salón para despedirse de su madre, que dormita en el sillón con la televisión encendida.
Pilar está con permiso por enfermedad, tuvo un pequeño mareo en su trabajo, que la hizo desplomarse y golpear la cabeza contra un mueble. El médico, le hizo varios estudios, diagnosticando que sufre de presión alta y le dio una semana de reposo, dieta estricta y pastillas que debe tomar cada día y para siempre.
—¡Ma! —la llama desde la puerta—, ya me voy —le informa.
—Te acompañaría, pero van a pasar una nueva película y no me la quiero perder, puedes quedarte conmigo si te apetece —le dice la mujer al tiempo que se abanica con una revista para aplacar el intenso calor—. Tu madrina no tarda en llegar y traerá masas dulces.
—Prefiero ir a caminar y nadar un rato, además, es mejor que descanses —la regaña su hija—. ¿Quieres que me quede hasta que llegue Felicita? —le pregunta, camina hasta ella y se sienta a su lado.
—Gracias, hija, no creo que tarde mucho —señala Pilar—. Te esperaré con una sabrosa cena.
—Estaré aquí antes del anochecer. —Ára se acerca a la mujer y besa su frente—. Luego me cuentas de qué va la peli.
—Ay, es una con Brad Pit, el más guapo de los guapos. Un bomboncito.
—Tan lindo, que hasta nombraste así al gato —se burla Ára.
—Para que veas lo mucho que me gusta, es una lástima que el condenado animal se haya escapado —reflexiona su madre.
—Algunas no hemos nacido para el amor, Pilar, tendremos que conformarnos —bromea la muchacha—. Puedes comprarte una tortuga o un pez. Esos no se escaparán.
—Se supone que las solteronas crían gatos, ni eso puede salirme bien —se queja con exageración la mujer—. Pero tengo a Brad —añade y le muestra la revista.
—Soñar es gratis —retruca Ára—. Bueno, me voy que tengo que andar un buen rato, quiero aprovechar la tarde.
—Te ves bonita, me alegro de que tengas ganas de salir —besa la mejilla de su hija—, diviértete por mí y pórtate bien.
Por su situación económica, Pilar, no pudo pagarle el viaje de graduados a su hija y se sentía culpable. Todos sus compañeros estaban disfrutando, conociendo el mar, en alguna playa de Brasil. Pero ella ha ahorrado para los estudios universitarios de la joven, cuyo sueño es ingresar a la mejor universidad del país. El caso es que, para eso, debe aprobar los exámenes de ingreso y estudiar por un semestre sin dedicarse a otra cosa. Por lo tanto, toca guardar cada centavo que pueda para el sustento de la joven en todo ese tiempo.
—Gracias, ma. —Ára sale, y en el vestíbulo observa a las orquídeas a punto de florecer. Sonríe con esperanza, se ajusta el sombrero, coloca bien el bolso en su hombro y se echa a andar.
El polvoriento camino de tierra, como una gran alfombra roja, se extiende hasta donde la vista llega, fundiéndose en su punto más lejano con el despejado cielo azul. Un extenso trecho del sendero está adornado a uno y otro lado por hectáreas y hectáreas de plantaciones de soja, pertenecientes a los terratenientes del pueblo, la familia Müller, que también es dueña de la fábrica de jugos. Es una gran empresa familiar, reconocida a nivel nacional e internacional. Es la que da vida al pequeño pueblo, que ha crecido en torno a ese imperio. Su gran edificio, así como el caserón Müller, son lo que las iglesias eran para los pueblos antiguos. La vida de sus pobladores se desarrolla a su alrededor y, la gran mayoría de los habitantes de Pueblo Alegre, trabajan ahí.
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En casa de los Müller el ambiente está caldeado, pero no por el sofocante día de verano. Federico, el único hijo de la menor de los hermanos, ha llegado desde Alemania. Es su castigo por haber colmado la paciencia de sus padres. Pretenden que se dedique a trabajar en las plantaciones como un peón más. A lo que el joven, acostumbrado a los privilegios de una vida acomodada en el primer mundo, tardará en habituarse, si es que logran que se quede el tiempo suficiente como para hacerlo entrar en vereda.
—Hoy puedes descansar, Federico, mañana iremos a la fábrica y te presentaré al que será tu jefe —le dice su tía Danna.
—No pienso quedarme por mucho tiempo, no es justo que mi padre me haya tirado aquí y él esté disfrutando de la vida en la capital —se queja el joven.
—Debes aprender a hacerte cargo de tus errores, además, todo lo que tienes es gracias a este negocio. Es importante que lo conozcas, porque algún día serás tú el que lo maneje —lo reprende su tía.
—Tía Danna, para eso están los empleados, se les paga para que hagan el trabajo pesado —replica el joven con insolencia.
—Escúchame bien, jovencito —dice su tía—, mi abuelo llegó de Alemania huyendo de la guerra —le da un golpe en los pies al joven para que los baje de mesilla de centro—, empezó desde cero, labrando estas tierras con sus propias manos, trabajó duro y sin descanso para ofrecer a su familia una vida mejor —Danna resopla con enojo—. Es nuestro deber y obligación cuidar de su legado, y honrarlo trabajando con el mismo ahínco y dedicación que él.