Los días pasan lentamente, Ára está sumida en su dolor, no quiere salir de la casa ni hablar con nadie. Los recuerdos pesan tanto, como una mochila llena de plomo, que no le permiten levantarse. Su vida se derrumbó y los pedazos de esta han caído sobre ella, sepultándola, hundiéndola en la desafortunada tristeza de la soledad. Incluso rodeada por personas, se siente sola.
Felicita fue a trabajar y la casa está en silencio. Ella se encuentra en la cocina, pensando en qué hará de ahora en adelante, intenta visualizar cómo será su vida y cuáles son las opciones que tiene. El ruido de puerta de entrada abriéndose la saca de sus cavilaciones. Tiene la secreta esperanza de que sea su hermano, ya que falta una hora para que su madrina regrese de la fábrica, se para y va a ver quién llegó.
—¿Papá? —dice sorprendida.
—¿Ára? —responde el hombre. Y la observa. Es muy parecida a Pilar y eso le sorprende.
—¡Papá! —exclama ella y sonríe, pero él sigue muy serio.
Está muy cambiado, no es el mismo de las fotos el álbum familiar, su rasgos se han endurecido, tiene un par de arrugas y su cabello está salpicado de una que otra cana.
—Siento mucho lo que le pasó a Pilar —responde, pero no se mueve, parece disgustado—. Apenas pude vine, César me llamó, él me contó todo —añade y camina entrando al salón.
—¿César? —murmura ella. En realidad, no sabía que su hermano tenía contacto con él. Nunca lo dijo.
—Tu hermano me acompañó al cementerio y me dio la llave de la casa. Te has convertido en una hermosa mujer, igualita a tu madre cuando tenía tu edad —comenta y se sienta en uno de los sillones—. No me invitas nada, una cerveza, hace mucho calor —agrega y se acomoda observando todo a su alrededor—. Se ve igual que cuando me fui.
—Algunas cosas cambiaron, mamá hizo construir un cuarto más y agrandó la cocina, los sillones lo cambiamos el año pasado —le cuenta Ára.
—Por lo visto le fue bien, seguro tuvo alguien que la ayudó —murmura con malicia.
—Nadie, ni César, él se casó y construyó para su casa en el centro del pueblo —le dice Ára.
—¿Y tú?
—¿Yo qué?
—¿Ayudaste a tu madre?, me supongo que seguiste sus pasos...
—Si lo que quieres decir es que trabajo en la fábrica, no, no trabajo ahí, acabo de terminar el colegio y tengo una beca completa para estudiar en una universidad, en la capital —le dice con ilusión, necesita que él esté orgulloso de ella, pero Jorge no reacciona de la manera esperada.
—Una campesina con aspiraciones —balbucea—. ¿Cuándo te vas? —sondea.
—Después de año nuevo, pero creo que ya no voy a poder.
—¿Por qué?
—Porque no tengo para pagar un lugar donde vivir, ni para alimentarme. Dicen que vivir en la capital es caro.
—Aquí tampoco tienes donde vivir —suelta Jorge y se pone de pie—. Esta es mi casa y la vine a reclamar.
—También es mi casa...
—No y no te quiero aquí, pronto traeré a mi mujer y está esperando un hijo, necesito...
—¿A dónde quieres que vaya? Yo también soy tu hija.
—No, no lo eres. Fuiste la razón de que me haya ido, pero ahora estoy sin empleo, me vino como anillo al dedo que Pilar muera.
—Eres un desgraciado, decir eso, presentarte aquí de esta forma, después de tanto tiempo, y reclamar algo que sabes no es tuyo.
—La vida es dura, Ára, puede que sea un desgraciado y muchas cosas más, pero uno con casa.
—¿Por qué? ¿Qué te he hecho?
—Porque no eres mi hija y no tengo razón para hacerme cargo de ti, además, ya estás bastante grande, puedes hacerte cargo de tu vida.
—Mamá nunca me dijo lo cruel que puedes llegar a ser, en realidad, nunca me dijo nada de ti, ni bueno, ni malo, obvió que hayas existido, ahora la entiendo.
—No había razón para que te hable de mí, eso no me molesta.
—¿Sabes qué es lo peor?, que César se te parece, no vino a su velorio, en su funeral se mantuvo alejado, ni siquiera se despidió de la mujer que nunca lo abandonó, la que le dio amor incondicional y jamás le pidió nada a cambio. Espero que ahora ambos vivan felices, son el uno para el otro y, si dices no ser mi padre, es lo mejor que pudo haberme pasado, no quiero tener la sangre de un hombre como tú.
—Es mejor que empieces a empacar tus cuatro trapos y te vayas, ya lo hablé con César y está de acuerdo.
—Sin duda que lo está y por supuesto que me voy a ir, además, sin ella aquí, ya nada me ataja.
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—¿Qué paso? —entra Felicita a la habitación de Ára—. ¿Qué hace él aquí?
—No sé, vino a reclamar la herencia —responde la muchacha al tiempo que lanza su ropa en un viejo bolso de viaje—. Lo único que no le voy a dejar son las orquídeas y el sillón de mamá, si se quiere quedar con todo lo demás, que las meta por donde no le da sol. Él y César, que se queden con todo y que se pudran —dice enojada.