Amelia intentó moverse, pero el abrazo se aferraba a ella con una fuerza inexplicable, como si algo frío y eterno la atrapara desde otro tiempo. Respiró con dificultad, tratando de liberar sus brazos para soltarse, pero su cuerpo se quedó inmóvil, como si la misma esencia de aquella presencia la hubiera encadenado en el lugar. Su mente se nubló, y entonces, los recuerdos comenzaron a invadirla, envolviéndola en una serie de imágenes que no eran suyas… y, al mismo tiempo, se sentían extrañamente familiares.
De repente, se encontraba en una gran sala iluminada por candelabros dorados y rodeada de paredes de terciopelo rojo. Unos ventanales altos dejaban entrar la luz de la luna, y ella estaba en medio de la habitación, girando al compás de una melodía lejana y embriagadora. Su vestido largo, de una seda suave y brillante, rozaba el suelo con cada giro, y sus manos estaban firmemente entrelazadas con las de aquel hombre de la foto. Él la miraba intensamente, sus ojos oscuros fijos en los de ella como si nadie más existiera en la habitación, a pesar de las otras parejas que bailaban a su alrededor. Amelia podía sentir el calor de su mano en la espalda, la firmeza con la que la guiaba. En ese instante, era imposible no rendirse a su mirada, una mezcla de amor y anhelo, como si cada segundo juntos fuera vital.
La imagen cambió, y ahora estaba junto a él en un jardín oscuro y envuelto en niebla. La luna se reflejaba en un pequeño estanque, y él le susurraba palabras que no lograba comprender, pero que despertaban en su pecho un torrente de emociones. Luego, otra escena la golpeó, y vio a ese mismo hombre tomándole las manos con desesperación en una biblioteca oscura, pidiéndole algo que Amelia no podía entender, pero sintiendo su propia angustia y el dolor de separarse de él. Sentía su corazón romperse, como si se estuviera despidiendo de alguien que lo era todo para ella.
Uno a uno, los recuerdos seguían inundando su mente, arremolinándose en su consciencia. Risas compartidas en una sala iluminada por el fuego de una chimenea, miradas robadas en medio de una fiesta, y susurros en noches de luna llena. Todo giraba en torno a él, ese hombre misterioso de mirada penetrante y triste que la observaba con una devoción que le erizaba la piel. Amelia no comprendía cómo esos recuerdos tan intensos y tan vívidos podían estar en su mente, pero de alguna forma lo sabía: en cada uno de ellos estaba él, y con él, una historia de amor antiguo, profundo y prohibido.
Con un esfuerzo tremendo, Amelia volvió a la realidad. El peso del abrazo desapareció de repente, y, sin pensarlo, soltó la foto y se liberó, tambaleándose hacia la puerta de la habitación. La adrenalina la recorrió como un rayo, impulsándola a correr.
El corazón de Amelia latía con tanta fuerza que apenas podía escuchar otra cosa que el estruendo de sus propios pasos resonando en la casa. Tropezaba y tambaleaba, cegada por la adrenalina y el terror que le recorrían el cuerpo. La oscuridad de la casa parecía apretarse a su alrededor, cada sombra deformándose en figuras alargadas y ominosas que la perseguían mientras huía.
Al llegar a las escaleras, apenas frenó para evitar caer, aferrándose al pasamanos polvoriento mientras descendía a toda velocidad, los escalones crujiendo bajo su peso como si fueran a ceder en cualquier momento. Detrás de ella, un susurro lejano, inquietante y casi suplicante, repetía su nombre.
Podía la voz en la nuca, fría y tenue, como un aliento antiguo que se negaba a dejarla escapar. El eco de aquel susurro le erizaba la piel, haciéndola acelerar aún más. Pero sus piernas se sentían pesadas, como si algo invisible se aferrara a ellas, intentando detenerla.
Finalmente alcanzó la puerta de entrada y la empujó con desesperación, el rechinar de las bisagras llenando el aire mientras escapaba de la casa. Pero incluso bajo la luz del sol desaparecíendo en el horizonte, la sensación de ser seguida no desaparecía; en el aire, la misma energía opresiva de la casa parecía perseguirla. Amelia echó a correr, sus pasos resonando sobre la grava húmeda mientras la casa se iba quedando atrás, envuelta en sombras cada vez más distantes.
Cuando llegó a la calle, su respiración era rápida y superficial, y un estremecimiento recorrió su cuerpo entero. Solo entonces se atrevió a mirar hacia atrás. La casa estaba allí, alta y sombría, vigilándola desde el final de la calle, como si aguardara su regreso.
Al llegar a su apartamento, cerró la puerta con fuerza y se deslizó contra la pared, respirando con dificultad. Los recuerdos seguían revoloteando en su mente como si formaran parte de un sueño que no podía olvidar, pero que no reconocía como suyo. ¿Cómo era posible que sintiera tan reales esas imágenes? Las escenas parecían fragmentos de otra vida, momentos compartidos con un hombre que nunca había visto… hasta este día.
Amelia permaneció sentada en el suelo, intentando calmar su respiración y comprender lo que acababa de vivir. Los recuerdos que habían asaltado su mente parecían fragmentos de sueños antiguos que, sin embargo, sentía increíblemente reales. Después de unos minutos, decidió levantarse y dirigirse hacia su pequeño escritorio, donde su vieja computadora descansaba cubierta de una fina capa de polvo. La encendió y esperó pacientemente a que se iniciara, escuchando el zumbido ruidoso de los ventiladores y observando cómo la pantalla parpadeaba antes de mostrar finalmente el escritorio.
Comenzó a escribir palabras claves en el buscador: "casa abandonada", "pareja misteriosa", y hasta "fantasma en la ciudad". Exploró algunos enlaces en foros de leyendas urbanas y en sitios de historia local, pero no encontraba nada que arrojara una pista sólida. Casi toda la información estaba plagada de rumores vagos y sin fundamento, y cuanto más buscaba, más se sentía atrapada en un callejón sin salida. La mayoría de los datos se enfocaban en grandes casas antiguas de la ciudad, pero ninguna coincidía con aquella propiedad en ruinas cerca de su apartamento.
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Editado: 02.11.2024