Amelia pasó toda la noche en vela, dándole vueltas a la idea de regresar a la casa abandonada. Una parte de ella estaba aterrada; cada vez que cerraba los ojos, los recuerdos de ese abrazo helado y la visión de aquella mujer similar a ella la hacían estremecer. Pero otra parte, una que no podía explicar del todo, la llamaba con insistencia a volver. Había una historia atrapada entre las paredes de esa casa y un espíritu que parecía decidido a contarla.
A la mañana siguiente, después de pasar horas en su computadora sin encontrar nada útil, tomó una decisión. Se puso un abrigo y guardó en su mochila una linterna, su teléfono y una libreta en la que pensaba tomar notas de cualquier cosa extraña que pudiera encontrar.
A pesar de que era un día nublado, la casa se veía aún más sombría a la luz del día. Las ventanas rotas y las paredes agrietadas se alzaban como los restos de un gigante dormido. Amelia tragó saliva y subió los escalones del porche, que crujieron bajo su peso. Respiró hondo antes de girar la oxidada manija y adentrarse nuevamente en la penumbra de la casa.
El ambiente en el interior era tan espeso como la primera vez. Amelia sentía el aire pesado, como si las sombras que la rodeaban estuvieran observándola. La luz grisácea que se colaba por las ventanas apenas iluminaba el lugar, pero eso no la detuvo. Avanzó lentamente, mirando cada detalle en busca de algo que pudiera darle una pista sobre el misterio que rodeaba a la casa.
Recorrió varias habitaciones hasta llegar nuevamente a la que había encontrado la noche anterior, la misma que parecía conservar rastros de la vida que había existido allí. En el centro de la habitación se encontraba el mueble donde había hallado la foto; uno de los cajones permanecía entreabierto, y Amelia sintió una punzada de curiosidad y nostalgia. Esta vez, en lugar de una fotografía, encontró un pequeño diario.
El diario era pequeño, con tapas de cuero desgastadas que alguna vez debieron ser de un color rojizo intenso, pero que ahora se habían vuelto de un tono opaco y oscuro, como si cada palabra contenida en sus páginas lo hubiera hecho más pesado con el paso del tiempo. Las esquinas estaban dobladas y las costuras se habían deshecho en varios lugares, revelando un lomo frágil que parecía a punto de romperse bajo el peso de tantos años.
Al abrirlo, Amelia pudo ver las páginas amarillentas, algunas manchadas por el tiempo, con una tinta oscura que apenas había perdido su intensidad. Las escrituras hablaban de un hombre, Joseph Wood, y de una relación secreta y prohibida. Las palabras estaban escritas en una caligrafía meticulosa, cada letra dibujada con una precisión casi obsesiva, como si cada palabra fuera tan importante que mereciera ser perfecta. La tinta estaba desgastada en algunas partes, borroneada en otras, como si alguna vez alguien hubiera pasado los dedos por encima con desesperación.
Al tocar las hojas, Amelia sintió un extraño cosquilleo en la piel, una sensación casi familiar, como si estuviera tocando un objeto de gran valor que pertenecía a alguien importante en su vida. Y aunque sabía que eso era imposible, no pudo evitar sentir una inexplicable nostalgia, una melancolía que se apoderaba de ella, susurrándole al oído que aquellas palabras habían sido escritas para ella, y solo para ella.
"Septiembre 3, 1894
No puedo resistirme a verla, aunque cada encuentro conlleve más peligro. Esta noche, ella llegó con una sonrisa tan dulce que me hizo olvidar, por un instante, que nuestro amor está condenado desde el principio. Su risa, ligera como una brisa de verano, tiene el poder de desarmarme por completo, y aún sabiendo que es un riesgo, no puedo evitar encontrarme con ella una y otra vez. En sus ojos veo mi propia alma, como si hubiera conocido su rostro desde antes de este tiempo.
A veces me pregunto si ella siente lo mismo, ese inexplicable lazo que parece unirnos más allá de este mundo. He dejado atrás mi hogar, mi familia, mi país por ella, y aunque sepa que esto acabará en tragedia, no puedo imaginar una vida en la que ella no esté a mi lado.
Esta noche, susurramos promesas que quizá nunca podamos cumplir. Ella temía que alguien nos viera; yo le aseguré que no había nada de qué preocuparse, pero en su mirada pude ver la duda. La noche cubría nuestras palabras, y le prometí, una vez más, que estaríamos juntos sin importar las barreras. Le dije que, si algo llegase a separarnos, la encontraría sin importar el tiempo o el lugar en el que nos reencarnemos, y que esperaría el momento en el que volviera a mí."
"Septiembre 10, 1894
Hoy volvimos a encontrarnos, pero el peso de nuestras promesas se siente cada vez más insoportable. Cuando ella llegó, parecía nerviosa, y sus ojos, tan llenos de vida, estaban opacados por una sombra de preocupación que jamás había visto antes. Trató de disimular, pero pude ver el temblor de sus manos al acercarse a mí. Por un instante, temí que aquel abrazo sería el último, que esta sería la última vez que podría rozar su piel.
Me habló en susurros, y cada palabra se colaba entre el sonido de nuestras respiraciones aceleradas. Me suplicó que no volviéramos a vernos, que sería nuestra única forma de sobrevivir. Sentí como si el mundo se desmoronara a nuestro alrededor, pero no pude hacer otra cosa que escucharla, atrapado en el hechizo de sus palabras. Sus labios temblaban al decirme que lo hacía por mi bien… pero en sus ojos vi que estaba mintiendo. No era solo por mí; estaba sacrificando nuestro amor porque temía las consecuencias de estar juntos.
Al final de la noche, me apartó de ella suavemente y prometió que, aunque nos separáramos, nuestro amor viviría para siempre, como una sombra en cada rincón de esta casa. Le prometí que siempre estaría aquí, esperando el día en que pudiera volver a tomar su mano. Le juré que, pase lo que pase, algún día nos reencontraríamos, incluso si eso significaba que tendría que esperarla más allá del tiempo y del olvido.
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Editado: 02.11.2024