Tras calmarse de los hechos sucedidos en la casa, Amelia y Fernanda se dirigieron hacia la biblioteca del pueblo, un edificio antiguo de ladrillo oscuro, con una fachada llena de hiedra y ventanas de cristales antiguos. El aire de octubre estaba cargado de una sensación inquietante, y el viento hacía susurrar las hojas secas bajo sus pies. A pesar de que el sol brillaba débilmente en el cielo, ambas sintieron algo extraño en el ambiente, una sensación de ser observadas que las hizo apurar el paso. Amelia, en especial, no podía quitarse de encima la impresión de que alguien las vigilaba desde las sombras, o incluso desde otro tiempo.
—¿Te has dado cuenta? —murmuró Fernanda, lanzando una mirada a su alrededor mientras ajustaba su bufanda—. No hay nadie por aquí, pero… siento que alguien está… ¿espiándonos?
—Sí, lo siento desde anoche —respondió Amelia, su voz apenas un susurro—. Como si alguien no quisiera que vinieramos aquí… o al contrario, como si estuviera esperando que viniera.
Finalmente, cruzaron la puerta de la biblioteca, y el crujido de las bisagras pareció un susurro de bienvenida que las hizo estremecerse. Adentro, el aire era denso y oloroso a papel antiguo y madera. Al fondo, entre pasillos de estantes y lámparas de luz tenue, el bibliotecario, Antonio, las observaba desde su mostrador, con una expresión que mezclaba curiosidad y cordialidad.
—Buenos días —las saludó con voz grave, ajustándose las gafas mientras las miraba de arriba abajo, como si intentara adivinar el motivo de su visita—. No es común recibir visitas en la tarde, y menos en estas secciones de la biblioteca. ¿En qué puedo ayudarlas?
Fernanda le lanzó una mirada rápida a Amelia, quien respiró profundo antes de responder.
—Nos gustaría ver libros sobre… reencarnación y sobre la historia del pueblo —dijo, intentando que su voz sonara más segura de lo que realmente estaba.
Antonio frunció el ceño por un momento, como si evaluara su solicitud, pero finalmente asintió, gesticulando para que lo siguieran por los pasillos. Llegaron a una pequeña sala de lectura, donde el bibliotecario colocó sobre la mesa dos gruesos volúmenes, uno con una encuadernación de cuero envejecido y el otro cubierto de polvo.
—Aquí tienen —dijo Antonio, dándoles una leve sonrisa, aunque su mirada parecía analizar sus intenciones con más profundidad—. Si tienen dudas sobre algún tema en particular, pueden buscarme en el mostrador.
Amelia y Fernanda asintieron en agradecimiento, y, mientras el bibliotecario regresaba a su lugar, abrieron los libros y comenzaron su investigación. Durante la siguiente hora, apenas intercambiaron palabras, sus miradas fijas en las páginas llenas de relatos y registros antiguos. Amelia pasó las páginas con manos temblorosas, deteniéndose en cada párrafo que hablaba sobre las creencias antiguas de la reencarnación, sobre cómo los espíritus que no lograban cumplir sus deseos más profundos permanecían en el mundo de los vivos, como sombras de lo que alguna vez fueron.
—Escucha esto, Amelia —dijo Fernanda en voz baja, leyendo una línea de uno de los capítulos—: "Aquellos que dejan este mundo sin haber cumplido sus anhelos o con arrepentimientos en sus corazones encuentran su alma atrapada entre los vivos, buscando redención o resolución. Solo quienes logran romper sus lazos pendientes pueden descansar."
Amelia sintió un escalofrío recorrer su espalda. Las palabras parecían describir perfectamente lo que había experimentado la noche anterior con Joseph, esa presencia que le pedía recordar algo que se sentía a la vez extraño y familiar.
Mientras pasaban al siguiente libro, sobre la historia del pueblo, Amelia notó que una página llevaba un título que resonó en su mente como un eco de otra época: *La familia Wood.* Allí, en el antiguo linaje de los habitantes del pueblo, estaba registrado Joseph Wood, junto con una lista de hijos e hijas que habían crecido en la casa que Amelia había visitado.
—Mira esto… —dijo Amelia, señalando una lista de nombres en la genealogía—. Joseph tuvo varios hijos. Mira este nombre: William Wood.
Fernanda se inclinó hacia la página, sus ojos recorriendo las letras hasta detenerse en el nombre.
—Espera, ¿ese no es el mismo nombre de tu bisabuelo materno? —preguntó, mirando a Amelia con sorpresa—. ¿Puede ser que haya alguna conexión entre ustedes? ¿Tu familia y la de Joseph?
Amelia se quedó en silencio, tratando de asimilar lo que había leído. Si William Wood era en efecto un antepasado suyo, significaba que ella misma tenía un lazo familiar, aunque lejano, con la historia de esa casa y con la familia de Joseph. Y, más que eso, quizás aquella conexión explicaba por qué él parecía reconocerla… o por qué su propia presencia había despertado el espíritu de Joseph.
El tiempo parecía detenerse mientras las dos continuaban pasando las páginas del libro. Cada nuevo párrafo contenía fragmentos de la historia del pueblo, relatos sobre las creencias en la reencarnación y testimonios de personas que aseguraban haber sentido una conexión con vidas pasadas. Era como si el aire de la biblioteca se volviera más denso con cada palabra que leían.
Finalmente, Fernanda cerró el libro con cuidado, y ambas intercambiaron una mirada cargada de significado.
—Entonces… si lo que estos libros dicen es cierto —comenzó Fernanda en voz baja—, tal vez Joseph no ha podido descansar porque murió con arrepentimientos. Tal vez hay algo que nunca pudo resolver en su vida y que ahora, de alguna manera, está esperando que tú lo ayudes a recordar.
Amelia miró el libro con atención, los pensamientos en su mente como un torbellino.
—Lo más extraño es que… cuando estaba con él en esa casa, no sentía solo miedo. Era como… como si lo conociera. Como si algo dentro de mí supiera que él estaba esperando por mí.
Fernanda le dio un apretón en el brazo, sus ojos llenos de determinación.
—Entonces tenemos que averiguar más sobre ese tal Joseph y sobre los posibles arrepentimientos que lo retuvieron en esta vida. Quizás podamos encontrar un registro de su muerte, o algún detalle que revele qué lo mantiene atado a este mundo.
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Editado: 02.11.2024