CAPÍTULO 11
Después del altercado con Alessandro y mi hermano, mi madre me aconsejó que hablara con el padre de mis hijos para evitar más conflictos. No era algo que me entusiasmara, pero entendía la necesidad de mantener cierta paz, al menos por el bienestar de los bebés.
Ahora me encontraba en uno de los restaurantes de mi madre, esperando pacientemente a que Alessandro llegara. Para hacer más llevadera la espera, me dediqué a disfrutar de un pastel de limón. Primero un trozo, luego otro… y sin darme cuenta, ya estaba por la tercera tajada cuando una voz interrumpió mi momento de tranquilidad.
— Si sigues comiendo así, perderás tu preciada figura — comentó Alessandro mientras se sentaba frente a mí con una sonrisa burlona. Sus ojos oscuros reflejaban diversión, como si esperara que me molestara con su comentario. — Aunque, conociendo tu vanidad, seguro te harás una cirugía después de dar a luz.
Bajé la mirada por un instante, sintiendo un calor inesperado en mis mejillas. No era la primera vez que Alessandro soltó un comentario así, pero esta vez me afectó de una manera distinta. Antes, sus burlas sobre mi vanidad me entraban por un oído y me salían por el otro, porque yo estaba segura de mí misma. Ahora, sin embargo, las dudas se habían instalado en mi cabeza desde que confirmó mi embarazo.
Sabía que mi cuerpo cambiaría. Lo había visto en otras mujeres: cómo su piel se transformaba, cómo su figura no volvía a ser la misma, cómo algunas se sentían ajenas a sí mismas después de dar a luz. Y aunque no quería admitirlo, una parte de mí tenía miedo. Miedo de perder algo que siempre había cuidado con esmero, de no reconocerme en el espejo, de sentirme diferente de una manera en la que no estaba lista.
Apreté el tenedor entre mis dedos y levanté la mirada, obligándome a reaccionar. No iba a permitir que Alessandro viera esa pequeña grieta en mi seguridad.
— No creo que eso sea algo que te importe — respondí con frialdad, procurando que mi voz no delatara lo que realmente sentía. — Y más te vale limitarte a no soltar comentarios hirientes hacia mí, en especial ahora que llevo a tus hijos en mi vientre.
Alessandro alzó una ceja, divertida por mi tono, pero en su mirada notó un leve destello de incomodidad.
— Tranquila, solo era un comentario inocente. No pensé que te afectaría tanto.
— Pues ahora lo sabes — respondí sin rodeos, empujando el plato de pastel a un lado. — No estoy aquí para discutir ni para escuchar tus bromas, Alessandro. Solo quiero hablar contigo tranquilamente sin que nos ataquemos el uno al otro.
Me miró en silencio durante unos segundos, como si analizara mi expresión. Finalmente, soltó un suspiro.
—Está bien. ¿De qué quieres hablar?
Sonreí levemente, tomé mi cartera y saqué los documentos que me había dado mi madre. Se los extendí sin decir nada.
— ¿Qué es esto? —preguntó al abrir la carpeta, frunciendo el ceño.
— Es un contrato — respondí con firmeza. — Mira, Sandro, sé que sabías sobre mis sentimientos hacia ti. Desde pequeña siempre me gustaste, pero después de todo lo que ha pasado, lo único que quiero ahora es una vida tranquila al lado de mis hijos. Quizás más adelante conozcas a un hombre que sí pueda corresponder a mis sentimientos y yo a los suyos.
Respire profundamente, sintiendo un nudo en la garganta antes de continuar.
— Por eso te propongo este contrato. Se estipula que, si alguna de las partes solicita el divorcio después de que nuestros hijos nazcan, no habrá ningún problema en separarnos.
Alessandro hojeó los papeles en silencio. Su expresión, que al principio había sido de sorpresa, se tornó impenetrable.
— ¿Quieres que nos casemos con una fecha de caducidad? —murmuró sin apartar la vista de los documentos.
— Quiero que tengamos claro desde el principio que no estamos obligados a permanecer juntos más allá de lo necesario — aclaré con seriedad. — No quiero ataduras ni ilusiones falsas.
Levantó la mirada y me observó con intensidad.
— Y si yo no quiero firmar esto… ¿qué pasa?
— Nada cambia — respondí sin dudar. — La boda se llevará a cabo de todas formas, pero prefiero que las reglas sean claras para los dos.
El silencio entre nosotros se volvió pesado. Alessandro dejó la carpeta sobre la mesa y cruzó los brazos, evaluándome con esa expresión que siempre usaba cuando quería demostrar que tenía el control.
— ¿De verdad crees que voy a acceder a tus peticiones cuando tú fuiste la que ocasiónó todo este caos? — soltó una risa burlona. —Te equivocas, Rouse. Pero en algo tienes razón: es mejor dejar las cosas claras antes de comenzar este infierno.
Escribió algo en su celular y, apenas unos segundos después, apareció un hombre junto a él y le entregó una carpeta. Alessandro la tomó con calma y la lanzó sobre la mesa frente a mí.
— Te propongo lo siguiente, cariño. — Su voz adquirió un tono afilado. — Ya que fuiste tú quien inició todo esto, no será tan fácil que te libres de mí. Quiero que mis hijos crezcan con un solo padre y no con ningún hombre que pase por tu vida. Así que olvídate del divorcio hasta que tengan al menos cinco años.
Abrí la carpeta con cautela y mis ojos recorrieron el documento, sintiendo un escalofrío de indignación.
— ¿Cinco años? — repetí con incredulidad.
— Exactamente. — Alessandro se acomodó en su asiento con aire triunfal. — Y hay algo más. Si en ese tiempo te consigues un amante o llego a enterrme de que me fuiste infiel de cualquier forma, te quitaré la patria potestad. No volverás a ver a nuestros hijos y me encargaré de contarles exactamente qué clase de mujer es su madre.
Mis dedos se crisparon sobre el papel. La seguridad con la que lo decía, la forma en que me miraba, como si ya diera por hecho que yo arruinaría todo, me hervía la sangre.
— ¿Acaso te has vuelto loco? No puedes hacerme esto, Sandro. Yo no te estoy obligando a nada. Tú también te casas conmigo porque tienes que proteger a tu hermana — solté con firmeza.