CAPÍTULO 14
—Antonella —dije en un susurro.
—Mucho tiempo sin vernos, Rouse —respondió, acercándose con la misma elegancia y seguridad de siempre—. Me enteré de que te casaste con un D'Angelo.
Sus ojos recorrieron mi figura de arriba abajo.
—Aunque me pregunto por qué estás aquí y no en tu luna de miel al lado de tu esposo.
Antonella era mi prima lejana. Nuestros abuelos eran hermanos y la última vez que la vi fue cuando aún era una adolescente, antes de que se fuera a un internado en Alemania.
Antes de que pudiera responder, otra voz cargada de burla interrumpió.
—Es más que obvio por qué está aquí. Su esposo no quiere a una loca como ella a su lado.
Volteé de inmediato hacia el origen de esas palabras.
Un hombre se incorporaba con dificultad, presionando una herida en su costado. Su camisa blanca estaba teñida de rojo en la zona donde la bala le había rozado.
—Demonios —me acerqué rápidamente para evaluar el daño—. Perdóname, Antonello.
Me agaché junto a él, inspeccionando la herida. No era profunda, solo un rasguño con algo de sangrado, pero suficiente para haberle causado un buen susto.
Antonello soltó una risa sarcástica.
—Claro, para ti es fácil decir "perdón" cuando no fuiste tú quien recibió un golpe y un balazo como bienvenida.
Noah resopló, cruzándose de brazos.
—Si te hubieras acercado de una manera normal en vez de agarrarla por la espalda, no estarías sangrando.
Antonella nos miró con diversión.
—Agradece que lo que tenía era un arma y no un cuchillo, que con eso sí te hubiera rebanado el cuello, hermanito.
La miré sin gracia.
—Vamos, te voy a curar la herida.
Antonello me siguió de mala gana hasta la cocina. Busqué el botiquín rápidamente y saqué lo necesario para atender la herida.
Empecé desinfectando la zona con cuidado. Observando mejor, noté que necesitaría algunas puntadas. Sin decir nada, tomé un poco de anestesia y la aplicación antes de que pudiera darse cuenta.
—¡Mierda, Rouse! ¿Qué jodidos haces? —se quedó en cuanto comenze a coser la herida—. ¿Acaso quieres matarme de dolor?
—No seas llorón. Te puse anestesia —repliqué con tranquilidad mientras continuaba trabajando—. Además, tú te lo buscaste. ¿Cómo se te ocurre acercarte de esa forma a mí cuando sabías que tenía un arma?
Antonello soltó un bufido y apretó los dientes, pero no respondió. Su mandíbula estaba tensa, aunque no sabía si por el dolor o por el orgullo herido.
Terminé el último punto con precisión y corte el hilo. La herida no era grave, pero lo haría moverse con más cuidado por unos días. Justo en ese momento, Noah apareció en la puerta de la cocina con los brazos cruzados.
—La comida está lista.
Rápidamente, reconocí los materiales y guardé todo en el botiquín mientras Antonello tanteaba su costado con la mano, asegurándose de que la herida no se abría.
—Por lo menos no eres mala doctora —dijo mirando de reojo su vendaje, como si todavía dudara de mi trabajo.
Rodé los ojos y, sin previo aviso, presioné suavemente la zona de la herida con los dedos.
—¡Ah, carajo! —se quejó con un grito, apartando mi mano de un manotazo.
—Idiota —dije sin inmutarme—. No me provocas, primo, que está herida no será nada comparada con lo que te espera si sigues así.
Antonella río divertida mientras nos dirigíamos al comedor. Noah no dijo nada, pero su expresión mostró lo poco que le sorprendió la situación.
Nos sentamos a la mesa y, en cuanto tuve mi plato frente a mí, prácticamente lo devoré al instante. Realmente está delicioso.
—Tranquila, prima, que la comida no se va a escapar —comentó Antonella.
Ignoré su comentario y me sirvió otra porción. Continuamos comiendo en silencio, cada uno perdido en sus pensamientos.
Finalmente, cuando terminamos, limpiamos todo y nos dirigimos a la sala. Yo fui a la cocina y regresé con un pote de Nutella y unos trozos de durazno. Justo cuando estaba a punto de disfrutar mi postre, una mano rápida me lo arrebató.
—Rouse, no.
Noah me quitó la Nutella antes de que pudiera siquiera medir la cuchara.
—¡Noah, devuélveme mi Nutella! —protesté, tratando de quitársela.
— No. Eso te puede hacer daño, además todavía no has tomado tus vitaminas.
Su comentario hizo que me congelara un segundo.
—¿Vitaminas? —preguntaron al unísono Antonella y Antonello, mirándome con curiosidad.
—¿Estás enferma, Rouse?
— No.
— Si.
Noah y yo respondimos al mismo tiempo, pero con respuestas completamente opuestas.
Mis primos intercambiaron miradas y luego me miraron a mí, esperando una explicación. Sabía que no se quedarían con la duda, así que suspiré, tratando de controlar mis emociones y hormonas.
Me senté en el sofá y, con la voz firme, solté la verdad.
—Estoy embarazada.
El silencio que siguió fue abrumador.
Antonella y Antonello me miraron con los ojos muy abiertos, como si la noticia los hubiera dejado en estado de shock. Pasaron varios segundos antes de que algún reaccionara.
Antonella fue la primera en mover los labios, pero no logró decir nada de inmediato. Antonello, en cambio, frunció el ceño y miró de reojo a Noah, como si intentara confirmar que no se trataba de una broma.
— ¿Estás hablando en serio? —preguntó finalmente Antonella, recuperando el aliento.
—Muy en serio —respondí sin titubear.
Antonello se cruzó de brazos y dejó escapar un suspiro pesado antes de soltar la pregunta que, sin duda, rondaba en su cabeza.
—¿Y el padre?
—Idiota, es obvio que el padre es Alessandro D'Angelo —respondió su hermana, dándole un golpe en el brazo—. Por eso te casaste con él, ¿no?
No me molesté en corregirla, pero tampoco lo confirmé.
—Es algo complicado —dije, intentando esquivar el tema.
Antonella me observará con seriedad, como si evaluara si insistir o no. Finalmente, suspiro y se encogió de hombros.