CAPÍTULO 15
Después de aquella confesión, la convivencia con Antonella se mantuvo en calma durante dos días. No hubo peleas ni comentarios mordaces, como si de alguna manera desahogarse le hubiera aliviado un peso que llevaba arrastrando por años.
Poco a poco, fui entendiendo más sobre su historia. Antonella había mantenido una relación en secreto con su guardaespaldas, desafiando las estrictas reglas de su familia. Para ella, él había sido su refugio, alguien en quien realmente confiaba. Pero todo se vino abajo cuando descubrió que su madre se había acostado con él. Su mundo se derrumbó en un solo instante.
Ese día, destrozada, escapó con la intención de contarle todo a su padre, pero en el camino sufrió un accidente automovilístico. Terminó en cuidados intensivos durante días, y fue allí donde le informó que había perdido a su bebé. Antonella nunca supo que estaba embarazada hasta ese momento. Tenía solo dos meses de gestación y, al recibir la noticia, lo único que pudo pensar fue en cómo destruir a quienes la traicionaron.
Durante su recuperación, su padre y su hermano estuvieron a su lado en todo momento. Sin embargo, su madre no apareció hasta meses después. Y cuando lo hizo, fue con un vientre notablemente abultado, asegurando que en pocos meses daría a luz a un nuevo miembro de la familia.
Antonella no pudo callarse. Frente a su padre, reveló toda la verdad sobre la relación de su madre con el guardaespaldas y el engaño del que había sido víctima. Su padre, furioso, pidió el divorcio de inmediato, pero las leyes y las circunstancias impidieron que se concretara hasta después del nacimiento del bebé.
Ahora, toda la familia esperaba la llegada del niño para someterlo a pruebas de ADN. Antonella estaba convencida de que no era hijo de su padre, sino del hombre que la había traicionado.
Pero su sede de venganza iba más allá de eso.
No solo quería exponer la verdad, sino también acabar con su madre de la peor manera posible: arrebatándole lo que más amaba. No se conformaría con verla fuera de la familia, quería hundirla, destruir el apellido de la familia materna, gente que, según ella, no eran más que codiciosos sin escrúpulos, dispuestos a cualquier cosa con tal de conseguir poder y riqueza.
Antonella no iba a detenerse hasta verlos caer.
—Entonces, ¿Antonello no sabe nada de esto? —pregunté, observándola con atención.
—No —respondió, negando con la cabeza mientras terminaba de preparar la ensalada—. Solo sabe que mi madre tuvo un amante, pero no sabe quién es. El único que conoce toda la verdad es mi padre.
Antonella dejó el cuchillo sobre la tabla de cortar y me miró con seriedad.
—Si mi hermano lo supiera, no dudaría en meterle un tiro a mi madre ya su amante. No le importaría matar al bebé que está en su vientre.
Asentí, comprendiendo la gravedad de la situación.
Ese día estábamos solas en la casa. Nuestros hermanos habían salido a pescar, aprovechando que la propiedad estaba cerca de un lago. Nosotras, en cambio, pasamos el tiempo poniéndonos al día, como solíamos hacerlo cuando éramos más jóvenes.
— ¿Cuándo piensas irte? —preguntó Antonella, sirviéndose un poco de jugo.
—Aún no lo sé. No puedo escapar de mi realidad. Solo quería aclarar mis ideas, y agradezco a Noah haberme traído aquí.
—¿Aún desconfías de él?
Suspiré, quitando la ensalada con el tenedor.
—Por años, lo único que hacía era ponerse del lado de su amiga y de su prometida. Siempre fui la villana. Que, de un momento a otro, muestra preocupación por mí me parece extraño.
Antonella emocionada con ironía.
—Mi primo solo es un idiota —jugó con su comida—. Un idiota que acaba de darse cuenta del error que ha cometido todos estos años. Aún recuerdo la primera vez que vi a Corinna. Lo único que pensé fue: ¿cómo una niña así puede siquiera dirigirse a nosotros?
—Bueno, en ese momento no entendía por qué no te agradaba —reconocí.
—Faltaba ver cómo miraba a tu hermano y a Alessandro para darse cuenta de que lo único que quería era tener a uno de los dos. No solo buscaba su amistad, quería tenerlos bajo su poder. Y, al parecer, lo ha conseguido.
Guardé silencio, reflexionando sobre sus palabras.
—Por lo menos Noah reaccionó a tiempo... o eso creo —añadió Antonella con tono pensativo.
No respondí. Hablar de Noah siempre era complicado para mí.
Seguimos conversando hasta que cayó la noche. Así transcurrió una semana, en la que todo se mantuvo tranquilo. Me permitió ordenar mis pensamientos, pero sabía que no podía quedarme allí para siempre. Finalmente, decidí que era el momento de regresar y enfrentar lo que me esperaba.
Antonella y su hermano quisieron acompañarnos. Quería ver a mis padres y al abuelo, así que no puse objeción.
El viaje de regreso fue silencioso. La casa de campo me había dado una breve pausa, pero ahora volvía a la realidad.
Cuando llegamos a Florencia, nos dirigimos directamente a la casa de mis padres. Apenas cruzamos la puerta, mi madre nos recibió con una sonrisa radiante.
—¡Mis pequeños! —exclamó, abrazándonos con fuerza—. Espero que hayan aclarado sus ideas.
Nos besó en la mejilla y, cuando se separó, su mirada se posó en las personas que estaban detrás de nosotros.
—Pero qué sorpresa… si no son nada más y nada menos que los hijos de Domenico.
Se acercó a ellos con afecto y los abrazó.
—Pero si ya están grandes y hermosos —dijo con calidez, examinándolos con una sonrisa.
—Y tú muy hermosa, tía —respondió Antonello, tomando la mano de mi madre y besándola con caballerosidad—. Pareciera que los años no pasan en ti.
Le sonrió con coquetería, logrando que mi madre se sonrojara.
—Por supuesto, mi esposa es muy hermosa —intervino mi padre, rodeándola por la cintura con posesividad antes de besarla con intensidad, lo que hizo que ella se sonrojara aún más.