Amor no correspondido

CAPÍTULO 16

CAPÍTULO 16

Después de la conversación con mi padre, intenté ponerme en contacto con Alessandro, pero no respondió a ninguno de mis mensajes. Llamadas, correos, incluso intenté comunicarme con su empresa, pero todo fue inútil. Finalmente, su secretaria atendió mi llamada con esa voz monótona y profesional que me sacaba de quicio.

—El señor D'Angelo está ocupado en estos momentos —informó sin mostrar el menor interés—. Si gusta, puedo agendarle una cita.

Abre los dientes.

—¿Para cuándo?

—Dentro de un mes —respondió con naturalidad, como si fuera algo completamente razonable.

Contuve una carcajada amarga. Alessandro estaba jugando conmigo, provocándome. Sabía que me tenía acorralada y disfrutaba cada segundo de su pequeño espectáculo.

—Está bien —acepté con frialdad, aunque por dentro hervía de rabia—. Agenda la cita.

Colgué sin despedirme. No iba a esperar un mes para hablar con él. Si Alessandro creía que me iba a quedar de brazos cruzados, estaba muy equivocado.

A la mañana siguiente, me dirigió a su empresa. Al bajar del coche, lo primero que vi fue el imponente edificio de cristal y acero que se alzaba en el centro de la ciudad. El logotipo de la compañía brillaba en lo alto, reflejando la luz del sol. Inspiré profundamente, tratando de mantener la calma, y ​​entré con paso decidido.

El salón era amplio, decorado con mármol pulido y detalles minimalistas que reflejaban el gusto impecable de Alessandro. A pesar de la actividad constante, todo se sentía frío y calculado, como su dueño.

Me acerqué a la recepción, donde una mujer de cabello recogido y expresión neutra me miró con profesionalismo.

—Buenos días, ¿en qué puedo ayudarla?

—Vengo a ver a Alessandro D'Angelo —respondí con firmeza.

La recepcionista tecleó rápidamente en su computadora.

—¿Tiene una cita programada?

—No.

—Lo siento, pero el señor D'Angelo no recibe visitas sin cita previa —dijo con cortesía mecánica.

Me crucé de brazos.

—Llámalo y dile que esposa está aquí.

La recepcionista dudó por un momento antes de tomar el teléfono. Mientras esperaba, observé a mi alrededor. Los ejecutivos entraban y salían con rapidez, absortos en sus propias responsabilidades. Todo en ese lugar reflejaba poder, orden y una eficiencia impecable.

—Me informan que el señor D'Angelo no está disponible en este momento —anunció la recepcionista tras colgar el teléfono.

Respiré hondo para no perder el control, pero la paciencia no era mi mejor virtud y Alessandro lo sabía. Estaba jugando conmigo y no pensaba seguirle el juego.

—Está bien —murmuré con frialdad—. Si eso es lo que quiere, entonces será por las malas.

Tomé mi teléfono y tecleé rápidamente. Solo tardó unos segundos en entrar la llamada.

—Buenos días, señora D'Angelo —saludó mi abogado con cortesía.

Bufé con fastidio.

—Señora Moretti —lo corregí sin disimular mi molestia. Alessandro podía tenerme atada legalmente, pero jamás llevaría su apellido—. Buenos días, abogado. Dígame, ¿cuánto tiempo tomará la compra?

— ¿Está segura de que quiere proceder con la adquisición del 15% de las acciones de la compañía de su esposo?

—Totalmente segura —respondí sin dudar—. Y agradecería que la transacción se realice lo más rápido posible.

—Haré lo necesario para que se concrete en las próximas horas. Le avisaré apenas esté finalizado el proceso.

Fruncí el ceño con impaciencia.

—No tengo horas, abogado. Necesito que la compra se realice en los próximos diez minutos. Ese es el tiempo que le doy. Espero su llamada.

Colgué sin esperar respuesta. Bajé la mirada a la pantalla de mi teléfono, tamborileando los dedos sobre el dispositivo. No tenía tiempo para juegos, y Alessandro estaba empujándome al límite.

Me acomodé en una de las sillas de recepción, cruzando las piernas con aparente calma, aunque la impaciencia latía en cada fibra de mi cuerpo. La recepcionista me lanzó una mirada discreta antes de regresar la vista a su ordenador. El lugar estaba impecable, con un diseño moderno y elegante, pero yo solo podía pensar en cuánto tiempo más debía esperar.

Pasaron exactamente siete minutos antes de que mi teléfono vibrara entre mis dedos. Contesté sin perder un segundo.

—Dígame.

—Señora Moretti —la voz de mi abogado sonó firme—, la compra se ha completado con éxito. Ahora posee el 15% de las acciones de la empresa D'Angelo.

Una sonrisa de satisfacción se dibujó en mis labios.

—Excelente trabajo, abogado. Será bien recompensado por su eficiencia y disculpe mis modales.

—No se preocupe, es un placer trabajar para usted. Hasta luego.

Colgué y deje escapar un leve suspiro.

Ahora Alessandro no podría ignorarme.

Me levanté con elegancia y caminé de nuevo hacia la recepción.

—Infórmele al señor D'Angelo que una accionista quiere una reunión con él.

La recepcionista, una mujer de aspecto joven con un aire de arrogancia, me miró con fastidio.

—Señora, ya le dije que si no tiene cita, no puede pasar —respondió con evidente molestia, haciendo una mueca de impaciencia.

Apreté la mandíbula. No estaba de humor para lidiar con empleados prepotentes.

—Mira, niña —dije en un tono afilado—, si no quieres que te despida en este mismo instante, será mejor que hagas tu trabajo. Llama a tu jefe y dile que un socio solicita verlo.

La mujer se cruzó de brazos y me escaneó de arriba abajo con desdén.

—Está bien, no tengo por qué lidiar con niñas caprichosas.

Rodé los ojos, sin perder más tiempo con ella. Eche un vistazo a la recepción, observando cada rincón hasta que localice los ascensores al fondo del pasillo. Sin pensarlo dos veces, me dirigí hacia ellos con paso firme.

—¡No puede ingresar! —gritó la recepcionista con desesperación al ver lo que intentaba hacer. De inmediato, tomó el teléfono y llamó a seguridad.



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Editado: 13.03.2025

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