Amor no correspondido

CAPÍTULO 18

CAPÍTULO 18

Rouse Moretti

Al llegar a mi departamento, fui directamente a mi habitación sin siquiera encender las luces. No quería encontrarme con nadie ni mantener una conversación en ese momento.

Me dejé caer en la cama, con la mirada fija en el techo, mientras mi mente procesaba todo lo que había ocurrido.

Había aceptado vivir bajo el mismo techo que Alessandro.

La idea me generaba una mezcla de temor y enojo. No confiaba en él, ni en sus intenciones, pero al final, había tomado esa decisión.

Respiré hondo y acaricié mi vientre.

Viéndolo desde otro ángulo, quizás esto tenía algo positivo. Al menos, Alessandro estaría cerca durante mi embarazo y podría ver nacer a sus hijos. Tal vez, con el tiempo, asumiría su papel como padre, sin la necesidad de conflictos innecesarios.

Me levanté y me dirigí al baño. Pensaba tomar una ducha rápida, pero cuando vi la bañera, decidí darme un momento para relajarme.

Llené la tina con agua caliente, añadí aceites esenciales y encendí algunas velas. Cuando me sumergí, sentí cómo la tensión comenzaba a desvanecerse.

Puse algo de música suave y me recosté en el agua, dejando que el aroma de los aceites me envolviera. Después de unos minutos, tomé unos archivos que me habían enviado algunos residentes y comencé a revisarlos. Me gustaba ayudar, así que corregí algunos puntos donde podían profundizar más en su investigación y señalé ciertos errores que debían mejorar.

Estaba tan concentrada en ello que no escuché el timbre la primera vez.

Cuando sonó nuevamente, reduje el volumen de la música y dejé los papeles a un lado.

Fruncí el ceño.

No esperaba a nadie.

Me envolví en una bata, salí del baño y me dirigí a la puerta con cautela. Miré por la mirilla y sentí un nudo en el estómago al ver quién estaba ahí.

Alessandro.

Apreté los labios, sintiendo una punzada de molestia.

Respiré hondo antes de abrir la puerta.

—¿Qué quieres? —pregunté, sin molestia en ocultar mi desconfianza.

Él me miró con intensidad, pero no respondió de inmediato.

—Necesitamos hablar.

Lo miré con escepticismo.

—Ya hablamos en tu oficina.

—No lo suficiente.

Nos sostuvimos la mirada en silencio.

Podría cerrarle la puerta en la cara y pretender que no había pasado nada.

O podía escucharlo.

Solté un suspiro y, sin decir nada, di un paso hacia un lado para dejarlo entrar.

(...)

Llevábamos un buen rato sentados en la sala, sin decir una sola palabra, mirándonos con la misma frialdad de siempre. Alessandro mantenía la vista fija en mí, como si estuviera buscando las palabras correctas o intentando leer mi expresión.

Resoplé con fastidio y rodé los ojos.

—¿Y bien? ¿Qué es lo que quieres?

Se inclinó ligeramente hacia adelante, apoyando los codos en sus rodillas.

—Ya te dije, solo quiero hablar.

—Llevas más de quince minutos en silencio, Alessandro. Si lo que tienes que decirme es tan importante, empieza a hablar de una vez. Tengo cosas que hacer.

—¿Vas a salir? —interrogó con el ceño levemente fruncido.

—No, pero tengo trabajo pendiente —respondí con indiferencia—. Así que por favor, sé breve.

Él entrecerró los ojos, como si no le gustara mi actitud.

—¿Trabajo? ¿No se supone que deberías descansar?

—No tienes derecho a decirme qué hacer con mi tiempo —repliqué sin rodeos—. ¿Y bien?

Se quedó en silencio unos segundos más, pero esta vez, su mirada era más intensa, como si estuviera debatiéndose entre decir algo o guardárselo para sí.

—Quiero que te mudes hoy mismo.

Solté una risa seca y sin humor.

—¿En serio? ¿Es por eso que viniste?

—Sí.

Me crucé de brazos y lo miré con incredulidad.

—¿Y por qué la prisa? ¿Tienes miedo de que cambie de opinión?

Su mandíbula se tensó.

—No. Pero no quiero más excusas. Dijiste que aceptarías, así que quiero que lo hagas cuanto antes.

—Pues tendrás que esperar un poco más —dije con calma—. No voy a dejar mis cosas botadas ni a correr a tu casa solo porque se te antoja.

—No es un antojo, Rouse. Es lo mejor.

—Para ti, tal vez. Para mí, no.

Él respiró hondo y se pasó una mano por el cabello, visiblemente frustrado.

—No quiero discutir. Solo quiero que cumplas tu palabra.

—La cumpliré, pero a mi ritmo —le aclaré—. No soy tu empleada o esclava para que me des órdenes, Alessandro.

Se quedó mirándome en silencio, como si estuviera procesando mis palabras.

—¿Cuándo piensas mudarte?

—Cuando lo tenga todo listo.

Suspiró pesadamente y se frotó el puente de la nariz.

—Bien. Pero no tardes demasiado.

Me encogí de hombros, sin darle más importancia.

—Si eso es todo, puedes irte.

Me levanté, pero él no hizo lo mismo. En cambio, se quedó ahí, mirándome con un brillo indescifrable en los ojos.

—Hay algo más —dijo finalmente.

Arqueé una ceja.

—¿Ahora qué?

—Quiero que dejes tu trabajo.

No pude evitar soltar una carcajada.

—¿Disculpa?

—Te la pasas revisando documentos, ayudando a residentes, atendiendo asuntos que ni siquiera te corresponden. Además, trabajas con radioactivos, rayos X y otras cosas.

Mi humor cambió en un instante.

—¿Y desde cuándo te importa lo que haga o deje de hacer?

—Desde que supe que estabas embarazada.

Su respuesta me tomó por sorpresa.

Él se puso de pie y me miró con seriedad.

—No quiero que pongas en riesgo tu salud ni la de los bebés.

Lo observé en silencio, sintiendo una extraña punzada en el pecho.

—No necesito que te preocupes por mí, Alessandro —respondí con frialdad—. He estado bien sin ti hasta ahora.

Él apretó los labios, tratando de replicar, pero lo corté antes de que pudiera decir algo.

—Pero para tu tranquilidad, en cuanto supe que estaba embarazada, pedí licencia de maternidad justamente por las cosas que manipulo en mi trabajo.



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En el texto hay: primer amor, embarazo, dolor amor

Editado: 13.03.2025

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