Amor no correspondido

CAPÍTULO 19

CAPÍTULO 19

Ya han pasado dos semanas desde que me mudé a la casa de Alessandro. Al llegar, los empleados me recibieron con amabilidad, a excepción del ama de llaves, Adele, que al parecer no le he caído bien, porque cada vez que puede me hace la vida imposible.

Paso la mayor parte del tiempo en el jardín; es un lugar muy agradable, lleno de plantas con frutos de todo tipo. Mis favoritos son las fresas, los kiwis, los duraznos y, por supuesto, los limones. El aire allí siempre huele a tierra húmeda y a hojas frescas, y ese aroma me da cierta tranquilidad, como si por un momento el silencio de la casa no me pesara tanto.

Justo ahora me encuentro comiendo una rica ensalada de frutas con un vaso de agua fría. El clima es cálido, y el sol atraviesa las copas de los árboles, iluminando las flores del jardín. Cuando termino, me levanto con calma y me dispongo a regresar a mi habitación, pero en el camino me encuentro con Sofía, quien me observa de mala gana, como si mi sola presencia la molestara.

— Mi niño Alessandro llamó — dijo con tono seco. — Me pidió que le informara que hoy cenarán fuera.

Levanté una ceja, sorprendida.

— ¿Fuera? — pregunté sin entender muy bien a qué se refería.

— Sí — respondió, cruzándose de brazos. — Dijo que dentro de unas horas vendrá a recogerla. Que la espere lista.

Su tono fue más una orden que un simple aviso. De todas formas, sin ganas de discutir ni armar un escándalo innecesario, me di media vuelta y regresé a mi habitación.

Preparé la tina y dejé que el agua tibia llenara el baño con vapor. El aroma del jabón y los aceites me envolvió, y por un momento logré relajarme. Últimamente, mi cuerpo se sentía diferente: más pesado, más sensible, como si cada día el cansancio quisiera adueñarse de mí. Me sumergí en el agua, intentando borrar de mi mente cualquier pensamiento sobre Alessandro o lo que él pudiera querer esa noche.

Después del baño, me apliqué las cremas sobre la piel; se había vuelto muy seca en las últimas semanas, especialmente en las piernas y el vientre. Al terminar, me puse un camisón blanco, suave y ligero, que se ajustaba a mi cuerpo. Me miré en el espejo. Mi vientre estaba creciendo, cada día más notorio, y aunque trataba de ocultarlo, el reflejo me recordaba constantemente lo que estaba ocurriendo.

Solté un suspiro y apagué las luces. No pensaba salir con él, no después de todo lo que había pasado. Creí haberle dejado claro que no quería nada de él, ni cenas, ni conversaciones forzadas, ni fingir una relación.

Me metí bajo las sábanas, buscando descanso, pero el sueño no llegaba. Mi mente seguía activa, repasando cada palabra, cada mirada, cada silencio incómodo que había entre nosotros.

Unos minutos después, escuché el sonido de un auto deteniéndose frente a la casa. No me moví. Luego, pasos firmes resonaron en el pasillo, acercándose a mi habitación.

Toques suaves se oyeron en la puerta.

—Rouse —la voz de Alessandro sonó al otro lado, seria, pero sin dureza—. Sé que estás despierta.

No respondí. Cerré los ojos, fingiendo dormir, aunque mi corazón latía con fuerza.

Él esperó unos segundos antes de hablar de nuevo.

—Pensaba llevarte a tu restaurante favorito.

Cuando dijo eso, se me hizo agua la boca. Solo imaginar esa pasta cremosa de camarones, la lasaña recién salida del horno y esas alitas picantes con salsa especial, me removió el apetito. Aun así, no contesté.

—Para suerte tuya te conozco bien —continuó, con un tono más tranquilo—. Sabía que no aceptarías mi invitación, así que te traje tu pasta favorita y esas alitas que tanto te gustan.

Mi estómago rugió, traicionándome. Apreté las sábanas con fuerza y contuve las ganas de abrir la puerta.

—Voy a dejarlo todo en la cocina. Si quieres, puedes bajar y comerlo. —Su voz se fue apagando mientras escuchaba sus pasos alejarse por el pasillo.

Cuando el silencio regresó, abrí los ojos y me quedé mirando el techo. Parte de mí quería ignorarlo, seguir fingiendo que nada de lo que hacía podía afectarme, pero otra parte... sentía curiosidad.

El olor empezó a llegar minutos después, suave, cálido, inconfundible. Pasta recién hecha.

Me giré en la cama, tratando de resistir, pero el aroma se volvió más intenso, mezclado con el del ajo y las especias.

Susurré para mí misma, en voz baja, casi en reproche:
—No pienso bajar...

Aun así, mis pies ya buscaban las pantuflas.

Caminé despacio, procurando no hacer ruido. El pasillo estaba en penumbra y las escaleras crujían apenas bajo mis pasos. Bajé con cuidado, conteniendo la respiración cada vez que un peldaño sonaba. Al llegar a la planta baja, la luz tenue que venía desde la cocina me guió.

Me asomé con cautela. No había nadie. La casa estaba en silencio, y por un instante agradecí mi suerte. Avancé hasta la mesa y allí estaban los recipientes cuidadosamente ordenados, con notas pequeñas que decían el nombre de cada plato.

Desempaqué todo con calma. El aroma se volvió irresistible. Cuando vi la porción generosa de pasta, la lasaña perfectamente dorada y las alitas bañadas en salsa picante, mis ojos brillaron.

—No debí bajar… —murmuré, aunque la sonrisa se me escapó sin querer.

Me senté y comencé a comer despacio, disfrutando cada bocado. El sabor era justo como lo recordaba, idéntico al del restaurante. Lo acompañé con un vaso de agua fría que encontré en la nevera, intentando mantener la compostura.

Cuando ya iba por la mitad del plato, escuché un ruido.

Me quedé quieta. El tenedor tembló entre mis dedos. El sonido venía del pasillo, un leve crujido, como si alguien caminara descalzo sobre el suelo de madera.

Tragué saliva, sin atreverme a moverme. Luego, la voz grave y tranquila rompió el silencio:

—Sabía que bajarías.

Giré la cabeza lentamente. Alessandro estaba recostado en el marco de la puerta, con las manos en los bolsillos y una expresión serena, aunque sus ojos revelaban algo que no supe interpretar.



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En el texto hay: primer amor, embarazo, dolor amor

Editado: 18.10.2025

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