Amor no correspondido

CAPÍTULO 20

CAPÍTULO 20

Me quedé inmóvil, con el tenedor aún a medio camino. Sentí que la sangre se me helaba. No esperaba verlo ahí.

—¿Qué haces aquí? —pregunté, intentando sonar tranquila, aunque mi voz salió más baja de lo que quería.

Él sonrió apenas, con ese gesto que siempre me resultaba irritante.

—Esta es mi casa —respondió, como si fuera una obviedad.

Lo miré de mala gana y volví la vista al plato.

—¿Puedo sentarme? —preguntó con calma.

—Haz lo que quieras, siempre lo haces.

Seguí comiendo, fingiendo que su presencia no me afectaba, aunque mi mano tembló ligeramente al llevar el tenedor a la boca.

—No tienes que fingir que no te gusta —dijo al fin, con tono sereno—. Te vi sonreír cuando probaste la pasta.

—No estaba sonriendo —mentí, apartando la mirada.

Alessandro asintió despacio, y sus ojos bajaron un instante hacia mi vientre. Fue apenas un segundo, pero suficiente para que mi cuerpo se tensara.

—¿Qué miras? —pregunté de inmediato, alzando el tono.

—Nada —respondió rápido, enderezándose en la silla—. Solo no pensé que usaras algo tan... pegado para dormir.

Su comentario me tomó por sorpresa. Bajé la mirada y repasé con rapidez mi propio cuerpo. El camisón blanco se ajustaba más de lo que había notado antes, dejando entrever mis curvas. Me di cuenta, además, de que no llevaba puesta la bata ni ropa interior, porque últimamente todo me resultaba incómodo. Sentí cómo el calor me subía al rostro y, sin poder evitarlo, me puse roja.

—Ya terminé, me retiro —dije con voz entrecortada mientras me levantaba de la mesa, intentando escapar lo más rápido posible.

Di un par de pasos, pero escuché su voz detrás de mí.

—Rouse.

Me detuve sin girarme.

—¿Qué?

—No salgas así por la casa —su tono fue firme, pero no agresivo—. Hay empleados, y no todos son de confianza.

—Lo tendré en cuenta —respondí sin mirarlo, apretando los labios.

Subí las escaleras con el corazón acelerado. Al cerrar la puerta de mi habitación, me apoyé en ella, intentando calmarme. No entendía por qué me afectaba tanto lo que Alessandro decía o hacía. No era la primera vez que me miraba con esa mezcla de juicio en fin.

Me acerqué al espejo. El camisón dejaba ver una ligera curva en mi abdomen. Llevé una mano a mi vientre acariciándolo con ternura.

Me puse la bata de inmediato y abrí las ventanas para dejar entrar aire fresco. El cielo estaba cubierto, y el jardín de la mansión se veía silencioso, inmóvil, casi demasiado perfecto. Desde que había llegado, todo se mantenía impecable, pero esa calma tenía algo inquietante, como si bajo la superficie hubiera algo esperando a salir.

Salí al balcón y me quedé un rato observando el paisaje. El viento agitaba suavemente las cortinas y traía consigo el olor a tierra húmeda. La mansión parecía dormir, pero yo sentía que las paredes escuchaban. Cerré los ojos por un instante, buscando un poco de paz, pero lo único que encontré fue el eco de mi propio cansancio.

Volví a la cama. Ni bien apoyé la cabeza en la almohada, el sueño me venció.

Desperté temprano, con la luz del amanecer colándose entre las cortinas. Todo estaba en silencio. Por un momento, dudé si bajar o quedarme en la habitación. No quería volver a cruzarme con Alessandro tan pronto, pero tampoco podía encerrarme todo el día.

Bajé despacio. En el comedor, él ya estaba sentado, revisando unos documentos mientras tomaba café. Su presencia llenaba el espacio, aunque no dijera una palabra.

—Buenos días —murmuré con cautela.

—Buenos días —respondió sin mirarme, manteniendo la vista fija en los papeles.

Me serví un poco de té y me senté al extremo opuesto de la mesa. El sonido de la cuchara chocando contra la porcelana fue lo único que rompió el silencio. Pasaron unos minutos antes de que él hablara.

—Supe que hoy vendrán tus primos —dijo, dejando de escribir.

Levanté la mirada de inmediato, sorprendida.

—¿Cómo es que sabes eso? —pregunté con el ceño fruncido.

—Tu abuelo me llamó esta mañana —respondió con tranquilidad, como si fuera lo más normal del mundo—. Me dijo que hoy dormirías en casa de tus padres.

Asentí, algo incómoda.

—Cada año, por estas fechas, todos los Moretti nos reunimos para pasar tiempo en familia. Hoy mis primos van a venir a recogerme. Me quedaré toda la semana en casa de mis padres —expliqué mientras empezaba a comer mi omelette.

Él alzó la vista lentamente, clavando sus ojos en los míos.

—¿Y no planeabas decírmelo? —preguntó con voz serena, aunque su mirada era otra cosa.

—No creí que tuviera que hacerlo —respondí, encogiéndome de hombros—. No tienes por qué saber cada cosa que hago.

Alessandro dejó la taza sobre el plato con un suave golpe.

—Rouse, vivimos bajo el mismo techo. No te estoy pidiendo que me des explicaciones, solo que me avises. No quiero enterarme de tus planes por terceros.

—Bueno, ahora ya lo sabes —repliqué sin mirarlo.

El silencio se extendió entre nosotros. Sentí su mirada fija en mí, como si quisiera decir algo más, pero se contuvo. Tomó sus documentos, los apiló con calma y los guardó en una carpeta.

—Te acompañaré —dijo finalmente.

Levanté la vista, desconcertada.

—¿Qué? No hace falta. Mis primos vendrán por mí.

—No lo dije por cortesía —replicó—. El abuelo me pidió que te llevara personalmente. Quiere que llegues bien, y ya sabes cómo es cuando se trata de ti.

Rodé los ojos y dejé los cubiertos a un lado.

—No necesito un chofer, menos uno con traje caro.

—Lo sé —respondió con una ligera sonrisa, como si disfrutara de mi molestia—, pero igual iré.

Me levanté sin decir nada más. Subí a mi habitación para alistar mi maleta, tratando de ignorar la sensación incómoda que me provocaba su actitud.

Guardé lo esencial: ropa cómoda, algunos documentos y el libro que últimamente me ayudaba a distraerme. Cuando bajé, ya estaba esperándome junto a la puerta principal, impecable como siempre, con las llaves del auto en la mano y esa expresión seria que parecía grabada en su rostro.



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En el texto hay: primer amor, embarazo, dolor amor

Editado: 18.10.2025

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