Amor online

Episodio 5

CRISTINA

Al llegar al café, pido una Coca-Cola y unas patatas fritas, decido darme hoy un festín. La Coca me la traen enseguida, así que disfruto de la bebida mientras me pierdo en la aplicación. Ahí están: tres mensajes nuevos. Decido leerlos.

Solito: “Linda nena, pero una como tú no sale con cualquiera.”

Suelto una risita y sonrío. Me animo a responder:

«Habla por ti mismo.»

Después de contestar a ese Solito, abro los otros mensajes.

El Rudo: “Eres mi tipo. ¿Dónde y cuándo podemos vernos?”

En ningún sitio y nunca, le contesto en mi mente con frialdad. Paso al último mensaje.

Sanya: “¡Hola! Si la foto es real, te pido de esposa.”

Me aguanto la risa histérica ante semejante declaración. ¿Esto qué es, una propuesta? Suspiro. Y yo que tenía una oportunidad real de casarme... Uy, parece que no estaba destinado, porque jamás voy a tener los brazos que aparecen en mi foto de Linder. Ay, la oportunidad que dejé escapar.

Vuelvo a la foto de Alik. Necesito grabar sus rasgos para no confundirlo con otro. Mientras sigo curioseando en la aplicación, me traen las patatas fritas. Las saboreo como si fuera la última cena. Sé que es dañino, pero me encantan. No puedo evitar mirar el reloj a cada rato. Quedan cinco minutos. Me pregunto si Alik aparecerá o si me quedaré aquí sola, como una tonta, esperándolo.

Miro a mi alrededor con atención. No hay clientes nuevos. No podía haberme perdido la entrada de mi pretendiente. La intriga aumenta. Mordisqueo las patatas, pero en cuanto mi mirada se clava en la puerta del café, dejo de masticar.

Entra un chico alto, rubio, con un mechón recogido en una coletita y lleno de granos. Ese es Alik. Trago saliva con nervios. Él echa un vistazo al local mientras yo bajo los ojos hacia la tableta. Me quedo mirando la foto de “ese” Alik. ¿Por cuántos filtros habrá pasado la imagen? Parece que en esa aplicación todos venden humo. Supongo que yo también... todo por diversión.

De repente llega una notificación. Quito el sonido enseguida y la abro.

Alik: “Ya estoy en el café. ¿Dónde estás tú?”

¡Ups! Qué mal. No debí aceptar esta cita. Ahora me siento incómoda y, además, culpable con ese chico que dejó lo suyo para venir hasta aquí. ¿Y ahora qué hago? Decido escribirle:

«Perdona. Surgió algo de repente. No voy a poder ir.»

Alik: “¿Por qué? Eso está muy feo de tu parte... Tú ya habías aceptado.”

Lo sé. Sé que está mal. Metí la pata y no pienso repetir este error. Una cosa es chatear, y otra muy distinta, una cita.

Bromas aparte, no me gusta jugar con la gente. Me gusta la sinceridad. Pero sinceridad y hombres… digamos que no siempre van de la mano.

«Lo siento, salió así.»

Después de enviar el mensaje, pago la cuenta. Veo cómo el rubio resopla molesto y se marcha del local. Espero unos minutos y luego salgo también.

Pero me quedo helada al encontrarlo en el aparcamiento del café. Está hablando por teléfono y me insulta a más no poder. Habla de mí fatal.

Me invade la amargura. Y yo aquí sintiéndome culpable… Estaba a punto de borrar la cuenta, pero ahora, por principio, no lo haré. Que se quede. Y seguiré quedando en citas así. Será curioso ver cuántos hombres saben comprender y cuántos me pondrán a parir.

Camino por el parque, aunque los pensamientos que me rondan no son nada alegres. Vaya cita a ciegas...

Me doy cuenta de que, si en la aplicación estuviera mi foto real —con mi coleta, mi cuerpo delgado y sin maquillaje—, ¿cuál habría sido la reacción de los hombres? Me pregunto cuántos me habrían escrito. Seguro que nadie.

Caminé mucho rato por el parque, dándole vueltas, y finalmente, tras atar cabos, decidí empezar a poner mis planes en marcha. Me dirigí enseguida a mi coche. Era hora de cambiar mi vida. Pero ahora de verdad, sin engaños.




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