CRISTINA
Ha pasado una hora y sigo a tope de adrenalina. Ya casi es medianoche y nada de sueño. Borré de la web de citas el perfil fake que había hecho en la oficina y abrí uno nuevo, el real. Esta vez rellené la ficha casi con sinceridad. Puse mi altura verdadera —un metro cincuenta y cinco— pero el peso lo dejé en secreto. Elegí una de las tres fotos que me había mandado el fotógrafo. Y en la casilla de “¿Qué buscas?” me moría por escribir: un chico que cocine mejor de lo que come Mishko… Pero me aguanté. Y puse: busco un hombre de verdad.
Me río por lo bajo. A ver, ¿cuántos de “verdad” habrá aquí? ¿Y cuántos narcisos vendrán a echarme bilis? Desde Mishko, siento que todos son iguales. Pero no me asusto, a todos les voy a dar calabazas. El resto de la ficha lo rellené con una mala leche y unas exigencias que ni yo conocía. Que pasen de largo los que quieran, yo no quiero a cualquiera. Mis requisitos son altos: nada de vicios, saber cocinar sí o sí, limpieza, orden, tener su propio negocio, fidelidad… y, por supuesto, cero toqueteos en la primera cita.
Obvio que no pienso buscar aquí el amor de mi vida, esto es solo un juego. Tengo diez días de vacaciones, pues me voy a entretener.
Ni siquiera había terminado el registro cuando empezaron a caer likes y, claro, mensajes. La mayoría cabreados. Suspiro, me voy a por la cena y me preparo para disfrutar de mi vibe nocturno.
Regreso del comedor con los platos y, al ponerlos en la mesa, agarro la tablet. Ya tengo la bandeja llena de quejas. Como buena multitarea, ceno mientras los leo. Ni me fijo en las fotos de perfil, solo leo.
“Vaya exigencias… A ti lo que te hace falta es un millonario. ¿Y tú qué sabes hacer?”
Guau. Caballero total. ¡Bravo!
“¿Y tú qué das a cambio?”
Otro crack. Hombre de verdad con H mayúscula.
Abro el siguiente:
“¡Otra más! Apenas metro y medio con tacones, pero exigencias de reina de Inglaterra…”
Y cuanto más bajo, más “piropos”. Vamos, que los tíos flipan conmigo —y yo por dentro me parto.
¡Bingo! Lo conseguí, piqué a los narcisos. Estoy encantada. Que se enteren, que ya estuvo bien de “recoge, cocina, sírveme y no molestes”. Ah no, que falta lo de “tráeme las zapatillas en la boca y luego te largas, que tengo fútbol”. Y no olvidemos: “tengo birras con los colegas, así que te callas y tragas”. Pues ahora ya no, guapitos. Se acabó mi modo tontita. Ahora me valoro.
No leo más mensajes. Respondo al primero con esto:
“¿Qué pensabas, majo? No me crió mi madre para ti. Y por si no lo sabías, la mujer es la octava maravilla del mundo. Aprende a valorarla”.
Copio y pego el mismo mensajito en todas las quejas.
Me engancho con tres perfiles. Les reviso las fotos. Uno sale sin camiseta, enseñando abdominales. No niego que la foto está bien, pero… ¿y detrás de eso qué hay? ¿O se dejó el alma en el gimnasio?
Otro aparece junto a un cochazo exclusivo. Guapo también, en plan atleta, pero en los ojos: frío y vacío. Este está perdidamente enamorado de sí mismo.
El tercero con bata blanca. Voy a la ficha: ginecólogo. Pues sí, atenciones femeninas no le faltan, normal que todo le parezca poco.
Mientras respondía, me entra otro mensaje. Lo abro y me parto de risa:
“Jo, qué exigencias. ¿Tú crees que aguantas a un hombre de verdad? Quiero verte en persona. Ver qué eres en realidad…”
No aguanto la carcajada y comento en voz alta:
—Gente, ¡qué comentario! Denle un Nobel a este señor, se lo merece.
Le respondo igualito al guapín de la foto en su escritorio de oficina.
Es la una de la madrugada. Hora de dormir. Pero un mensaje me atrapa:
“Buenas noches, Diosa. Si todavía no duermes, ¿charlamos?”
Parpadeo, confundida. ¿De verdad alguien tiene ganas sinceras o solo quiere jugar?
Dudo unos minutos, pero al final pienso: no pierdo nada. Aún no tengo sueño, así que, vale, charlamos. Pero decido de entrada: solo diversión, nada más.
Voy a sus fotos y le doy un like. Pero decepción total: sale con casco y traje de moto, todo marcado. Parece sacada de internet o hecha con IA. Casi nada en la ficha, otro que viene a entretenerse.
Se llama Nick. Me saca unos diez años y busca novia “para serio”. Sus requisitos son altos también. Coincido con casi todos, salvo con uno: que su pareja gane lo mismo que él. ¡Anda ya! Mejor que se compre un caballo, en vez de buscar chica. Eso pienso, indignada.
Aun así, le escribo una sola palabra:
“Puede”.
“¿Cris es tu nombre real?”
“Sí”.
“¿Y la edad de tu ficha es cierta?”
“Sí”.
Sonrío medio dormida, porque esto parece un interrogatorio.
“Pusiste que te gusta la música. ¿Qué estilos prefieres?”
Me muerdo los labios con picardía. Voy a soltarle una mentira. Total, no es serio. Y la verdad es que aún no estoy lista para otra relación. Lo de Mishko todavía escuece.
“Adoro la canción ligera (el típico ‘chanson’).”
Silencio. Creo que lo dejé en shock. Seguro no lo esperaba.
—¿Y eso es todo? ¡Hala, chaval, desapareció! Se asustó. —Me río sola.
Pero me llega otro:
“¿Y aparte de chanson qué más te gusta?”
Respondo sin pensar:
“El otoño…”
“Yo también. ¿Salimos a dar una vuelta?”
“Puede… Pero no hoy. Ya es tarde. ¡Que duermas bien!”
Cierro la conversación porque el sueño me puede. Salgo de la app y me voy arrastrando a la cama. Que mañana el jefe armó reunión y nadie me avisó a qué hora es. Espero alcanzar a dormir algo antes.