CRISTINA
Después de quedarme unos minutos más en la cama, por fin me levanto y, todavía medio dormida, voy tambaleándome hacia la ducha.
No sé por qué, pero mis pensamientos giran en torno a nuestro jefe. Me intriga saber por qué rompió con su novia. Si ella es guapísima, elegante, impecable... lo tiene todo. ¿Qué pudo no gustarle? Aunque, claro, él también es un bombón.
Saco esas ideas de mi cabeza. Mi jefe es un hombre de otra liga, y yo soy una chica con los pies bien puestos en la tierra. A un tipo como él... ni con escalera.
Salgo del baño, preparo un café y enseguida busco salones de belleza en Google. Más bien, busco un hueco libre donde puedan hacerme un buen maquillaje y peinado.
Mientras saboreo el café, consigo cita en uno para las doce del mediodía.
Satisfecha conmigo misma, me voy al armario a elegir un vestido de noche. Pero, después de revolver todo el guardarropa, me doy cuenta de que nada me apetece ponerme. Decido que necesito renovar el vestuario ya.
Me arrastro hasta la cocina, preparo algo rápido para desayunar y, mientras como, reviso el móvil. Durante todo el rato que estuve corriendo de un lado a otro, no dejó de vibrar con notificaciones.
Abro Linder y sonrío: cuarenta y dos notificaciones y un mensaje privado. Reviso los comentarios y suspiro. Hay de todo. Deslizo el dedo por la pantalla, leyendo por encima: algunos me halagan, otros me critican. Dicen que todas las mujeres somos iguales: primero dulces como gatitas, y luego, como panteras, les sacamos el dinero a los pobres hombres y les destrozamos los nervios.
En fin, cada uno habla desde su herida. Le doy un corazoncito a cada comentario. Toda opinión merece existir, así que... que vivan todas.
Por fin llego al mensaje privado. Lo abro y una sonrisa se me escapa. Es de Nick.
> “¡Buenos días, diosa! Espero que ya estés despierta y que todo te vaya genial.”
La mano se me va sola para responder. Quizás es una tontería... pero, ¿qué tiene de malo? Solo es una conversación.
“¡Buenos días! Sí, ya estoy despierta. ¡Todo perfecto!”
La respuesta llega al instante.
“Vaya, sí que duermes. Pensé que saldría la luna antes de que contestaras…”
Frunzo el ceño. ¿Perdón? ¿Y este tono? Podría no haberle contestado en absoluto. Al principio pienso ignorar a este narcisista, pero cambio de idea. Decido jugar a la reina fría.
“???”
Que piense lo que quiera. ¿Acaso cree que dejo todo tirado esperando a que él me escriba?
“¿Qué significa eso? ¿Estás enfadada? Esperé tanto... pensé que ya no ibas a responder.”
Sonrío. Dejo el teléfono en el sofá y voy a vestirme. Que se desespere un poco.
Una vez lista y con todo lo necesario, salgo de casa. Ya sentada en el coche, le escribo:
“Ocupada.”
Sonrío de nuevo, dejo el móvil en el asiento, enciendo el motor y arranco. Escucho otra notificación, pero paso. Estoy conduciendo. Que espere, si le interesa. Y si no, pues tampoco se pierde gran cosa.
Cuando aparco en el centro comercial, tomo el teléfono otra vez.
“Ya veo. ¿Y en qué estás tan ocupada?”
No puedo evitar sonreír. Tras pensarlo un segundo, respondo:
“Secreto ;)”
Salgo del coche rumbo a las tiendas. Aún no llego al primer boutique cuando vuelve a sonar el móvil. Me detengo y leo:
“¿De verdad no vas a contarme?”
“Por supuesto que no. No le cuento mis secretos a cualquiera…” —escribo rápido y guardo el móvil en el bolso antes de entrar.
Camino entre los percheros durante un buen rato y, al final, elijo dos vestidos con un corte precioso. Me acerco a los probadores, pero están ocupados. Saco el móvil de nuevo y me quedo pegada a la pantalla.
“Así que misteriosa…”
“Me has dejado intrigado…”
“Déjame adivinar: estás en el trabajo y por eso no contestas. ¿Acerté?”
Qué insistente. Suspiro y escribo:
“No. Y ni lo intentes. No vas a adivinar. Mejor dime: ¿rojo o negro?”
“¿Cómo?” —responde al instante.
“Sin razón. Solo elige uno de los dos colores.”
“Rojo.” —contesta Nick.
“¡Gracias!” —respondo. Así que será negro.
“¿Y eso qué significa?”
Sonrío. Esta charla me está divirtiendo. Me pregunto cuántos años tendrá. Seguro que es algún chico joven queriendo entretenerse... igual que yo.
“¿Y para qué quieres saberlo?”
“Por curiosidad.”
“Pues te aguantas.” —le escribo y guardo el teléfono en el bolso justo cuando se libera un probador.
Debo darme prisa. Ya casi son las doce.