CRISTINA
Entro en la sala de conferencias y, en cuanto cruzo la puerta, el silencio cae como una manta. Vamos, que parece que no he vuelto yo, sino que ha entrado el mismísimo Boyko. Camino hacia las filas vacías —prefiero sentarme sola antes que junto a Oleg—. Quizás aproveche para escribirle a mi amigo virtual.
—¡Cris, ven con nosotras! —me llama de pronto Evelina.
No puedo negarme. Además, Karina también me hace señas con la mano. Así que voy hacia ellas, apenas me siento junto a Karina y… ¡zas!, entra Boyko. Saluda, y noto cómo su mirada recorre a todos los presentes. Mi parte más egocéntrica susurra que está buscándome a mí, pero la sensata me recuerda que solo está comprobando si todo su personal ha venido.
Nikita se detiene frente al atril y empieza su discurso. No presto mucha atención a lo que dice; su voz me hipnotiza. Tiene un tono tan agradable… Me quedo mirándolo varios minutos, sin parpadear, hasta que bajo la vista para no parecer una fan enamorada. Habla sobre cambios en la empresa: ahora trabajaremos menos horas, pero por turnos. Tres turnos de ocho horas, y las noches se pagarán el doble. ¡Nada mal! También habrá ampliación de personal y piden voluntarios para los turnos nocturnos.
Pues yo no tengo muchas ganas de trabajar de noche, la verdad. Aunque, claro, todo depende del horario.
Después de cruzar un par de veces su mirada, decido evitarlo y saco disimuladamente el móvil. Quizá ni siquiera me miraba a mí, pero prefiero no comprobarlo. Entro al sitio de citas y, sorpresa, tengo dos mensajes de Nick. Ni idea de cómo no los escuché llegar. Seguro que me está mandando a freír churros después de mi última pregunta. Abro el chat:
> “Diosa, mi foto también es real, solo que llevo máscara porque muchas mujeres se fijan primero en el físico, luego en el dinero, y el alma les interesa al final. Yo quiero que me amen por dentro, no por fuera. No busco juegos. Y, si te soy sincero, las chicas no suelen quedarse. Me hacen mil preguntas por la máscara, y cuando me niego a quitarla, se van.”
Sonrío. Este Nick es rarito. ¿Y si debajo de la máscara hay un monstruo? Vale, que la belleza interior importa, pero la exterior también cuenta un poquito, ¿no? Le respondo:
> “Y es normal esa reacción. A ver, imagina que salieras con una chica enmascarada que nunca te enseña su cara. ¿Y si detrás de la máscara hay una kikímora? ¿Qué harías? ¿Seguirías amando su alma?”
Estoy deseando ver su respuesta. Miro la pantalla esperando el mensaje… pero nada. Se apaga el móvil. Bueno, supongo que lo dejé sin palabras. Igual se fue a preguntarle a ChatGPT qué contestarme.
Mientras tanto, Boyko termina su discurso y anuncia que celebraremos en un restaurante. Los que tienen coche, que conduzcan; los demás, al autobús.
Y ahí me entra una loca idea: escaparme. No quiero aguantar a Oleg ni a los que van sin pareja. Hoy no me apetece ser el centro de atención masculina.
Todos se levantan y yo también. Intento perderme entre la multitud para desaparecer, aunque sé que sería una falta de respeto hacia el jefe. Vale, me quedaré un rato y luego me esfumaré discretamente, a la inglesa. Al ver la cola para el ascensor, me rindo: voy por las escaleras, al menos voy bajando.
De pronto suena el móvil. Me detengo en el rellano.
> “Tienes razón, diosa, pero la mitad de las fotos aquí son falsas, llenas de filtros y máscaras. Cualquiera podría enamorarse de una kikímora photoshopeada.”
Sonrío. Touché. Tiene razón. Apenas suspiro, y llega otro mensaje:
> “Por cierto, tú también me mentiste. No vives en Járkov…”
Ay… Me siento fatal. Qué vergüenza. Pero tampoco quiero contarle la verdad. No confío todavía en este hombre.
Salgo del edificio y entro en mi coche. Decido responderle:
> “Sí, no vivo en Járkov. Pero dejemos ese tema aparte, ¿vale? Ni tú me lo preguntas, ni yo a ti. Es innecesario por ahora. Podemos hablar de muchas otras cosas.”
Miro por el parabrisas cómo los compañeros suben al autobús. Me muerde el deseo de huir, pero al final decido ir detrás del bus, así nadie sospecha.
Y, claro, no puedo evitar mirar el móvil, esperando respuesta. Sonrío cuando llega el mensaje:
> “De acuerdo, hablemos sin máscaras, pero sin mentiras. Si hay temas delicados, los dejamos para más adelante, ¿trato?”
Este tío es listo, ¿eh? No todo se puede “dejar para más adelante”, guapo. Así que, ya que hablamos de sinceridad, le lanzo lo que me ronda la cabeza:
> “Ya que mencionas la honestidad, tengo que preguntar: ¿estás en una relación? ¿Casado, tal vez? Sin ofender, pero para mí eso es importante. Puedo creer en tus palabras, si son sinceras.”
Envió el mensaje y, justo entonces, alguien toca a mi ventanilla. Levanto la vista: es Boyko. Bajo el cristal. Él sonríe con esa cara de anuncio de perfume y dice:
—Cristina, deje el coche aquí y venga conmigo, los chicos también vienen. Mañana lo recoge sin problema.
Trago saliva. Me pierde la mirada de ese hombre, pero contesto firme:
—Le agradezco mucho, jefe, pero tengo planes esta noche.
Y ahí lo pienso: desde lo de Mykhailo, mentir se me da de maravilla. Miento sin pestañear, pero lo hago por mi tranquilidad, así que no cuenta como pecado.
—Una lástima, nos habría encantado disfrutar de su compañía —dice decepcionado.
Ya lo creo, pero te quedas con las ganas, guapetón. Sonrío amable y replico:
—Es un honor oírlo, pero me temo que no será hoy.
—Una pena —suspira Boyko—. Cuídese, Cristina.
—¡Por supuesto! —respondo sonriendo y subo la ventanilla.
Cuando se aleja, respiro hondo. Vaya, qué temblor me ha entrado solo con su presencia. Definitivamente, tengo que calmarme y dejar de fantasear. Este hombre no es de mi liga… o, mejor dicho, yo no soy de la suya.