Amor online

Episodio 17

CRISTINA

Al regresar al salón, empiezo a tiritar; afuera hacía un frío tremendo. Me detengo junto a una ventana, me abrazo a mí misma y, en silencio, ruego que ni Oleg, ni Serguéi, ni nadie más me invite a bailar. Claro que no sería difícil aceptar un simple baile, pero no tengo ganas.

Acaba de terminar una pieza lenta y el ambiente se llena de música animada. Irina me toma de la mano y me arrastra a la pista, así que acabo bailando con todos. Me muevo, pero el cuerpo no me responde. No tengo ánimo. Tal vez aún no me he recuperado del asunto con Myshko. O quizá simplemente no es mi día; dormí poco, y eso me tiene sin fuerzas. Por alguna razón, solo deseo silencio y calma.

Cuando el baile termina, me dejo caer en un sillón apartado. Ya ni miro el teléfono; observo con indiferencia a la multitud que sigue danzando.

Me pregunto dónde estará Nikita Serguéievich. ¿Será que alguna de las chicas ya lo enganchó? No me extrañaría —es un hombre atractivo, y no va a quedarse solo por mucho tiempo.

Mientras miro distraída a las chicas moviéndose al ritmo de la música, siento una mirada clavada en mí. Giro la cabeza y me encuentro con los ojos de Boyko. Está apoyado en una columna, mirándome de una forma demasiado directa. Aparto la vista, fingiendo no haberlo notado, aunque por dentro me muero de nervios.

Cuando termina la canción, Evelina se deja caer en el sillón a mi lado.

—¿Cris, por qué no bailas?

—Estoy descansando —respondo, quitándole importancia.

—Cris, no seas aguafiestas. Vamos a bailar —dice Irina sentándose junto a nosotras y, con tono burlón, añade—: Por cierto, ¿viste cómo te miraba nuestro jefe?

—¿Qué dices? —fingo no entender.

—Lo que oyes —replica Irina, riendo—. Desde que volvió al salón no ha dejado de mirarte. Y ahora mismo, míralo…

—No exageres, Irina —me defiendo—. Solo estaba mirando en esa dirección y tú ya te inventas una historia de amor.

Suena otra melodía lenta y romántica, y mi ansiedad aumenta. No quiero que nadie me saque a bailar, así que me levanto y me dirijo a la salida, pero apenas doy unos pasos cuando Boyko se interpone en mi camino. Me tiende la mano y pregunta:

—Cristina Víktorovna, ¿bailamos?

Parpadeo, confundida, sin saber cómo negarme.

—Sí… claro —murmuro casi sin voz. Decido que después de este baile me iré discretamente; toda esta situación me pone demasiado tensa.

Nikita Serguéievich me guía con suavidad, y aunque el contacto es delicado, yo estoy terriblemente nerviosa. Solo deseo que la canción termine pronto. Siento que todos nos observan, y eso es justo lo que menos quiero.

—Cristina, ¿ocurre algo? —pregunta de pronto el jefe—. ¿O tal vez me pareció que estás preocupada por algo?

Levanto la vista, desconcertada, intentando sonar convincente.

—Seguro le pareció. Estoy bien.

—No es cierto, Cristina Víktorovna —replica con calma—. Se nota que algo la inquieta.

Su mano, cálida, en mi cintura me hace perder el aliento, y sus palabras me descolocan aún más.

—Solo le pareció —susurro con timidez.

—Espero que así sea, Cristina —dice con una sonrisa encantadora. Mi corazón late con fuerza descontrolada. Mi jefe me altera demasiado, y eso me asusta.

Parpadeo cuando él continúa:

—Y además, quería darle las gracias por estar aquí esta noche, a pesar de todo. Me alegra mucho...

Pero se interrumpe de golpe, porque alguien lo toma del brazo. En segundos, veo ante nosotros a su ex. La mujer silba fuerte, con dos dedos en la boca; el sonido me deja sorda por un instante. Me quedo paralizada cuando Boyko, rodeándome con un brazo, me acerca a él. Y cuando la música se apaga, él le habla con voz tensa:

—¿Olga? ¿Qué haces aquí?

—Vine a felicitarte por tu cumpleaños, pero ya veo que encontraste reemplazo rápido. No perdiste el tiempo —espeta la rubia, maquillada en exceso y vestida de forma provocativa—. Y a mí me contaron que te buscaste a una mosquita muerta en la oficina, y que ahora haces todo por ella. Porque, claro, se cree muy especial.

La gente empieza a rodearnos. Me muero de vergüenza, quisiera desaparecer. Intento soltarme, pero Boyko me aferra con más fuerza y le responde con frialdad:

—Gracias por venir, Olga. Ya puedes irte.

Y entonces ella estalla. Empieza a insultarnos, nos llama amantes, dice barbaridades sobre nosotros. Me critica de pies a cabeza.

Al fin logro zafarme y camino hacia la salida del restaurante. Detrás de mí vienen Evelina, Karina e Irina. Voy al guardarropa, tomo mi abrigo y apenas escucho sus palabras de consuelo. Tengo los ojos llenos de lágrimas; me duele el alma.

Alguien del equipo debió contarle a esa mujer que ayer fui a la oficina del jefe a hablarle de las nuevas medidas. Así que hay un soplón entre nosotros. No puedo confiar en nadie.

Las chicas me piden que me quede, pero me despido y salgo del lugar. Subo al coche y conduzco hasta el parque. Allí podré desahogarme. Menos mal que los cristales están polarizados —nadie me verá llorar. No en vano quería irme antes... algo d

entro de mí ya presagiaba que algo malo iba a pasar.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.