KRISTINA
Al llegar frente al edificio, aparco el coche y apenas bajo del asiento cuando me topo cara a cara con Myshko.
— ¿Dónde has estado, Kristina? —me suelta sin ni siquiera saludar.
Lo miro con los ojos bien abiertos y me da un escalofrío. Parece que este tipo se ha confundido de película.
— ¡Myshko, oye! —le digo con fastidio—. ¿Te funciona bien la cabeza? Dónde he estado no es asunto tuyo. Ya no tienes derecho a preguntar eso. Así que, por favor, apártate.
— Kristina, te he echado de menos… —murmura con voz temblorosa, retrocediendo un poco.
— ¿Echar de menos qué? ¿Mi sopa de remolacha? —le lanzo con ironía.
— Sobre todo la sopa, —responde inseguro, bajando la mirada.
Recojo mis cosas del coche y lo miro fijamente. ¿Está loco o se hace el tonto? ¿De verdad cree que puede vivir con otra y venir a mi casa a comer? ¡Ingenuo!
— ¿Estás en tus cabales, Myshko? Esto no es un comedor público. Así que adiós.
— Kristina… —me llama, desconcertado.
Pero camino hacia la entrada sin mirar atrás. Qué pesado. ¿De verdad piensa que puede aparecer aquí como si nada? ¿Qué se ha imaginado?
— Kris, no puedes ser tan fría —grita detrás de mí con tono de reproche.
Me detengo, sorprendida por su comentario, y al volverme le digo:
— Myshko, ¿tu Carolina sabe dónde estás ahora mismo? ¿Sabe que has venido a verme? ¿Quieres que la llame?
— No te atreverías —dice acercándose con demasiada seguridad.
— ¿Ah, no? —respondo desafiante—. Si vuelves a venir, la llamo. Y además le pediré que te dé de comer, para que no tengas que rondar mis ventanas. —Respiro hondo y añado, adornando la verdad un poco—. Tengo mi propia vida, ¿sabes? No necesito líos por tu culpa.
— ¿Tienes a alguien? —pregunta con ojos como platos, mirándome con desconfianza.
— Imagínatelo —respondo con una risita autosuficiente. Que se revuelque un poco. —¿O acaso crees que soy un espantajo al que nadie quiere mirar?
Me callo al ver que Boyko se acerca. No entiendo qué hace aquí.
El jefe se detiene a mi lado y me saluda:
— Buenas noches. Kristina, tenemos que hablar… —dice de inmediato.
No le contesto. Miro a mi ex y aprovecho la situación.
— Myshko, ya puedes irte —le recuerdo con frialdad.
Ambos hombres se miran; claro, se conocen. Puedo imaginar lo que pensará Myshko, pero me da igual. Ahora sabrá que no estaba mintiendo. Que no es el único capaz de encontrar pareja. Yo tampoco nací ayer.
Aunque sigo un poco molesta con Boyko, le agradezco mentalmente su aparición tan oportuna. Me ha venido de perlas.
— ¡Vaya fiera, Kristina! —bufa Myshko—. No esperaba eso de ti. Apenas me voy y ya traes a otro. Y tú que ibas de santa… ¿No te da vergüenza? Yo de verdad pensaba que eras perfecta.
— ¡Basta, Myshko! —le corto—. Deja de decir tonterías. Te está esperando Carolina, así que no tienes nada que hacer aquí.
Mi ex me observa de arriba abajo, resopla con desdén y se marcha, dejándonos a Boyko y a mí. Suelto el aire con alivio. Temía que se liara a discutir con él. Detesto esas escenas de machitos marcando territorio.
— Kristina Viktorivna, perdón por venir tan tarde, pero necesitamos hablar —rompe el silencio Nikita.
Su petición me incomoda. No quiero hablar con él. Su presencia frente a mi casa me pone nerviosa. ¿Cómo me ha encontrado? ¿Y para qué? No tenemos nada de qué hablar. Lo que pasó, pasó.
— No hace falta, Nikita Serguéievich —respondo en voz baja, evitando su mirada—. Y ahora, disculpe, tengo que irme. Me están esperando. —Miento, pero bueno, quién sabe si suena creíble.
— ¿Quién? —pregunta enseguida, aferrándose a mis palabras.
No esperaba esa pregunta, y por dentro me río. Qué curioso el señor jefe. En voz alta respondo:
— No importa. Perdón, pero debo irme. ¡Hasta luego!
Lo dejo atrás y camino hacia la entrada. No quiero hablar con Boyko, de verdad sería perder el tiempo.