KRISTINA
Pasé toda la tarde chateando con Nick. En general, le conté que quiero abrir mi propio negocio. Pero no le di ningún detalle concreto. No quiero decir nada por si al final no sale. No me gusta presumir.
Mientras hablaba con mi pretendiente online, buscaba libros populares en Internet. También buscaba vajilla para la cafetería y lo guardaba todo en marcadores.
Después de despedirme de Nick, entré a revisar Linder. Otra vez cumplidos, quejas… pero ya me he acostumbrado. Aunque esta vez me llamó la atención un mensaje de Dmytro. Me pedía que lo agregara a los mensajes privados. Decido aceptarlo, aunque la duda de si debo hacerlo o no ya no me suelta. Aun así lo añado. Pero decido no escribirle yo primero.
Me siento cansada, así que voy a mi dormitorio. Al acostarme, no consigo dormirme. Mi imaginación ya dibuja un bookcrossing que se vuelve increíblemente popular. Es solo una fantasía, pero soñar no hace daño.
Por la mañana me despertó el teléfono. Estirándome, lo agarro y, con un solo ojo, miro la pantalla. ¡Ay no! Otra vez mi jefe. ¿Qué querrá ahora? Ni duerme él, ni deja dormir a los demás. Cojo el teléfono y, con los ojos cerrados, digo medio dormida:
— ¿Hola?
— Buenos días, Kristina Víktorivna, necesitamos vernos… —pide el jefe.
— Yo no necesito nada —digo, dándome la vuelta con el teléfono en la mano.
Mientras me acomodo mejor en la almohada, Boyko me deja claro, con tono severo:
— Kristina, es urgente.
— Jefe, todavía estoy durmiendo. Y por cierto, usted me despertó… —suspiro y, después de bostezar, le digo bajito:— Si tiene algo que decir, dígalo. Estoy aquí…
— Kristina, basta de burlarte. Ven a la oficina.
— Ajá, ya salgo. Prepárese para recibirme —murmuro somnolienta.
— Kristina… Mira, veo que te lo estás pasando bien ahí… —sispea Nikita Serguíyevich.
— Muchísimo —respondo con desgana.
Sin ti estaba todavía mejor, pienso para mí misma. En voz alta digo otra cosa:
— No pienso poner un pie más en la oficina. Además, no hace falta, ya entregué mi carta de renuncia ayer.
— Bien, si no quieres venir a la oficina, reunámonos en otro sitio —propone Boyko.
Tomo aire, abro los ojos y finalmente me incorporo. Ya me tiene harta con su insistencia.
— Nikita Serguíyevich, no voy a ir a ningún sitio con usted. Simplemente firme la renuncia y no busque excusas. No quiero seguir trabajando en su empresa —digo sincera y directamente.
— ¿Por qué? —pregunta Boyko, visiblemente molesto.
— Porque encontré otro trabajo.
Se hace un silencio tenso, y después él dice:
— Kristina, me alegra que hayas encontrado otro trabajo. Pero hay algo que se me ha quedado clavado en el alma. Quisiera hablar contigo cara a cara.
Ahora soy yo la que calla. Busco las palabras, sintiendo cómo, bajo una calma fingida, las emociones hierven dentro de mí.
— No quiero hablar de eso. Y tampoco quiero ir a la oficina —murmuro.
— Tendrás que hacerlo, Kristina. Necesitas recoger tu libreta laboral, las cartas de recomendación —dice Nikita Serguíyevich, demasiado seguro.
— Envíelos, por favor, por mensajero —pido.
— De ninguna manera —responde fríamente.— Tus documentos te los entregaré solo en persona.
Me indigna profundamente su negativa. En un instante me arde la ofensa hacia este hombre, y digo molesta:
— Entonces quédese con esos documentos. Los mirará y se acordará de mí.
Cuelgo y suelto un suspiro pesado. ¿Para qué llamó? Me despertó y encima me arruinó la mañana.
Me levanto de la cama y, dejando el dormitorio, entiendo que tengo que ordenar el piso. Así que decido hacerlo ahora mismo: limpiar me calma los nervios. Empiezo a recoger todo tal cual, en pijama.
Cuando termino, me ducho, me visto y por fin preparo el desayuno. Después del desayuno, cojo un café y voy a mi rincón de confort. Tengo bastante trabajo. Estoy un poco inquieta, porque ahora voy a estar nerviosa esperando la llamada de Alina Mykolaivna. Y además tengo que revisar los mensajes en la web de citas y en Instagram.
Apenas me acomodo y tomo el teléfono, me sobresalta el timbre de la puerta.
¿Y ahora quién será? Quizás Marta. Porque sinceramente, no hay nadie más.
Me levanto y voy hacia la puerta. Por la mirilla no veo nada, así que la abro un poco. Me quedo desconcertada: en el umbral está Boyko. Me dan ganas de cerrar la puerta de golpe, pero me contengo.
Él me mira demasiado fijamente. Aunque no es raro: llevo un mono negro ajustado y calentito.
— ¿Me dejas pasar? —pregunta completamente serio.
No puedo echarlo. Pero, siendo sincera, no entiendo su insistencia.
Reprimo el fuerte nerviosismo que me provoca la presencia de este hombre y cedo el paso. Y encima estoy muy tensa, porque las abuelas del edificio seguro que ya vieron la visita de mi jefe. Hoy, en su orden del día, definitivamente estará mi vida personal. O mejor dicho, un nuevo episodio de la serie del portal llamada «La vida de Kristina del piso sesenta y cinco».