Amor, ruega por mi

Capitulo 1

Lesia

Llevaba quince minutos sentada sola, jugueteando con la copa de vino tinto que había pedido para calmar los nervios. El vestido beige que había elegido esa mañana no era casualidad. Era su favorito. El que él decía que realzaba el color de mis ojos. Hoy me lo pondría para escuchar cómo me proponía escaparnos a Italia después de la boda. Estaba tan segura de eso.

Cuando vi su silueta cruzar la puerta del restaurante, mi corazón se aceleró. Me puse de pie enseguida, dibujando una sonrisa enorme, la misma que siempre le dedicaba, la que él solía besar con cariño. Fui hacia él y lo besé.

Pero su boca no respondió. Por alguna razón, no me abrazó, ni me miró.

—Tenemos que hablar —dijo, sin saludar.

Me detuve en seco.

—¿Ocurre algo? —pregunté.

—No tengo mucho tiempo. No debí venir, pero no podía dejarte esperándome —soltó.

Me senté, confundida. El corazón me empezó a latir raro, como si se quisiera salir del pecho para huir antes de que yo me rompiera en pedazos.

—¿Es sobre la boda? ¿O la luna de miel? Porque si es por la reserva del hotel, hablé con tu madre y…

—Voy a cancelar la boda.

Me lo dijo así. Sin rodeos. Sin temblores en la voz. Como si anunciar el fin de todo no le doliera.

—¿Qué? —musité, con una sonrisa nerviosa, esperando que dijera que era una broma, que se había equivocado de palabras.

—Lo siento, de verdad. No quiero hacerte daño.

—¿Pasó algo malo? ¿Fui yo? ¿Hice algo?

Me miró por primera vez. Y ojalá no lo hubiera hecho. Porque sus ojos ya no eran míos.

—Camila regresó.

Silencio. Aquello se sintio, como un golpe sordo en el alma. Camilia. Un nombre que había sido parte de su pasado y que yo había fingido no temer.

—¿Y qué tiene que ver eso con nosotros?

Ya lo sabía, lo supe antes de que lo dijera. Lo supe por cómo tragó saliva, por cómo se removió incómodo.

—Anoche estuve con ella.

No me miró al decirlo.

— Y me di cuenta de que aún la amo. Que siempre la amé a ella.

Me llevé una mano al pecho. No por dramatismo, sino por instinto. Por intentar sostener algo que se me caía dentro.

—¿Me estás dejando por una ex de tu pasado?

—No es una ex. Nunca lo fue, no realmente. Lo nuestro fue un intento bonito, pero yo no puedo casarme contigo sabiendo que mi corazón está en otro lugar.

Qué manera tan cruel de resumir tres años de historia, de besos, de planes, de risas en mi cama, de tardes en su apartamento. Yo jamás tuve novio antes que él.

Él ha sido mi primero en todo.

Qué forma tan despiadada de acabar conmigo.

—Eres joven, eres hermosa. Vas a encontrar a alguien más —añadió, como si me estuviera haciendo un favor.

Levanté la mano sin pensar. La cachetada fue seca, sonora. Me ardió la palma, pero no negaba que me ardía más el alma.

—Eres un maldito cobarde.

Mi prometido no dijo nada y yo me quedé ahí, viéndolo como quien ve partir al último tren. Pero él ya se había ido antes de sentarse frente a mí. Solo había venido a clavarme la estocada final.

Me llevé la otra mano al vientre. Mi bebé. El que llevaba semanas esperando a que me armara de valor para decírselo. Hoy lo haría. Hoy le diría que no éramos solo dos, que dentro de mí latía un pedacito de los dos.

Pero él ni siquiera me dejó abrir la boca.

¿Qué haría ahora? ¿Cómo se cría sola a un hijo que fue concebido con amor, pero nacerá con abandono?

—Sé feliz —me dijo al final, antes de marcharse.

Y me dejó allí completamente destrozada. Rota en una silla de un restaurante donde pensaba hablar de amor y acabé hablando con el desamor personificado.

Me limpié las lágrimas, respiré hondo.

No puedo romperme por completo, no puedo hacerlo no por mi, sino por la vida que llevaba dentro. Esa a la que sí le prometería amor eterno.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.