Amor, ruega por mi

Capitulo 3

Lesia

Dos años después

Una cosita húmeda y tibia me rozó la mejilla, seguida de un suspiro bajito y un dedito que se coló entre mi nariz y mis pestañas.

—Ma… má… —susurró con su vocecita dulce, esa que suena como campanitas de cristal.

No abrí los ojos de inmediato. No porque no quisiera, sino porque me gustaba jugar a que estaba dormida, solo para sentirla. Otra vez, su boquita aplastada me dio un beso baboso en la frente, y después, una risita traviesa me anunció que estaba por empezar su pequeño ritual matutino.

—Ma… —me dijo con más insistencia, gateando sobre mi estómago como si fuera un trampolín.

Abrí los ojos despacito. Lo primero que vi fue su carita despeinada, sus cachetitos inflados por el sueño y esa sonrisa llena de dientes pequeñitos que eran mi mayor premio cada mañana.

—¡Buen día, mi princesa! —le dije, envolviéndola en mis brazos mientras ella se revolvía de la risa.

—Mamá, ¡upa! —exclamó, señalándome la cara, como si no me tuviera justo debajo de ella.

—Ya estás arriba mío, amor —reí, dejando que me jalara de los párpados con sus deditos inquietos.

Me tocó la nariz, me metió el pulgar en la boca —porque aparentemente mi cara es su juguete favorito— y luego, con ese instinto tan tierno que tienen los niños, me abrazó el cuello y se acurrucó en mi pecho.

Ese momento. Ese instante en el que ella encaja justo debajo de mi mentón. Es el que me recuerda que todo valió la pena. Que cada lágrima, cada noche de insomnio, cada silencio, cada abandono… me trajeron a esto.

A ella, a Amira.

—¿Sabías que sos lo mejor que me pasó en la vida, chiquitita? —le susurré mientras la cubría de besos.

Ella aplaudió, como si lo hubiera entendido todo.

(...)

Nos levantamos con el sol apenas asomando por la ventana. Yo, despeinada. Ella, ya llena de energía, arrastrando su osito de peluche por toda la habitación.

—¡Hora del baño, mi reina! —canté, mientras ella huía a gatas por el pasillo.

—¡Nooo, mamá! —gritó con esa vocecita melodiosa, riéndose a carcajadas.

La alcancé enseguida y la cargué en brazos. No existe una sensación más mágica que su cuerpito tibio apoyado en el mío, con sus bracitos alrededor de mi cuello como si yo fuera su mundo. Y lo soy. Así como ella es el mío.

La metí en la bañera rosada que teníamos en el baño, le llené el agua con su espuma favorita y mientras le lavaba el cabello con cuidado, ella chapoteaba y salpicaba todo como si no hubiera un mañana.

—¡Agua! —gritó emocionada, y luego me lanzó una carcajada cuando le eché un poco sobre la cabeza.

Después del baño vino su momento favorito: peinarse. Bueno… más bien, dejarse peinar por cinco segundos antes de que su cabello se volviera un nido de rizos otra vez.

La vestí con un mameluco amarillo con dibujos de abejitas, y ella aplaudió cuando se vio en el espejo.

—¿Quién es la bebé más hermosa del universo? —le pregunté.

—¡Yo! —respondió con un grito feliz, chocando las manitas.

(...)

Mientras preparaba el desayuno, la dejé en su sillita alta con sus muñecas. Le hablé de mi agenda como si fuera mi asistente.

—Hoy mamá tiene reunión a las diez, planilla a las doce, y almuerzo con los clientes a la una —dije mientras batía huevos revueltos.

Ella solo me miró, con la cara llena de cereal, y me lanzó una cucharada sin querer al piso. Me reí. Me reí como hace mucho no lo hacía cuando estaba con alguien que se suponía debía amarme, y solo me partió el alma.

—Te juro que no cambiaría esto por nada, mi amor —le dije mientras limpiaba el desastre.

La alimenté con paciencia, le limpié la carita y luego preparé mi ropa. Mi uniforme de mujer fuerte: pantalón de vestir, blusa blanca y blazer gris. Nada caro, nada extravagante, pero suficiente para enfrentar el mundo con la frente en alto.

Porque sí, terminé la carrera. Porque sí, ahora tengo mi trabajo en una firma contable. Porque sí, pago el alquiler de nuestro pequeño departamento sin deberle nada a nadie.

Y porque no, no necesito a nadie más que a ella.

Amira.

La bebé que llegó cuando me dejaron rota. La hija que reconstruyó mi vida desde los cimientos con sus manitas sucias y su risa traviesa. Ella es mi motor y mi mayor amor.

—¿Lista para conquistar el mundo, Amira? —le pregunté al colocarle su chaquetita rosada y su moñito rebelde.

Ella solo aplaudió y gritó:

—¡Sí, mamá! ¡Vamos!

Y con eso bastó. Porque cada día empieza con su voz, sus besos, sus dedos tirando de mi cabello.
Cada día empieza con la certeza de que estoy viva, de que estoy completa, de que no necesito que él regrese para sentirme suficiente.

Soy madre, soy fuerte. Y soy feliz.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.