Lesia
No sé si fue el café o el abrazo de Amira antes de salir de casa, pero hoy algo me decía que sería un buen día.
Mi escritorio estaba lleno de papeles por revisar, pero eso ya no me agobiaba como antes. Me gustaba mi trabajo. Me hacía sentir útil, valiente, capaz. Cada cifra que cuadraba era una pequeña victoria. Cada informe aprobado, una prueba más de que podía sola, que lo estaba logrando.
—¿Lesia? —escuché la voz del señor Romero, mi jefe directo, asomándose por la puerta de mi oficina.
Me levanté enseguida.
—Sí, licenciado.
—¿Tienes un minuto? —preguntó con una sonrisa.
Asentí y lo seguí hasta la sala de reuniones. Me temblaban un poco las manos, ya que no era común que me llamaran a ese lugar. Cerró la puerta, se sentó frente a mí y colocó una carpeta sobre la mesa de madera.
—Primero que nada, felicidades —dijo, y eso bastó para que mi corazón empezara a latir más rápido.
—¿Felicidades…?
—La firma acaba de cerrar un contrato con uno de los conglomerados de arquitectura más importantes del país. Y tú, Lesia, serás la contable principal del proyecto por todo el año.
Mis labios se abrieron, pero no salió sonido. Me quedé mirándolo, como si me hablara en otro idioma. Esto tenía que ser un sueño, solo a los contables de más trayectorias les daban proyectos tan grandes, yo apenas terminaba la carrera.
—¿Yo? ¿La… la contable principal?
—Tú. —Sonrió, satisfecho—. Por tu dedicación, por tu responsabilidad, por tu cabeza brillante con los números y por tu corazón, Lesia. Porque aquí no solo valoramos la eficiencia, también valoramos a las personas. Y tú eres excepcional.
La emoción me llenó los ojos de lágrimas. No lo podía evitar, no después de tanto.
—Gracias —susurré, con la voz temblorosa—. Gracias por confiar en mí, señor Romero. De verdad, no sabe cuánto significa esto para mí.
Él abrió la carpeta y me la extendió.
—Este es el paquete de beneficios. Incluye aumento de salario, seguro ampliado para ti y tu hija, y la posibilidad de solicitar un adelanto para la compra de una vivienda. Y si lo necesitas, la empresa también puede ayudarte a costear una mejor guardería para Amira.
Ahí sí no pude contenerme. Me cubrí la boca con una mano y solté un pequeño sollozo. Lo que estaba leyendo era más que un ascenso. Era dignidad, era tranquilidad. Dios mío, era una nueva vida para mi niña.
—Esto es… demasiado —dije con los ojos brillosos—. No sabe cuánto soñé con poder darle a Amira una casa con jardín. Un lugar donde pueda crecer feliz. Y una guardería donde la cuiden como se merece. Usted sabe, un lugar donde no tenga que preocuparme por si come bien o si la están atendiendo como es debido.
—Y lo tendrás, Lesia —aseguró—. Lo tienes merecido. Lo que has hecho estos dos años, criar a una niña sola, trabajar, estudiar, jamás faltar ni una vez, siempre sonriendo… eso habla de la clase de persona que eres. Estoy seguro de que el jefe del conglomerado quedará encantado contigo.
—¿Voy a conocerlo? —pregunté, un poco más nerviosa de lo que debería.
—Sí. La semana que viene tendrás una reunión con él. Quiere conocer al personal que trabajará con su empresa. Pero tranquila, no estarás sola. Habrá más personas del equipo.
—Me alivia escucharlo —admití—. Me pongo muy nerviosa con reuniones así. No quiero parecer… no sé, insegura.
—Serás tú, y eso bastará. Lesia, si hay alguien que merece estar en esa mesa, eres tú. La mujer que nunca se rindió.
Salí de la sala con el corazón desbordado. Abracé la carpeta contra mi pecho como si fuera un tesoro.
Ese día caminé distinta, con una sonrisa más amplia, pensando siempre en mi chiquita hermosa. En su risita cuando le cuente que mamá va a comprarnos una casa. Que pronto tendrá un cuarto solo para ella. Que podrá tener una cama con forma de castillo, como siempre me dice cuando juega con sus bloques.
Y por primera vez en mucho tiempo… sentí que todo valió la pena.
Las lágrimas, las noches sin dormir, el miedo, la soledad.
Hoy, por fin, me vi como lo que soy: una mujer fuerte, una madre amorosa, y una profesional que se ganó su lugar.
«Lo lograste, Lesia»
(...)
Abrí la puerta de casa con una sonrisa que no me cabía en el rostro. Hoy fue uno de esos días que parecen inventados. Esos en los que todo lo malo queda atrás, y por fin sentís que la vida te guiñó el ojo.
—¡Amiraaa! —canté, dejando mi bolso sobre el sofá. Sabía que Daisy, la hija del vecino, la había traído a casa de la guardería.
—¡Mamáááá! —gritó, con esa vocecita aguda y perfecta que aún no sabe pronunciar todas las palabras, pero que ya sabe llenar el alma.
Corrí hasta ella y la encontré parada en su cuna, con el osito que mi papá le regaló apretado contra el pecho. Tenía el cabello alborotado, los cachetitos colorados por la siesta y esa sonrisa que ilumina paredes.
—Hola, Daisy —saludé a la adolescente que me la cuidaba de vez en cuando.
—Hola, Lesia —se puso de pie—. Ya que llegaste, me voy. Tengo mucha tarea.
—Muchas gracias —le dije, buscándome algo de dinero en el bolsillo para pagarle.
—De nada. Adoro cuidar a Amira, es muy tranquila —dijo, tomando los dólares que le doy.
—Ten un buen día.
La chica se fue y ahora sí tuve tiempo solo para mi pequeña personita y yo.
—¡Mi amor! —dije, levantándola en brazos mientras ella me rodeaba el cuello como si no me viera hace mil años—. ¡Mamá tiene noticias!
—¿Noti…cias? —repitió, curiosa.
Me senté con ella en el sillón y comencé a contarle con entusiasmo, aunque sabía que solo entendería la mitad.
—¿Recordás que mamá fue a una reunión hoy? Bueno, mi cielo, mamá va a ser la contadora de un proyecto muy grande, y por eso… —hice una pausa dramática mientras ella me miraba con los ojos bien abiertos—. ¡Vamos a tener una casa con patio!
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Editado: 14.04.2025