Artem
El portero apenas logró abrirme la puerta antes de que yo lo empujara con un gesto impaciente. Llevaba todo el maldito día llamando a Camila y no respondía. Ni mensajes. Ni audios. Nada. Y eso, viniendo de ella, era raro. Rarísimo.
Subí las escaleras de su departamento con el corazón latiéndome en las sienes. Algo no me cerraba. Algo me apretaba el pecho.
Y cuando abrí la puerta con la llave que aún tenía…
—¡Hola, amor! —exclamó ella desde el salón, con esa sonrisa fingida y los ojos abiertos de par en par—. No sabía que llegarías tan temprano.
Mi sangre se congeló, no por sus palabras, sino porque no estaba sola.
Un tipo, de unos treinta y tantos, alto, con camisa desabrochada y sonrisa cínica, estaba de pie frente a ella. Conversaban. Reían. Como si fueran cómplices. La silueta del tipo me parecía muy conocida.
—Estuve llamándote todo el maldito día —le dije, cruzando la sala con el ceño fruncido.
Ella tragó saliva, nerviosa.
—Sí… es que estaba ocupada. No escuché el teléfono.
—Ajá.
El tipo dio un paso hacia mí y extendió la mano, educado, demasiado educado.
—Hola. Yo soy...
—No —lo corté, fulminándolo con la mirada—. No me interesa saber quién eres.
Mis ojos se posaron en Camila. Y entonces lo dije, solté lo que desde hace pocos segundos empezaba a carcomerme la cabeza. Como una bomba que venía conteniéndose desde hacía mucho.
—¿No es este tipo el que me dijiste que era el “novio” de Lesia? ¿El que supuestamente me engañaba con ella antes de conocernos? ¿El mismo que, según tú, ella dejó para manipularme?
El tipo bajó la mano. Camila se puso blanca.
—Artem… no. Estás malinterpretando todo. Él… él solo vino a entregarme unos papeles.
—¿Papeles? ¿En tu casa? ¿A las ocho de la noche? ¿Con dos copas de vino sobre la mesa?
Ella negó con fuerza, dando un paso hacia mí.
—No es lo que piensas. No hay nada entre nosotros, te lo juro.
—¿Y qué carajos hace aquí? —grité, ya sin poder contener la rabia—. ¿Esto es lo que hacías mientras yo firmaba contratos y me partía el lomo por una relación que, ahora me doy cuenta, ha sido una completa mentira?
—¡No digas eso! —chilló ella, los ojos llenos de lágrimas falsas que ya no sabían convencerme—. ¡Estás exagerando, estás extralimitándote!
—No soy un imbécil, Camila... tal vez sí lo fui al creerte a ti —dije entre dientes, con el corazón roto por segunda vez—. ¿Sabes qué es lo peor? Que ahora empiezo a dudar de todo, de lo que dijiste de Lesia. Incluso de esa noche en la que “supuestamente” hicimos el amor.
Ella se acercó como si pudiera detenerme.
—No. No te atrevas a decir eso. Esa noche fue real. ¡Fue nuestra!
—¿Fue? ¿O me lo contaste tanto que terminé creyéndotelo?
La mirada de Camila se transformó. De suplicante a desesperada. Estaba perdida y lo sabía.
—¡Artem, por favor! ¡Yo te amo!
—¿Tú me amas? —reí con ironía—. Camila, no puedes amar a alguien y mentirle de esta forma. Yo confié en ti, dejé a mi novia de años creyendo que te quería a ti, creyendo que ella me había engañado, enredándose con otro... y la que está enredada con este tipejo eres tú.
—¡No estoy enredada con nadie!
Di un paso atrás. No podía seguir ahí. Me sentía sucio, usado, engañado. Las piezas finalmente encajaban, y lo que antes no quería ver, ahora me gritaba en la cara: Lesia nunca fue el problema.
Yo la abandoné por una mentira, por mi cobardía, todo por creer en una manipuladora.
Me giré para salir. Y entonces...
—¡Artem! —gritó Camila.
Me volteé a verla justo cuando su cuerpo se desplomó en el suelo.
—¡Camila! —corrí hacia ella por instinto, aunque mi alma ya no la reconocía.
Estaba inconsciente, muy pálida. El tipo corrió a auxiliarla y yo solo miré. Porque una parte de mí, una muy oscura, muy dañada, ya no sabía si creerle o no.
(...)
Estaba sentado en la sala de espera del hospital desde hacía más de una hora. Camila seguía adentro, siendo atendida por los médicos. Dijeron que se desmayó por estrés y agotamiento. Que estaba débil y que necesitaba mucho reposo.
No podía dejar de pensar en lo que vi, en cómo se puso nerviosa.
No era un idiota, todo había sido mentira. Saqué el teléfono. Tenía varias llamadas perdidas de su hermana. No respondí. No quería hablar con nadie. Solo quería entender en qué momento dejé que todo esto pasara.
Caminé por el pasillo con las manos en los bolsillos. Me sentía… vacío. Como si la vida perfecta que había intentado construir se desmoronara frente a mis ojos.
Me senté otra vez. Miré el piso y cerré los ojos. Y apareció ella, Lesia. Me sentía tan arrepentido por todo, Dios mío, fui un cobarde total, un imbécil que se dejó llevar por un vago sentimiento de su primer amor, un tonto que se dejó embaucar por mentiras tan obvias.
A veces, uno como hombre cree que lo de afuera es mejor que lo que uno tiene en casa. Yo lo creí al dejarme deslumbrar por Camila, por su belleza disfrazada. Me dejé creer que lo mío con Lesia era aburrido, monótono, cuando en realidad era puro, tranquilo, sano.
Me siento devastado, porque perdí tanto y solo yo soy el culpable. Porque tal vez ella fue la única que me amó sin condiciones. La única que no quiso mi dinero, ni mi fama, ni mi nombre. Solo me quiso a mí.
Y yo la dejé. Por una mujer que ahora empezaba a oler a pura mentira.
—Artem Antonov, la joven ingresada desea verle —llamó una enfermera.
(...)
Camila estaba sentada en la cama del hospital cuando entré. Tenía el suero conectado al brazo y la mirada llena de lágrimas.
—Gracias por venir y por quedarte —dijo con voz suave.
No respondí. Me senté en la silla junto a la ventana. Sentía la garganta cerrada. Ya no por preocupación, sino por decepción.
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Editado: 14.04.2025