Amor, ruega por mi

Capitulo 10

Artem
La mansión estaba silenciosa cuando entré, con las luces encendidas solo en el ala derecha, donde mi padre solía pasar las tardes leyendo junto al fuego. Caminé por el mármol empapado, dejando un rastro de agua. Tenía la garganta cerrada y las manos frías.

La imagen de Lesia bajo la lluvia, con el cabello pegado al rostro, la mirada hecha de rabia y dolor, aún se me repetía en la mente. Me había gritado que no me necesitaba. Me había dicho que no quería escucharme. Y sin embargo, la besé. Como si aún me perteneciera, como si ese acto pudiera reparar todo lo que rompí. Y ella no me empujó, pero tampoco me abrazó. Solo me dejó hacerlo y se marchó, dejándome ahí, empapado de agua y de remordimientos.

Mi padre levantó la vista desde su sillón cuando me vio cruzar la entrada del salón. Cerró su libro con calma, dejó la copa sobre la mesa auxiliar y frunció el ceño. Se incorporó con lentitud, como si no quisiera precipitarse a sacar conclusiones, aunque yo ya traía todas las respuestas escritas en el cuerpo.

—¿Qué te pasó? —preguntó, con esa voz grave que siempre me había parecido demasiado serena ante los desastres.

Me quedé de pie, frente a él, temblando. No de frío, sino de culpa. Lo miré con los ojos cargados de algo que no sabía cómo definir. Tristeza, vergüenza, agotamiento, tal vez las tres.

—¿Tenés un minuto? —le pregunté, sin rodeos, y él asintió de inmediato, señalando el sofá frente a la chimenea. No esperé a que me ofreciera ropa seca ni una toalla.

Me dejé caer sobre el asiento como si mis huesos hubieran decidido rendirse de una vez por todas. Pasó un minuto entero antes de que pudiera hablar. Cuando lo hice, fue con la voz más rota que recuerdo haber usado en mi vida.

—Besé a Lesia.

Mi padre no reaccionó de inmediato. Solo me observó con atención, como si estuviera midiendo el peso de mis palabras antes de responder.

—¿Y ella?

Respiré hondo, cerré los ojos. Cada palabra me costaba, por la convicion que habia visto en sus ojos. Ella estaba muy segura de no volver a darme una oportunidad.

—No me rechazó. Pero tampoco me respondió. Solo me dejó hacerlo, y fue peor porque me di cuenta que realmente voy sobrando en su vida.. luego se fue.

El silencio entre nosotros se alargó. Mi padre se sirvió otra copa, y se acomodó mejor en su sillón, como si se preparara para una conversación que ya sabía que era inevitable.

—¿Y ahora? —preguntó con calma.

Tragué el sorbo de la bebida y dejé que el ardor bajara por mi garganta antes de responder.

—Ahora no dejo de pensar que me equivoqué. Que tomé todas las decisiones mal, que perdí una mujer valiosa por estar ciego.

— Tipico de nosotros los hombres, empezar a valorar cuando perdermos — dice con pesar, sin juzgarme.

— Demonios, papá — digo alterado —. Me equivoqué al alejarme de ella. Me equivoqué al elegir a Camila. Me equivoqué al dudar de la única mujer que fue honesta conmigo desde el principio. ¿Qué me pasó, papá? ¿En qué momento perdí el juicio? ¿Cómo pude dejarme llevar por una mujer como Camila, sabiendo que tenía a Lesia a mi lado?

—Te dejaste llevar por lo que viste, hijo —dijo, con esa lucidez que siempre me irritaba cuando yo tenía veinte años, pero que ahora agradecía como un bálsamo—. Por lo que parecía fácil, cómodo, seguro. Por una promesa hueca envuelta en palabras bonitas. Camila supo alimentar tu ego. Te hizo sentir importante. Pero el amor, Artem, no se trata de eso. Se trata de mirar a la otra persona cuando todo se derrumba y aún así quedarse. Y eso solo lo hacen los valientes. Vos fuiste un cobarde.

Sus palabras fueron duras, pero no crueles. Eran ciertas y dolían justamente por eso.

—Tenía a una mujer buena, real, que me amaba de verdad —continué, con la voz casi en un hilo—. Y la dejé por… por una mentira disfrazada de conveniencia. ¿Sabés qué es lo peor? Que en ese momento pensé que era lo correcto. Que estaba eligiendo lo que debía. Que lo nuestro era demasiado complicado, demasiado intenso, demasiado emocional.

Mi padre asintió.

—Porque estabas más preocupado por tu pasado que por tu presente. Esa ilusión juvenil que tuviste con esa mujer te descontrolo, lo mas triste es ver como los hombres se dejan destruir por una mala mujer. Muchos pierden dinero, a sus familiar y sobre todo el amor, ese que cuando lo dejás pasar… bueno, a veces no vuelve.

Me froté las sienes con fuerza, como si pudiera expulsar la rabia que sentía contra mí mismo.

—No entiendo cómo no lo vi. Cómo no me di cuenta antes. Me comporté como un idiota. Le rompí la confianza, papá. Y ahora no sé si hay forma de reparar eso.

—No lo sabés —respondió él—. Porque la confianza no se pide, se gana. Y cuando se rompe, a veces ni una vida entera alcanza para reconstruirla. Pero si de verdad la amás vas a tener que intentarlo. No con promesas ni con grandes gestos vacíos, tampoco demandandole a ella que te acepte. Lo mejor es ir de a poco con acciones pequeñas, concretas, constantes. Vas a tener que demostrarle que sos otro. No el hombre que la dejó, sino el que aprendió de eso.

Bajé la cabeza, me sentía miserable.

—¿Creés que me va a escuchar?

—No lo sé, tal vez nisiquiera te de una oportunidad nunca —respondió con honestidad—. Pero eso no cambia el hecho de que debés intentarlo. Si no por ella, entonces por vos. Para saber que al menos esta vez tuviste el coraje de mirar de frente lo que perdiste y pedir perdón, no desde la arrogancia, sino desde la humanidad.

Me quedé en silencio. El calor del fuego empezaba a aliviar el frío en la piel, pero no el que me envolvía por dentro. El frío de haber arruinado lo que era mío. De haberme alejado de la única persona que me miró alguna vez como si yo fuera suficiente.

—Gracias —murmuré al fin.

Mi padre se acercó, apoyó una mano en mi hombro con fuerza y cariño.

—No es tarde para aprender. Pero sí puede ser tarde para volver. Así que si lo vas a intentar hacelo ahora. Y con todo, si arrogancia, sin orgullo despota, ruega con humildad, ruega con honestidad y deja que sea ella quien decida darte una oportunidad desde el amor genuino, le hiciste mucho daño, hijo.




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