El sol apenas comenzaba a teñir el cielo de tonos rosados cuando Emma despertó. Había pasado la noche inquieta, con la mente llena de dudas sobre su futuro y el de Cole. No podía dejar de pensar en la advertencia que Daniel le había hecho antes de marcharse a Nueva York. No estaban a salvo. Y ahora, Cole estaba en peligro por su culpa.
Emma se incorporó en la cama y se frotó la cara. La cabaña estaba en completo silencio, salvo por el sonido de los caballos en el establo y el crujido de las hojas sobre la madera al asentarse con la brisa matutina. Se vistió con rapidez y bajó las escaleras, encontrándose con Cole en la cocina, preparándole un café.
—Buenos días, dormilona —saludó él, con una sonrisa.
Emma se cruzó de brazos, sin devolverle la sonrisa.
—Buenos días, aprovechando que te has colado en mi cabaña. —Cole, tenemos que hablar.
Él levantó la vista de la cafetera y se apoyó contra el mostrador.
—Eso suena serio.
—Lo es —respiró hondo y lo miró con firmeza. Anoche estuve pensando en todo esto, en lo que Daniel dijo antes de irse. Y me di cuenta de que estamos en un grave peligro. No puedes quedarte aquí, Cole. No quiero que te quedes aquí. Debemos irnos a otro lugar.
Él dejó la taza sobre la mesa.
—No me iré a ninguna parte, Emma. No voy a huir como un cobarde solo porque unos malnacidos creen que pueden amedrentarnos.
Emma cerró los ojos un instante y tomó aire. Sabía que Cole era terco, pero esto iba más allá del orgullo.
—No es una cuestión de valentía, sino de supervivencia —insistió. No podemos seguir aquí como si nada. Si Daniel tenía razón, y esa gente viene tras nosotros, será cuestión de tiempo que aparezcan en el rancho. Y todo termine mal para los dos.
—¿Y qué propones? ¿Que lo dejemos todo y desaparezcamos? —preguntó con incredulidad.
Emma tragó saliva.
—Sí. Tal vez tengamos que irnos a otro lugar. Es la única forma de asegurarnos de que no te hagan daño.
El silencio se alargó entre ellos, solo roto por el goteo del café cayendo en la taza. Cole bajó la mirada, pensativo.
—Si eso es lo que quieres, está bien —dijo al fin. Pero si nos vamos, necesito confiar en alguien antes de irme. No puedo abandonar a mi gente aquí, no es así de fácil.
Emma entrecerró los ojos.
—¿En quién?
Antes de que Cole pudiera responder, se escuchó el sonido de un coche acercándose por el camino de tierra. Los dos se miraron con tensión y Emma sintió cómo su corazón se aceleraba. Cole caminó hasta la puerta y la abrió de golpe, listo para lo que fuera.
Una mujer bajó del vehículo. Vestía vaqueros gastados, botas de cuero y una chaqueta de ante marrón. Su cabello, aún con rastros de su antiguo color castaño, estaba recogido en una trenza que caía sobre su hombro. Sus ojos grises escanearon la cabaña de arriba abajo, echando un vistazo a cada rincón, con una expresión dura.
Cole entrecerró los ojos y bajó la guardia un poco.
—Mamá…
Emma se quedó helada. No esperaba esa sorpresa.
La mujer se quitó las gafas de sol y cruzó los brazos sobre su pecho.
—Vaya, hijo, parece que te has metido en un buen lío otra vez. Y esta vez, arrastraste a alguien contigo.
El tono seco y la mirada de la mujer hicieron que Emma sintiera escalofríos, al mismo tiempo que la hicieron ponerse nerviosa. Algo en ella no cuadraba del todo. No era solo una madre preocupada. Había algo más en ella.
—Mamá, ¿qué estás haciendo aquí? —preguntó Cole.
Ella esbozó una sonrisa y apoyó una mano en la cadera.
—Digamos que recibí un aviso. Y créeme, no te va a gustar lo que tengo que decirte.
—¿Un aviso? —preguntó Cole.
--Tienen que salir de aquí. Ahora.
Cole no dijo nada por un momento. La presencia de su madre era tan imponente como siempre, pero había algo en su mirada que lo dejó pensando.
—¿Qué está pasando, mamá? —Cole le preguntó, mirándola a los ojos.
Ella lo miró fijamente, como si estuviera midiendo cada palabra que le iba a decir.
—Es más complicado de lo que pensaba. No puedes quedarte aquí. —Y tu amiguita tampoco; de hecho, es la culpable de tu situación.
—¿Qué tenemos que hacer? —preguntó Emma, con la voz suave.
La madre de Cole la observó un instante, luego asintió, como si hubiera tomado una decisión.
—Sígueme. Y no miren atrás.
Con un gesto firme, se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia la puerta trasera. Cole, después de un segundo de vacilación, le hizo un gesto a Emma para que lo siguiera. La noche, sin embargo, estaba lejos de revelar todos sus secretos.
Emma miró a Cole, esperando que dijera algo, sin saber si debía confiar en la fría decisión de su madre o huir de ese lugar que ahora parecía tan peligroso...
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suspense, amor inesperado del destino, decisiones difíciles.
Editado: 03.08.2025