Amor Salvaje

Capítulo 36º EL viaje.

El sol apenas despuntaba en el horizonte cuando Emma y Cole emprendieron su viaje. La decisión estaba tomada: debían abandonar Texas por un tiempo, al menos hasta que Daniel resolviera sus problemas en Nueva York. Evelyn, la madre de Cole, les había conseguido un refugio seguro en Canadá, en la cabaña de unos amigos de confianza.

—Espero que estés lista para el frío, porque no es como Texas —comentó Cole con una sonrisa, tratando de relajar el ambiente.

Emma le sonrió mientras miraba por la ventana del coche. Sabía que dejar el rancho era la mejor opción, pero en el fondo sentía que huir no era la respuesta definitiva. Sin embargo, estar con Cole hacía que todo pareciera más fácil y más seguro.

El viaje en avión fue largo y silencioso. Emma se recostó en el hombro de Cole, dejándose llevar por el cansancio. Cuando despertó, ya estaban en tierra canadiense. Un matrimonio mayor los esperaba en la terminal.

—¡Bienvenidos! —dijo la mujer con entusiasmo. Soy Margaret y él es mi esposo, Richard. Evelyn nos habló mucho de ustedes.

Cole estrechó la mano del hombre mientras Emma se dejaba envolver en un abrazo maternal de Margaret. Parecía una mujer fuerte, pero de gestos dulces y amables.

El trayecto hasta la cabaña fue tranquilo. Rodeados de densos bosques nevados y un cielo grisáceo, el paisaje era opuesto a la inmensidad soleada de Texas. Una paz extraña sintió en el pecho Emma cuando, finalmente, llegaron al refugio, una hermosa cabaña de madera con chimenea humeante, rodeada de pinos cubiertos de nieve. Era acogedora, cálida… pero sobre todo, alejada de cualquier peligro.

—Aquí estarán a salvo —aseguró Richard, ayudándolos con el equipaje. No hay nadie en kilómetros a la redonda y la nieve lo oculta todo, además del difícil acceso.

Emma sintió un escalofrío que no tenía nada que ver con el frío. A salvo. Ojalá pudiera creerlo.

A medida que pasaban los días, la rutina en la cabaña les permitió bajar la guardia. Emma disfrutaba de las largas caminatas con Cole por el bosque, de las noches frente al fuego y de la calidez de una vida simple, sin peligro. Sin embargo, algo dentro de ella seguía poniéndola nerviosa. ¿Realmente estaban fuera de peligro?

Una tarde, mientras ayudaba a Margaret en la cocina, Cole y Richard salieron a revisar las trampas de caza. Emma aprovechó para preguntar.

—Margaret… ¿Crees que alguien podría encontrarnos aquí?

La mujer dejó la cuchara de madera sobre la mesa y la miró.

—Querida, este lugar es un escondite perfecto. Pero… quién sabe…

Las palabras de Margaret quedaron en su mente. Y esa misma noche, cuando se despertó con la sensación de que alguien la observaba a través de la ventana de la cabaña, supo que su paz no duraría mucho tiempo.

Esa intranquilidad era como una obsesión, miedo...

—Emma, prométeme que si algo sale mal, si ves cualquier peligro… correrás sin mirar atrás —le pidió Cole, sosteniéndola de la mano.

—No pienso abandonarte —respondió ella.

El viento helado golpeaba las ventanas, y el crujir de las ramas afuera les recordaba lo lejos que estaban de casa. En ese momento, un par de luces aparecieron en la carretera nevada.

—Debe de ser el matrimonio —dijo Cole, pero su voz tenía un matiz de duda.

Emma tragó saliva. La idea de que alguien más los siguiera le revolvía el estómago. Mientras las luces se acercaban, Cole se preparó, listo para cualquier cosa.

La duda siempre estaba presente en ambos; a pesar de la distancia, del cambio, esos hombres eran capaces de todo, incluso de encontrarlos en un lugar tan remoto como Canadá...




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