Emma y Cole despertaron con la suave luz del amanecer colándose por las ventanas de la cabaña. La nieve caía suavemente, cubriendo el paisaje con un manto blanco que parecía sacado de un cuento. Tras un desayuno sencillo, ambos decidieron aprovechar el día para esquiar, dejando atrás las preocupaciones que los habían llevado hasta allí.
Rieron mientras se ayudaban a colocarse el equipo, como dos adolescentes que descubrían juntos la emoción de la aventura. Cole, con paciencia y ternura, le enseñaba a Emma los movimientos básicos, y ella, torpe al principio, pronto se dejó llevar por la diversión, olvidándose del miedo a caerse.
El tiempo transcurrió entre risas, caídas y miradas cargadas de complicidad. El aire gélido enrojecía sus mejillas, pero el calor que se desprendía entre ellos los mantenía a salvo del frío. Cuando el sol comenzó a descender, regresaron a la cabaña, agotados pero muy felices.
Emma preparó chocolate caliente mientras Cole encendía la chimenea. Se sentaron juntos frente al fuego, envueltos en una manta, compartiendo anécdotas y sueños que hasta entonces nunca se habían contado. Las horas pasaban sin prisa, como si aquel rincón apartado del mundo fuera un lugar mágico.
—Nunca imaginé que pudiera sentirme así otra vez —susurró Emma.
Cole la miró.
—Yo tampoco... Pero contigo es diferente.
La chispa entre ellos crecía cada vez más. El roce de sus manos, las miradas furtivas, las sonrisas tímidas... Todo ocurría con la inocencia de un primer amor, de ese que lo llena todo sin necesidad de las palabras.
Cuando la noche cayó y la nieve seguía cubriendo el bosque, Cole se acercó, acariciando su mejilla con suavidad.
—¿Crees que este sueño puede durar para siempre?
Emma sonrió, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza.
—Si seguimos creyendo en él... ¿Por qué no?
La respuesta de Emma quedó en el aire, esperando la reacción de él. Cole se inclinó, sellando sus labios con un beso suave. No era un beso apasionado, sino uno lleno de ternura, de algo que poco a poco iban sintiendo los dos... Se separaron lentamente, pero sus miradas seguían encontrándose.
—Deberíamos cenar algo más —dijo Cole, con una sonrisa. Tengo un hambre que me muero.
A Emma le pareció una buena idea; ella también tenía hambre. Prepararon una cena sencilla; el ambiente era romántico, con unas velas rojas en el centro de la mesa, al calorcito de la chimenea, con momentos llenos de risas y pequeñas bromas. Mientras recogían, Emma vio una vieja guitarra arrinconada en una esquina.
—¿Sabes tocar? —preguntó, señalando el instrumento.
—Un poco —respondió Cole, con modestia. Mi padre me enseñó algunos acordes cuando era niño.
—¿Podrías tocar algo?
Cole tomó la guitarra, afinando las cuerdas con cuidado. Sus dedos se movieron con soltura, arrancando una melodía suave y melancólica. Emma se sentó en el suelo, observándolo con admiración. La música llenó la cabaña de una atmósfera íntima y mágica.
Cuando la canción terminó, Emma lo aplaudió con entusiasmo.
—¡Es precioso! No sabía que tenías este talento escondido.
—Hay muchas cosas que no sabes de mí —dijo Cole, con una sonrisa.
La noche avanzó entre canciones y conversaciones profundas. Hablaron de sus miedos, de sus sueños, de las cicatrices que la vida les había dejado. Emma le contó sobre su pasión por la fotografía, sobre cómo los paisajes, los colores, los lugares y fotografías muy simples le permitían expresar lo que con las palabras no podía. Cole, por su parte, le habló de su amor por la naturaleza, de cómo el silencio de las montañas le permitía encontrar la paz interior.
—Siento que te conozco de toda la vida —dijo Emma, con la mirada perdida en el fuego. Es como si nuestras almas se hubieran predestinado.
—Yo siento lo mismo —respondió Cole, tomando su mano entre las suyas. Es como si hubiéramos estado buscando este momento desde siempre.
La cabaña quedó en silencio, un silencio cómodo y lleno de significado. Afuera, la nieve seguía cayendo, cubriendo el paisaje con su manto blanco. Adentro, dos corazones se encontraban, encontrando en la calidez del otro el apoyo que tanto habían deseado.
Antes de ir a dormir, Cole salió a la terraza, respirando el aire de la noche. Emma lo siguió, envuelta en una manta. Miraron juntos el cielo estrellado, sintiéndose pequeños e insignificantes ante la inmensidad del universo.
—¿Sabes? —dijo Cole. Creo que este sueño puede durar para siempre.
Emma se acurrucó a su lado, sintiendo el calor de su cuerpo.
—Yo también lo creo.
Se quedaron un momento en silencio, disfrutando de la paz del lugar. La nieve seguía cayendo, creando un paisaje de ensueño. Emma se acurrucó más cerca de Cole, sintiendo el calor de su cuerpo a través de la manta.
—Tengo frío —susurró, con una sonrisa pícara.
Cole la abrazó con fuerza, envolviéndola en sus brazos.
—Yo te caliento —dijo, besando su frente.
Regresaron a la cabaña, dejando atrás el frío de la noche. Dentro, el fuego chispeaba en la chimenea, creando una atmósfera acogedora. Se sentaron juntos en el sofá, envueltos en la manta, disfrutando de la compañía del otro.
—Creo que nunca me había sentido tan feliz —dijo Emma, con la mirada perdida en el fuego.
—Yo tampoco —respondió Cole, apretando su mano—. Hace tiempo que no me sentía así.
Cuando el sueño comenzó a vencerlos, se levantaron y se dirigieron a la habitación. Se acostaron juntos, abrazados, sintiendo la calidez de sus cuerpos. Emma apoyó la cabeza en el pecho de Cole, escuchando el latido de su corazón.
—Buenas noches, Cole —susurró, cerrando los ojos.
—Buenas noches, Emma —respondió él, besando su cabello.
Se durmieron abrazados, sintiéndose seguros y protegidos en el calor de su amor. Afuera, la nieve seguía cayendo, cubriendo los alrededores con una gran capa de nieve y empañando los cristales de las ventanas de la cabaña.
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suspense, amor inesperado del destino, decisiones difíciles.
Editado: 03.08.2025