El sol salía tímidamente sobre las montañas, dejando un velo dorado sobre la nieve recién caída. La cabaña se sentía cálida, con el olor a café recién hecho y leña ardiendo. Emma abrió los ojos con pereza, encontrando a Cole preparando el desayuno sin camiseta, solo con unos vaqueros desgastados que caían peligrosamente bajos, sobre sus caderas.
—¿Tienes pensado desayunarme a mí, o a esos huevos revueltos? —bromeó ella desde la cama, con voz adormilada.
Cole se giró con esa sonrisa pícara, que hacía que su corazón diera un vuelco.
—Eres la mejor parte del menú, preciosa... pero primero quiero que cojas fuerzas. Hoy nos espera un día inolvidable.
Emma se levantó despacio, cubriéndose con la manta, caminando descalza por la madera crujiente hasta la cocina.
—¿Qué tienes en mente, cowboy?
—Una aventura. Vamos a hacer una travesura... algo que jamás olvides.
Después del desayuno, Cole la llevó hasta el lago congelado que había descubierto el día anterior. Con patines en la mano, le guiñó un ojo y se los ofreció. Emma negó con la cabeza entre risas.
—¿Patinar? No he patinado en mi vida.
—Pues hoy vas a aprender —dijo él, con esa voz grave que hacía que Emma lo siguiera a cualquier parte.
A pesar de sus protestas, acabaron deslizándose torpemente sobre el hielo, cayendo juntos más veces de las que podían contar. Sus risas sonaban con ecos en el silencio del bosque, mientras Cole la sujetaba por la cintura y la ayudaba a mantener el equilibrio.
—Lo estás haciendo muy bien —susurró él, cerca de su oído.
—Mentiroso —rió Emma, mirándolo de reojo.
—Pero te ves preciosa, cayéndote entre mis brazos...
La química entre ellos era inevitable, su atracción era mutua y cuando Cole la hizo girar entre sus manos, sus labios quedaron a solo unos centímetros. Por un instante, se miraron a los ojos. Solo existían ellos, con el deseo latiendo en sus cuerpos.
—Cole...
—Dime que quieres que te bese, Emma...
Ella no necesitaba decir nada. Solo cerró los ojos y dejó que sus labios se encontraran en un beso lento, profundo, que derritió el frío que había a su alrededor.
Patinaron sobre la nieve y se tiraron bolas como si fueran niños pequeños, descubriendo la nieve. El día era gris, con nubes oscuras, y hacía un aire que se pegaba en la piel. Pero Emma se sentía la mujer más feliz de la tierra, disfrutando de esos momentos, sintiéndose una niña de nuevo y conociendo más profundamente a Cole.
—Cole, ¿pero dónde vas? —preguntó Emma.
—Voy a darme un chapuzón. El lago me está provocando.
—Pero, si el agua está helada… —¿En serio, Cole?
—Claro, anímate, esto es una experiencia única, mi amor. Vamos, ¡ánimo, preciosa!
—De eso nada, me rindo. No soy tan valiente como tú.
Cole disfrutó de un buen baño en el agua helada; al salir, todo su cuerpo estaba colorado, como un cangrejo.
—Ven aquí, abrigaté con la manta. Estarás helado.
—Gracias, Emma, no tengo frío; tú me das el único calor que necesito.
Cuando regresaron a la cabaña al atardecer, empapados y con los pies helados, encendieron la chimenea y se refugiaron bajo una manta en el sofá, con una botella de vino y música suave de fondo.
—Esto es lo que siempre soñé —susurró Emma, apoyando la cabeza en su pecho. Que alguien me hiciera sentir... viva.
Cole acarició su cabello, con la mirada perdida en las llamas.
—Te prometo que nunca dejaré que vuelvas a sentirte sola.
Pero mientras la nieve seguía cayendo fuera, ninguno de los dos podía imaginar que aquella burbuja de felicidad tenía los días contados...
¿Podrá el destino permitirles seguir viviendo su historia de amor... o el pasado volverá para separarlos?
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suspense, amor inesperado del destino, decisiones difíciles.
Editado: 03.08.2025